LITERATURA / EL PUERTO INVISIBLE, DE ADRIANA SERLIK
Poco
a poco, casi pidiendo permiso, se cuelan entre las novedades literarias obras
que reivindican la memoria democrática y son importantes para que no se olvide
nuestra historia reciente o no se tergiverse. La primera novela, exquisitamente
editada por la Editorial Legados, de la escritora argentina Adriana Serlik (Avellaneda, 1945), una
nómada vital que ha residido en Madrid, Roma, Florencia, Londres, Asunción de
Paraguay y desde 2005 en Gandia, en el Levante español, va de eso, de memoria
democrática. Poeta (Poemas del amor y la
soledad, Haz de luz, Corolario, Frágil, 26 poemas) y activista cultural a
través de su web La lectora impaciente,
ha impulsado diversas actividades relacionadas con el feminismo y los derechos humanos.
El puerto invisible, desde su brevedad (apenas un centenar de
páginas), es un retrato poliédrico de la dura posguerra que les tocó vivir a
los vencidos en España una vez callaron las armas. Estamos en los años 40 del
pasado siglo, mientras Hitler espera que Franco entre en guerra y los nazis,
amparados por los franquistas, controlan puertos del Mediterráneo. A través de
breves retazos vitales, la escritora hispanoargentina desgrana la cotidianidad
de esas vidas rasgadas por la dictadura y la miseria en donde, sin embargo,
resplandece lo humano y los buenos sentimientos y no se olvidan los ideales
acallados a la fuerza.
Con
una sencillez expositiva próxima al minimalismo y un lenguaje muy depurado, la
narración conecta con el lector a través de un costumbrismo que lo hace volar a
tiempos pretéritos— Les
asignaron dos edificios pegados en la calle del Espejo, divididos en pequeños
pisos: una cocina y una habitación, dos baños comunes en la planta baja, uno en
cada edificio con un retrete y un grifo. Las mujeres se turnaban para
limpiarlos y a primera hora se organizaba una lucha por ocuparlos mientras los
orinales subían y bajaban y en algunos casos eran desocupados lanzando su
contenido por las ventanas. Los fines de semana las tinas aparecían en el
centro de las cocinas mientras el agua bullía en grandes ollas.
Hay
en la novela descripciones emocionales— Recordó las manos de su abuelo Roberto, tan
cariñosas cómo estás y tan cariñosas cuando le alisaba el pelo y contaba
historias de cuevas que nunca había entendido—y recuerdos para los que todavía reposan en las
cunetas— Cómo
explicar la terrible sensación de no saber dónde estaba su hermano, enterrado
en una cuneta a cientos de kilómetros de su casa.
En
esos tiempos de penurias, despojadas de los ideales y vencidas, cualquier
pequeña cosa, como esa máquina de coser con la que se hacen las mujeres, es una
celebración— Una
de las mujeres había traído su gran tesoro, la Singer, con la que cosían ella y
todas las vecinas y hasta se permitían cantar un poco escuchando la radio.
Cuando acababan, guardaban la máquina cada día en diferentes lugares porque
temían que se la confiscaran.
Una
novela de mujeres silentes y activas las que habitan El puerto invisible, solidarias y unidas por los mismos ideales que
conservan a pesar de haber sido vencidas, cuyas vidas se entrecruzan en esta
pieza literaria hermosa y exquisitamente bien escrita que deja un regusto
amargo en la boca: la dictadura duró hasta que se extinguió el dictador.
Todos somos impostores
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