SOCIEDAD / POR LA REPÚBLICA
Se cumplió ayer nada menos que 90 años de la proclamación de la Segunda República, tras la marcha al exilio del rey Alfonso XIII, y es una efeméride que quizá haya que reivindicar como nunca ante la crisis de una serie de instituciones del país y el blanqueo, por parte de los partidos de la derecha más reaccionaria, del golpe de estado militar y faccioso que acabó con ella y provocó más de un millón de muertos. Hemos escuchado aberraciones históricas en boca del líder de VOX Santiago Abascal culpando a la República de la posterior guerra civil que la derribó, y a Pablo Casado decir que nada tiene que celebrar de una fecha que dividió a los españoles. La fecha que dividió, y mató, a los españoles fue el 18 de julio, no confundamos.
Los ocho años que duró la República, tampoco nos engañemos, fueron todo menos una balsa de aceite. Ocuparon el poder partidos de derechas e izquierda y tuvieron lugar gravísimos incidentes como el levantamiento de Asturias del 34 reprimido a sangre y fuego por Franco a las órdenes del presidente de la República, el derechista Alejandro Lerroux (un millar de víctimas mortales frente al medio millar de la Transición). Estaba España en un estado prerrevolucionario con clases sociales muy enfrentadas, disturbios sociales y violencia en las calles. Mientras hubo gobiernos conservadores y de derechas, la república no fue cuestionada; cuando se produjo el triunfo del Frente Popular, las cosas cambiaron, y la República perdió todas sus bazas por su fragmentación y luchas intestinas (un mal endémico de la izquierda que llega hasta nuestros días) frente a un enemigo rocoso y unido.
El golpe de estado del 36 acabó con todos los sueños republicanos de libertad y progreso en materia de derechos laborales, educación (en dos años se edificaron 10.000 escuelas y se contrataron a 7.000 maestros), sufragio universal (por primera vez votaron las mujeres), y legislación progresista (la ley del matrimonio civil, aborto y divorcio), y sumió a España en un largo invierno de represión y terror que duró cuarenta años, dejó miles de muertos en las cunetas y presos en las cárceles en lo que supuso una regresión social que no acabó sino con la muerte en la cama del dictador Francisco Franco. Cuarenta años de ignominia que el líder de VOX reivindica y el del PP no condena
Desde hace años existe un clamor popular por la restauración republicana que se ha acentuado en los últimos tiempos a raíz de los gravísimos casos de corrupción que atañen a la institución monárquica y han terminado con el exilio forzado del rey emérito Juan Carlos a una de las satrapías más corruptas y antidemocráticas del mundo, pero el dilema entre monarquía y república concita aún demasiadas dudas mientras no se le pregunte directamente al pueblo español mediante referéndum qué forma de gobierno quiere, si una república con su máxime representante electo o una monarquía hereditaria.
La restauración monárquica estuvo tutelada por el franquismo en un intento del dictador por dejar todo atado y bien atado todo a partir de su desaparición y todavía estamos desatando esos nudos heredados. Juan Carlos I, un rey con más sombras que luces, no mató a su padre adoptivo aunque sí al natural. La Transición, que fue todo menos tranquila (casi 600 muertos), fue posibilista dada la correlación de fuerzas existentes en aquel momento y las amenazas constantes de involución por los nostálgicos del régimen anterior. El franquismo estaba enquistado, y lo sigue estando tantos años después, en importantes instituciones del estado como el ejército (aún se pronuncian militares retirados, y en activo, cuestionando un gobierno democrático sin que se tomen medidas contra ellos) y la judicatura (un frente togado que se resiste a dejar el poder, pese a haber caducado, con el apoyo de los partidos de derechas) , y ahí sigue atrincherado, inamovible. En un complicadísimo encaje de bolillos (en el que la figura de Adolfo Suárez, un político de derechas a reivindicar, fue clave) se produjo el tránsito de un régimen autoritario a una democracia mediante el harakiri de las cortes franquistas que fue un hecho histórico muy relevante. Pero lo que era posible en aquellos años turbulentos de la llamada modélica transición, en la que se vertió mucha sangre y hubo un sinfín de tensiones y conatos de golpes de estado, alguno consumado como el 23F, ha quedado atrás y bueno sería plantear al pueblo español qué forma de gobierno quiere, porque negarle esa consulta es considerarlo menor de edad políticamente hablando o temer el resultado.
Sigue llamando la atención la férrea defensa que hace de la institución monárquica un partido teóricamente republicano como el PSOE, cuyas bases y votantes seguramente lo son. Pedro Sánchez, no obstante, reivindicó tímidamente en el Congreso el 14 de abril y la bancada de la derecha se le echó encima. A día de hoy resulta inadmisible que no exista consenso para adecuar la constitución del 73, que se esgrime como libro sagrado, un Corán o una Biblia, e inamovible y bajo la que se escudan los que no la votaron o votaron en contra, no adecuarla al presente mediante su reforma y posibilitar esa y otras consultas. La esencia hereditaria de la institución monárquica choca contra la razón democrática, máxime cuando el actual monarca no se ha mostrado equidistante en algunos momentos claves del devenir político y ha sido claramente partidista en discursos que todos recordamos. Este 14 de abril, sin cejar, una parte muy significativa del pueblo español recuerda y reivindica ese sueño frustrado de esa república abortada por un golpe fascista que unos quieren blanquear tergiversando la historia y haciendo aparecer a la República como el germen de todos los males. Las nuevas generaciones saben muy poco de esa fecha, el 14 de abril, porque casi nunca se llega en los programas de estudios.
Impostores, imposturas, traiciones, complots, intrigas, juicios kafkianos, violencia institucional, estado dictatorial...
LA MUERTE DEL IMPOSTOR (Torre de Lis Ediciones, 2020)
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