CINE / MI CASA EN PARÍS
MI CASA EN PARÍS
Isräel Horovitz
Comedia
refrescante, y digna, muy adecuada para la época estival de su estreno, esta Mi casa en Paris, nada que ver con el
título original My Old Lady. El
veterano Isräel Horovitz
(Massachussest, 1939)—Sunshine, James Dean. Una vida inventada, New
York, I love you (un episodio)—,
escribe y dirige esta comedia melodramática que se sustenta en magníficas
interpretaciones y recuerda, vagamente, a la película de Billy Wilder ¿Qué ocurrió
entre tu padre y mi madre? Aquí el papel que correspondía a Jack Lemmon lo interpreta otro actor
cómico, Kevin Kline, en un personaje
diseñado para su lucimiento personal, y del que el actor fetiche de Lawrence Kasdan saca el máximo partido
posible, y la trama se sitúa en el París de postal, el paradigma europeo para
el cine estadounidense, y alrededor de una señorial casa que el neoyorquino
Mathias Jim Gold (Kevin Kline), un perdedor de manual,
hereda de su padre, con quien siempre tuvo una relación tensa y distante, con
un peculiar inquilino, una encantadora viejecita de noventa y dos años, la
señora Mathilde Girard (Maggie Smith)
que le impedirá vender la propiedad hasta que no muera.
El
film de Isräel Horovitz funciona en
su primera parte como comedia de enredos, enfrentando a los dos protagonistas
en los regios y rancios salones de la casa, y derivará, luego, hacia el drama
cuando comprenda Mathias Jim Gold
cuáles han sido los designios de su padre al otorgarle esa herencia envenenada
y el rol que realmente desempeña en todo ese entramado la encantadora viejecita
que va con la casa.
En
un papel menor, eclipsada por la personalidad de la gran Maggie Smith, una de esas actrices que no conoce el ocaso,
encontrará el espectador a Kristin Scott
Thomas, en el personaje de Chloé Girard, la hija de la viejecita y la
némesis del desdichado Mathias Jim
Gold, y a un habitual de las películas del extravagante Jean-Pierre Jeunet, el histriónico actor francés Dominique Pinon, como el agente
inmobiliario Monsieur Lefevre que vive en la arteria de París, es decir, en una
barcaza sobre el Sena.
Película
honesta—no da gato por liebre—, que se permite algunos chistes a costa de los franceses por su
pronunciación—Monsieur Hua Hua para designar a
François Roy (Stéphane Freiss), el
agente inmobiliario interesado por la compra de la propiedad—, regada por vino tinto ligado a la longevidad de la
protagonista femenina, y al que pronto se aficiona el dipsómano protagonista
masculino rompiendo su etapa de abstemio; banda sonora de acordeón, aceptable
fotografía y que introduce el factor sentimental, en última instancia, para
propiciar un happy end que es lo que
el público de este tipo de producto desea: levantarse con una sonrisa de la
butaca y olvidarse de la película.
(publicado en Revista Tarántula, El Cotidiano y El Destilador Cultural)
Comentarios