CINE
CUMBRES BORRASCOSAS
Andrea Arnold
¿Tiene
sentido hacer una nueva versión cinematográfica de una de las obras cumbres,
valga de redundancia, de la literatura romántica? La británica Andrea Arnold,
centrada hasta el momento en films sociales (Red Road, Fish Tank) cree
que sí, que se puede decir con imágenes algo novedoso de la novela de Emily Bronte
y lo consigue ofreciendo al espectador un relato convulso, doloroso y crudo de Cumbres borrascosas.
Fiel
al espíritu de la historia, pero rotundamente infiel a todas las adaptaciones
cinematográficas anteriores que se han hecho de ella, hasta doce creo recordar
y una firmada nada menos que por William Wyler, Andrea Arnold subvierte el
texto original dándole una pátina social. Heathclift (Solomon Glave/James
Howson), el protagonista masculino, además de desarraigado y explotado, es
negro, y Catherine (Shannon Beer/Kaya Scodelario) es una adolescente campesina
de sangre caliente que luego se refina considerablemente al matrimoniar con el
aristocrático Liton.
Pero
las virtudes de esta versión de Andrea Arnold van mucho más allá de los
protagonistas para adentrarnos, mediante un tercer personaje, el paisaje, en
esa desaforada historia de amores románticos que llegan hasta la necrofilia: amor
más allá de la muerte explícito en esa escena osada de Heathclift colándose por
la ventana abierta de la mansión para besar y abrazar el cadáver de su amada Catherine
o en su desesperado intento fallido por desenterrarla una vez sepultada.
Arnold huye del bucolismo para sumergirse en
el naturalismo más brutal (el barro predomina sobre la hierba; los conejos mueren
a golpes y los cabritos, degollados; niños que ahorcan perros; maltrato físico
dentro del ámbito familiar; vida rural miserable, sin ningún tipo de comodidad
ni calor humano; madres que mueren en el parto; tierra que engulle una y otra
vez los cadáveres que en ella se sepultan…) hasta el punto de situar ese
paisaje yermo, barrido siempre por el viento, en un componente más del drama
que tiene lugar en sus límites.
Rodada
cámara en mano, un poco a la manera dogma
de Lars Von Trier, con iluminación natural, lo que obliga a intuir las escenas
interiores en la casa campesina, sin más música que el silbido incesante del
viento que mueve la vegetación de ese desolado páramo, que es escenario
extraordinario de la película, o el ruido de esa rama que golpea una y otra vez
el cristal de una ventana, Andrea Arnold sorprende al espectador con esta
adaptación valiente y moderna de Cumbres
borrascosas que, sin embargo, no traiciona nunca el sustrato romántico del original
literario sino que le da una dimensión telúrica porque los personajes, y su
tragedia, provienen de las entrañas de la misma tierra a la que regresan
muertos. Su cámara nerviosa, como los caballos que también tienen un papel
importante en la historia (planos de sus crines revueltas), escribe poesía
visual; flores, briznas de hierba,
puñados de barro o la bruma fantasmal son elementos de la naturaleza que subrayan
el dramatismo de la narración, como ese viento enloquecido que no cesa de
aullar en ningún momento y que podría estar también detrás de la locura amorosa
de los personajes.
Pero
a pesar de sus innegables virtudes estéticas, de lo vanguardista de su estilo visual y la originalidad de los encuadres, de los tonos tristes de su
fotografía que nunca es luminosa y se decanta decididamente por el tenebrismo
pictórico, el film de la directora británica se resiente mortalmente en la
interpretación, en la, desde mi punto de vista, desafortunada elección de los
actores que no logran transmitir el estado de exaltación amorosa que
representan y no están a la altura de la historia ni del paisaje, y ése acaba
siendo un serio problema para esta Cumbres
borrascosas versión Andrea Arnold.
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