SOCIEDAD / NADIE MATA COMO ISRAEL
Pues algo bueno, si es
que eso es bueno, hay que reconocerle a Israel. Nadie asesina como ellos. Nadie
persigue hasta el fin del mundo a sus enemigos y más allá, creo, hasta en el
infierno. En el ADN de Israel está la venganza inoculada como un virus. La bíblica
sentencia Ojo por ojo, diente por diente se queda muy pequeña. Si por
ellos fuera, todos tuertos. La violencia marcó sus inicios y ahí sigue,
enquistada y multiplicada de forma exponencial. Israel va poniendo muertos cada
día en la Franja de Gaza y nadie le sopla el oído. Netanyahu ha estado en París
y nadie lo ha detenido. Eso es lo que se llama impunidad total y absoluta,
hacer lo que te dé la gana, violar todas las leyes y normas internacionales
porque no tendrás consecuencias. Las escasas simpatías que tenían, las ha
perdido todas. Pero ¿qué les importa a ellos que de víctimas de un genocidio han
pasado a verdugos de este?
En una película dirigida
por un judío norteamericano, una de las mejores de su larga carrera, Múnich
de Steven Spielberg, pudimos ver cómo de despiadado era el Mossad que iba a
buscar y asesinar a todos los implicados en la matanza de atletas de las Olimpiadas
de Múnich. No se salvó ni uno de ellos. Israel mata con precisión o con
imprecisión (la cantidad de víctimas civiles, 90, para acabar con la vida de
uno de los líderes de Hamás en Gaza). Israel mata en su territorio o fuera de él,
en el Líbano, en Irán, en Siria, porque ignora las leyes internacionales y no
es sancionado por ello como sí lo es Rusia. Tiene licencia para matar, patente
de corso, como su hermano mayor Estados Unidos que invadió y destruyó Irak y ahora
se lleva las manos a la cabeza cuando Rusia hace lo mismo con Ucrania.
Su último golpe maestro, si es que consideramos el asesinato como una de las bellas artes como decía Thomas de Quincey, es la liquidación de Ismail Haniye en Teherán. Antes había bombardeado el consulado de Irán en Siria. Y había asesinado a Mohamed Deif, Salhe al Arouri, Marwan Issa y Rafaa Salameh. Y a 40.000 palestinos para matarlos que estaban al lado. Nadie asesina mejor que ellos. Que se lo digan a Yasir Arafat, envenenado. A su lado, Vladimir Putin es un pardillo. Pero Israel es una democracia, una democracia que viola los derechos humanos de los demás, que masacra a conciencia a una población y le impone un castigo bíblico de proporciones espantosas.
El asesinato de Ismael
Haniye en Teherán acaba con el negociador para liberar a los pocos rehenes que
aún quedan con vida y que son la excusa de Israel para perpetrar esa matanza en
Gaza. ¿O ya estamos en otra pantalla? A nadie se le escapa que Israel está buscando
la muerte de los rehenes si no los ha matado ya a todos con sus bombardeos. Su vida
les importa un carajo. La muerte del máximo líder de Hamás fue precedida por el
asesinato meses atrás de sus tres hijos. Había que causar el más feroz dolor al
enemigo que ellos mismos habían aupado para debilitar a la OLP. Los hijos de
los malos serán malos cuando crezcan, son como las crías de las serpientes, hay
que aplastarlas cuando salen del huevo. Por eso esa matanza espantosa de niños,
inédita en el mundo, cuya sangre cae sobre nuestras conciencias, porque hay que
acabar con el terrorismo de Hamás, y lo dice un estado que de terrorismo puede
dar clases magistrales y las da todos los días.
Una vez le pregunté a un
mexicano por qué los cárteles de la droga asesinaban tanto en su país y con esa
crueldad extrema. La respuesta fue muy
simple: Porque pueden.
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