SOCIEDAD / BILLY NO ESTÁ
BILLY NO ESTÁ
El
Covid 19 no es nada selectivo; mata a potentados y a pobres de solemnidad,
barre de izquierda a derecha, no repara ni en credos ni en razas ese monstruo
invisible y microscópico que ha puesto en jaque a toda la humanidad y nos ha auto
encarcelado tras diezmarnos.
El
bicho redondo, azul y trompetudo se acaba de llevar a un personaje siniestro y
debo confesar que no me alegro por ello ya que, por lo general, no me alegra
ninguna muerte. Hace unos días me preguntaron qué hice cuando murió Franco un
20 N de 1975. Contesté que no descorché una botella de champán como sí hicieron
millones de españoles que vieron que con su muerte se abría un nuevo período
histórico y la democracia formal estaba a la vuelta de la esquina. No había
nada que celebrar, en mi caso, puesto que el dictador había muerto en la cama
(eso sí, torturado hasta la extenuación por los suyos en su intento absurdo de
mantenerlo con vida, aunque fuera vegetativa) y no había sido juzgado. Ese día
pensé en Salvador Puig Antich, una
de sus muchas víctimas, y en todas las que había causado el franquismo y aún
yacen en las cunetas.
A Billy
el Niño se lo ha llevado el Covid 19 (no
me sale “la”) sin haber sido juzgado, sin habérsele retirado sus medallas al
mérito (de haber torturado eficazmente y con sadismo a un sinfín de luchadores
antifranquistas). El tipo, además de sádico, era un cobarde que se aprovechaba
de su situación y la indefensión de sus víctimas. Me he quedado con las ganas
de que alguien le hubiera partido la cara en plena calle como sucedía con los
torturadores argentinos cuando eran descubiertos, o que un taxista lo hubiera echado
de su vehículo a patadas cuando huía de las cámaras.
Ese policía
nefasto, ejemplo de lo que jamás debe ser un servidor de la ley, formaba parte
de la escuela de torturadores de la BIPS (Brigada de Investigación Político
Social) como los hermanos gemelos Creix en Barcelona. A Antonio Juan Creix lo conocieron algunos de mis camaradas de lucha.
De él habla Alfons Cervera en su
novela La noche en que los Beatles
llegaron a Barcelona: Ese
mismo pobre y famoso policía que se arremangaba con delicadeza la camisa
finalmente llena de sangre en el siniestro subterráneo de Vía Layetana. Yo conocí a un tal Olmedo (no
encuentro ninguna referencia en Internet de ese policía, así es que quizá no se
llamaba así o, al estar en segunda fila, pasó desapercibido) de lejos, cuando con su gabardina blanca y su
habano entre los dientes, siempre con gafas oscuras, encabezaba las patrullas
policiales que arrancaban los carteles que los partidos políticos colgaban en
mi facultad de Letras. Lo hacía con furia y los hacía añicos mirándonos a todos
desafiante. Era particularmente odiosa su persona y su actitud chulesca,
parapetado por su cohorte de grises. Confieso que me quedé con las ganas de
ajustarle las cuentas, tirarle uno de esos pesados bancos de hierro desde el
piso de arriba de la facultad cuando cruzaba el patio. Él se encargaba luego de
señalar a quién se debía detener, comandaba más tarde a las escuadras de
antidisturbios que tomaban al asalto la universidad y nos apaleaban a
conciencia un día tras otro.
Creíamos
que con la llegada de la democracia toda esa gentuza sería expedientada,
expulsada de la policía y juzgada como
malhechores. Nos quedamos con las ganas. Nos hemos quedado también con las
ganas de ver a Antonio González Pacheco
juzgado, condenado y encarcelado. El Covid 19 ha actuado antes que la justicia
y nos ha hurtado ese momento.
Tu cuerpo doblado con
la espalda en el vacío sobre la mesa que es como la mesa donde Victoriano el
carnicero degollada los cerdos el día de la matanza en Los Yesares (Alfons Cervera).
"El viaje infinito" (Bohodón Ediciones, 2020), el viaje alrededor de la vida, ya disponible en papel y ebook.
Comentarios