CINE / FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
63 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN.
LAS
SEIS PERLAS
Los palmarés han sido lo que son, justos salvo
excepciones, pero si hay que destacar las películas vistas en el festival,
entre las que optaban a premio en la Sección Oficial o se presentaban en otras
secciones, competitivas o no, mi lista de oro se reduce.
Una de las mejores películas es la de Cesc Gay, una coproducción entre España
y Argentina llamada Truman, el nombre
de un perrazo viejo de un actor desahuciado por el cáncer; el drama se viste de
comedia enternecedora. Cesc Gay
conmueve lo que hay que conmover, sin pasarse al lagrimeo, en esta historia muy
medida que empatiza con el público gracias a unas interpretaciones soberbias de
Ricardo Darín y Javier Cámara, entre los que existe un feeling increíble y que han sido premiadas con justicia. Truman podría haber sido la ganadora
absoluta de no haberse cruzado en su camino una joya islandesa.
Sicario
es, para mí, la mejor
película vista en San Sebastián. El film del canadiense Dennis de Villaneuve, un director que ofrece garantías desde Incendies, es uro cine negro, puro
thriller fronterizo entre Arizona y Sonora, El Paso y Ciudad Juárez, Estados
Unidos y México, Norte y Sur. No hay un momento de respiro y contiene
secuencias extraordinarias protagonizadas por actores como Emily Blunt, Josh Brolin y,
sobre todo, Benicio del Toro. Cine de acción sin
concesiones. El canadiense atrapa desde la primera secuencia y no te deja hasta
la última, en un paseo exhaustivo por zonas prohibidas. Sicario habla de la brutalidad sin paliativos de los señores de la
muerte mexicanos (impactante el asalto a la casa sepultura del inicio con el hummer reventando paredes) y de la
brutalidad, al margen de las leyes, de quienes les combaten.
El
Club, del chileno Pablo Larraín, es una de esas joyas
extrañas envueltas en papel de estraza. Una película sucia que se proyectó en
el pack Horizontes Latinos. El
espectador, cuando empieza a verla, puede preguntarse la razón de ser de esa
fotografía pésima y ese decorado de gusto infame de la casa en donde transcurre
la mayor parte de la película. Pero tiene su lógica. La historia es sucia y
escabrosa y no sería de recibo una fotografía que realzara ese paisaje costero
en el que tiene lugar la película protagonizada por curas castigados que expían
sus culpas en una casa de oración en un lugar inhóspito de la costa chilena. Un
pederasta. Un cura que vende niños. Otro que estafa. Otro que ayudaba a la
dictadura de Pinochet. El otro que no sabe lo que hizo porque ya se caga en los
pañales. Son la escoria de la iglesia, que habita en ese lugar apartado de
forma anónima, hasta que una de sus víctimas los localiza y enciende la llama
del conflicto. Una película malsana, dura y necesaria, pero radicalmente feísta
que te deja con mal cuerpo.
Era evidente que Sparrow,
que viene de Islandia y es una coproducción con Dinamarca y Croacia, un drama
sórdido e intenso que gira alrededor del adolescente de 16 años, Ari (Atli Oskar Fjalarsson), y Gunnar (Ingvar Eggert Sigurdsson), su padre, que
vive en un confín de Islandia, en una población dispersa junto a los fiordos
del norte, y trabaja en una fábrica de pescado, sería la ganadora. Lo intuí
nada más verla. Rúnar Rúnarsson, el
director, retrata un ambiente desolador en donde la única salida es el alcohol
y borda todas las secuencias con una caligrafía impecable manteniendo el mismo
tono. Crónica sobre el fracaso, que es contagioso. De padre perdedor, hijo
igual. Pero subyace en el film una enorme ternura en la relación de esos dos
seres unidos por los vínculos de la sangre, solitarios y huérfanos emocionales
que se necesitan.
El
clan es otro de esos
filmes que prestigian a un festival aunque no concurra por ningún premio. Una
versión porteña de la australiana Animal
Kingdom. Una familia de clase media más que acomodada, los Puccio, unida
por el delito. Un clan familiar que, desaparecida la infausta dictadura militar
argentina, le toma el gusto de chupar,
y chupa hijos de adinerados por los
que exige rescate y devuelve cadáveres. Cínica, dura y escalofriante, y tan
creíble como que fue realidad. Madre e hijos siguiendo a ese pater familia infernal, el turbador y
odioso Arquímedes Puccio (colosal Guillermo
Francella), un protector tiránico que se cree por encima del mal y del bien
y que llena su caja fuerte de dólares provenientes de esos secuestros que son
asesinatos. La película de Pedro Trapero tiene un itinerario
perfecto y es puro cine negro, del que golpea con fuerza al espectador sin
tener que recurrir a un exceso de brutalidad o sangre.
Lo siento, pero me va lo negro, así es que otra de
mis favoritas entra en ese género. Scott
Cooper (Senderos de libertad, Dioses y generales, Crazy Heart) dirige la última película interpretada por Johnny Depp en la que el actor
norteamericano se aleja mucho de los papeles que lo han hecho popular. Black Mass, que en España se va a
estrenar con el título de Estrictamente
criminal, es un thriller que narra la vida del mafioso irlandés James
Whitey Bulger (Johnny Depp), un
gánster de origen irlandés, hermano de un senador (Benedict Cumberlain), que quiere dominar la ciudad de Boston y para
ello no duda en convertirse en informador del FBI para desplazar a las familias
italianas del territorio. Black Mass
es una película canónica, con una violencia tan seca como efectiva, que bien
podría haber sido filmada por Martin
Scorsese y cuenta con un reparto estelar que incluye, aparte de los actores
anteriormente mencionados, a Dakota
Johnson, Guy Pearce, Kevin Bacon y Sienna Miller que hacen muy creíbles a los personajes que
interpretan.
Estás seis películas, seis joyas diversas,
justifican por si solas un festival cuya Sección Oficial ha sido muy floja.
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