MIS LIBROS / ASCENSO Y CAÍDA DE HUMBERTO DA SILVA
Entrevista con José Luis Muñoz,
autor de Ascenso y caída de Humberto da
Silva
El viaje
Ínclito,
estuco, miliciano.
Las
palabras que mejor definen a José Luis Muñoz (Barcelona, 1951) las recoge el
diccionario de la RAE, escondidas como están en la edición del tricentenario.
Austero, salaz, bombilla. Con ladrillos de palabras José Luis ha levantado un
adosado literario con más de cuarenta novelas en su haber (la primera, El cadáver bajo el jardín, de 1987). La
última de ellas que se ha publicado, Ascenso
y caída de Humberto da Silva (Ediciones Carena, 2016), fábula del éxito y del
fracaso: como decía Kipling (If), esos
dos impostores. De resultas de un viaje a Salvador de Bahía (Brasil), se desató
en él la sensualidad “a flor de piel” de los lugareños, y se consoló con una
oración que le costó 280 páginas: “Me llamo Humberto da Silva dos Purísima
Concepçiao, hijo de papá negro, como el puro chocolate, que trabajaba, cuando
había trabajo, descargando sacos de azúcar, café y cacao en el puerto de Cidade
Baixa”.

Manantial,
cordero, conserva.
El
viaje es la universidad de José Luis, de aspecto convencional, pelo trapezoidal,
entre canoso y roquero, y con estilo de galán, mezcla de Sean Connery (Descubriendo a Forrester), Daniel Craig (Spectre) y Bradley Cooper (Sin límites). El viaje como trasunto
del conocimiento, como fuente de inagotables sorpresas. “Viajar vuelve a los
hombres discretos”, dejó dicho Miguel de Cervantes. Y a José Luis le infunde
fuerza, vigor, potencia. El viaje le ha dado a este escritor de novela negra y
policiaca (Último caso
del inspector Rodríguez Pachón) un panel de
posibilidades infinitas, de cómplices argumentales, de entramados casuales,
fortuitos y violentos.
José
Luis Muñoz comenzó a viajar escribiendo, como un Murakami que emprendiera
vuelos sin retorno por el país de las antorchas mentales: “A mí me ha pasado
una vez que hice un viaje astral, me ocurrió con algún libro [la trilogía La pérdida del paraíso, sobre el
Descubrimiento de América: Guanahaní; El Fuerte Navidad y Caribe], que me metí en el
interior de los personajes, los tenía en la cabeza y soñaba con ellos
constantemente, de tal manera que por la mañana me dejaba llevar por la
intuición para escribir”.
El
viaje de José Luis se inició antes de que él naciera. A sus padres, siendo
novios, les separó la guerra del 36. Y la posguerra les juntó de nuevo en su
lóbrega estrechez. De su unión buscada nacieron tres chiquillos, entre ellos
uno que se haría escritor y genio de la fantasía, el Mozart de los asesinatos
sin pistas: Con seis años, José Luis escribía cuentos; con siete, una novela
del Oeste; con diez, un relato centrado en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

En
1953, la familia emigró a Barcelona, y en el barrio de Gràcia José Luis se
crió.
El
franquismo lo sufrió en carne viva, vuelta y vuelta. Y el tardofranquismo le
quemó, bien hecho: “Viví sus últimos coletazos, terribles. Yo pertenecía a
Negro y Rojo, organización anarquista radical, y recuerdo cómo la policía
entraba en las aulas de la Universidad dando palizas. Guardo en la memoria
cuando se declaró en España el estado de excepción porque se había destruido un
busto de Franco”.
Ocurrió
en enero de 1969, y para entonces, José Luis ya había recorrido la tundra, como
un trotamundos local, y sin ni siquiera haberse movido de Barcelona. “Mi padre
era bibliófilo, y entraba clandestinamente libros en casa, escondidos debajo de
la gabardina, porque mi madre le tenía prohibido comprar más. Tenía miles y
miles de libros y ella creía que el piso se vendría abajo. Para mí, aquella
biblioteca gigantesca era el delirio, allí viajaba”.

El
cine le daría la formación necesaria para entender a los demás: Ben-Hur (William Wyler, 1959), El hombre que mató a Liberty Valance
(John Ford, 1962), Mi noche con Maud
(Éric Rohmer, 1969).
Viajaría con sus actores favoritos, de celuloide, y en algún antro coincidiría
con Juan Marsé, que frecuentaba las barcelonesas salas de barrio (Delicias,
Texas, Rex…): “Mantuve una conversación con Marsé y estuvimos toda una tarde
hablando de películas, de nuestra juventud en las calles”, recuerda. “Y conocí
a [Manuel] Vázquez Montalbán, que me prologó La lanzadora de cuchillos y otros relatos eróticos.”

Luego
seguiría viajando, aliviándose, extenuándose: “París, entonces, era la Gran Capital”.
Y seguiría escribiendo, extenuándose, aliviándose con su Olivetti Lettera 42:
“Yo he trabajando en un banco, en ‘la Caixa’. Y he escrito para huir de la
rutina laboral. Concibo la escritura como una necesidad: al igual que como y
bebo, escribo. Siempre digo que la literatura me ha salvado la vida. La
creatividad.”
Para
escribir y enredarse en los dedos, que le prolongan como hombre amado, le devuelven
el virtuosismo perdido, le agotan largamente, resucitado, el autor de Ascenso y caída… viajó también a Alaska,
tras los pasos de Jack London (La llamada
de lo salvaje).
Lo
salvaje.
El
león ruge. La pantera himpla. El elefante barrita.
José
Luis Muñoz escribe.
Conspicuo.
Atolón. Crianza.
Jesús Martínez
Booktrailer de Ascenso y caída de Humberto da Silva
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