LA PELÍCULA
LEJOS DE LA TIERRA QUEMADA
Guillermo Arriaga
Una lucha de egos ha separado a una de las parejas más fructíferas de la cinematografía actual: la del director Alejandro González Iñárritu y la del guionista y escritor Guillermo Arriaga, ambos mejicanos. Atrás quedan unas películas insólitas, emocionales, rompedoras, de una inusitada fuerza visual como Amores perros, su primera y, desde mi punto de vista, más lograba colaboración, 21 gramos y Babel. Las discusiones sobre la autoría de las películas, sobre si pertenecen al guionista o al director, o a ambos, como salomónicamente pretendía Arriaga, terminaron con esta relación artística tormentosa.
Lejos de la tierra quemada, hermosísimo título, es la primera incursión de Arriaga en la dirección - por supuesto el guión también es suyo - y para nada parece una opera prima sino la película de un director que tiene mucho cine a sus espaldas.
Una caravana en llamas, ardiendo en un paisaje desolado, es la imagen contemplada por Guillermo Arriaga que le impulsó a escribir la historia, y ésa es la que abre el film. Lejos de la tierra quemada es una historia fronteriza, una de las constantes a las que no reniega Arriaga, de amores clandestinos entre una atractiva madre de familia norteamericana, Gina (Kim Bassinger), cuya aburrida vida matrimonial está llena de insatisfacciones, y un amante mejicano, Nick (Joaquim de Almeida), que también engaña a su mujer; sus apasionados encuentros adúlteros tienen lugar en la mencionada caravana, y es de nuevo un accidente, aunque en este caso esté provocado, el que ponga en contacto de forma fortuita a los miembros de la familia norteamericana con los de la mejicana, reproduciendo dos de los hijos, Carlos (José María Yazpik) y Silvia (Charlize Theron), el amor ilícito de sus padres.
No utiliza tanto el Guillermo Arriaga realizador el cruce de vidas y relatos en este film como en los compartidos con Alejandro González Iñárritu. La historia cinematográfica de Lejos de la tierra quemada es más lineal, aunque abunden los flashback, pero sí están muy presentes en esta opera prima las obsesiones del narrador mexicano: el dualismo culpa – la relación adultera es asumida por los amantes como algo prohibido - y expiación - muerte por el fuego ¿del infierno?-; el dolor que producen los sentimientos desbocados, en los mismos que los experimentan - la de Gina y Nick no es un amor feliz ni pleno por su carácter clandestino y la traición familiar que implica - y en el de los seres a los que aman; y las relaciones de interculturalidad que se dan en esos espacios geográficos de la frontera, que son una tierra de nadie, al margen del sistema, salvaje y áspera.
Maneja el director novel con soltura, sin desfallecer, las dos historias que son el eje de la película, la de los padres y la de los hijos, especialmente la de la hija ya madura - una excelente Charlize Theron en cuyo rostro atisbamos pulsiones destructivas cuando se encamina al acantilado batido por las olas - que, alejada de la hija que tuvo de su amante mejicano a la que ni conoce, trabaja como recepcionista en un lujoso restaurante y lleva una vida tan promiscua como vacía, y del cruce de ambas, de ese entramado de imágenes potentes, a veces desgarradoras, que producen desasosiego, nace la película que el espectador va hilvanando en un proceso de construcción.
Una fotografía quemada, en el caso de la historia fronteriza, y glacial, en el de la historia norteamericana, dan el adecuado envoltorio visual a este film subrayado por una poderosa banda sonora y que cuenta con buenas interpretaciones por parte de sus actores aunque, por encima de todas ellas, brille la de Charlize Theron, también productora de la cinta. Una película notable pero que, sin embargo, no llega a la magia de las colaboraciones de Arriaga con González Iñárritu. Ahora sólo toca esperar la película que el director de Amores perros ha filmado sin su guionista habitual para saber si ese tándem puede funcionar por separado o no. JOSÉ LUIS MUÑOZ
Guillermo Arriaga
Una lucha de egos ha separado a una de las parejas más fructíferas de la cinematografía actual: la del director Alejandro González Iñárritu y la del guionista y escritor Guillermo Arriaga, ambos mejicanos. Atrás quedan unas películas insólitas, emocionales, rompedoras, de una inusitada fuerza visual como Amores perros, su primera y, desde mi punto de vista, más lograba colaboración, 21 gramos y Babel. Las discusiones sobre la autoría de las películas, sobre si pertenecen al guionista o al director, o a ambos, como salomónicamente pretendía Arriaga, terminaron con esta relación artística tormentosa.
Lejos de la tierra quemada, hermosísimo título, es la primera incursión de Arriaga en la dirección - por supuesto el guión también es suyo - y para nada parece una opera prima sino la película de un director que tiene mucho cine a sus espaldas.
Una caravana en llamas, ardiendo en un paisaje desolado, es la imagen contemplada por Guillermo Arriaga que le impulsó a escribir la historia, y ésa es la que abre el film. Lejos de la tierra quemada es una historia fronteriza, una de las constantes a las que no reniega Arriaga, de amores clandestinos entre una atractiva madre de familia norteamericana, Gina (Kim Bassinger), cuya aburrida vida matrimonial está llena de insatisfacciones, y un amante mejicano, Nick (Joaquim de Almeida), que también engaña a su mujer; sus apasionados encuentros adúlteros tienen lugar en la mencionada caravana, y es de nuevo un accidente, aunque en este caso esté provocado, el que ponga en contacto de forma fortuita a los miembros de la familia norteamericana con los de la mejicana, reproduciendo dos de los hijos, Carlos (José María Yazpik) y Silvia (Charlize Theron), el amor ilícito de sus padres.
No utiliza tanto el Guillermo Arriaga realizador el cruce de vidas y relatos en este film como en los compartidos con Alejandro González Iñárritu. La historia cinematográfica de Lejos de la tierra quemada es más lineal, aunque abunden los flashback, pero sí están muy presentes en esta opera prima las obsesiones del narrador mexicano: el dualismo culpa – la relación adultera es asumida por los amantes como algo prohibido - y expiación - muerte por el fuego ¿del infierno?-; el dolor que producen los sentimientos desbocados, en los mismos que los experimentan - la de Gina y Nick no es un amor feliz ni pleno por su carácter clandestino y la traición familiar que implica - y en el de los seres a los que aman; y las relaciones de interculturalidad que se dan en esos espacios geográficos de la frontera, que son una tierra de nadie, al margen del sistema, salvaje y áspera.
Maneja el director novel con soltura, sin desfallecer, las dos historias que son el eje de la película, la de los padres y la de los hijos, especialmente la de la hija ya madura - una excelente Charlize Theron en cuyo rostro atisbamos pulsiones destructivas cuando se encamina al acantilado batido por las olas - que, alejada de la hija que tuvo de su amante mejicano a la que ni conoce, trabaja como recepcionista en un lujoso restaurante y lleva una vida tan promiscua como vacía, y del cruce de ambas, de ese entramado de imágenes potentes, a veces desgarradoras, que producen desasosiego, nace la película que el espectador va hilvanando en un proceso de construcción.
Una fotografía quemada, en el caso de la historia fronteriza, y glacial, en el de la historia norteamericana, dan el adecuado envoltorio visual a este film subrayado por una poderosa banda sonora y que cuenta con buenas interpretaciones por parte de sus actores aunque, por encima de todas ellas, brille la de Charlize Theron, también productora de la cinta. Una película notable pero que, sin embargo, no llega a la magia de las colaboraciones de Arriaga con González Iñárritu. Ahora sólo toca esperar la película que el director de Amores perros ha filmado sin su guionista habitual para saber si ese tándem puede funcionar por separado o no. JOSÉ LUIS MUÑOZ
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