LITERATURA / PITBULL ELLROY
Pitbull Ellroy
Es un epíteto que seguro que no le molesta en
absoluto al aludido. Es el perro rabioso de la novela negra norteamericana, un
personaje peculiar que él mismo se encarga de alimentar con actitudes,
exabruptos, salidas de tono y esa cara de pocos amigos que suele exhibir. Un
personaje tan estudiado como los que pueblan sus novelas desoladoras y
extraordinarias que son como puñetazos en el hígado en donde retumban los ecos
más alejados del sueño americano. James Ellroy no escribe, dispara con sus
palabras como si las lanzara con una recortada contra el lector. Secas,
cortantes, lapidarias y de fraseado corto, sus novelas describen un periodo histórico
muy determinado de la sociedad norteamericana, la de los Kennedy y la época
dorada de Hollywood (El presente me
importa una mierda), y son la mejor vía para entender ese país tan complejo
y contradictorio en el que una felación puede llevarte entre rejas y volarle a
un tipo la cabeza en tu casa ser bien visto. James Ellroy, el pitbull, que no
esconce sus ideas de extrema derecha próximas al fantoche que tiene como
presidente, como el cineasta Clint Eastwood, sino que se vanagloria de ellas,
es un caso excepcional dentro del gremio de la novela negra dominada en
general, en su país y en el mundo entero, por los escritores rojos.
James Ellroy cogió el avión en Denver, en
donde vive, y se plantó en BCNegra con su camisa hawaiana para participar en
uno de los eventos más importantes de ese macrofestival de género negro que
capitaneó este año Carlos Zanón en sustitución de Paco Camarasa, su inventor:
recibir el premio Pepe Carvalho al mejor novelista de género negro en homenaje
al personaje de un escritor rojo entre los rojos como lo fuera nuestro querido
Manuel Vázquez Montalbán cuya lucidez se echa tanto en falta en estos tiempos
convulsos. El autor de la trilogía de Los Ángeles (La Dalia Negra, L.A,
Confidencial, Jazz blanco y El gran desierto), que tuvo una infancia
desdichada marcada por el atroz asesinato de su madre, una enfermera alcohólica
y promiscua (y de ahí salió una de sus libros más impactantes: Mis rincones oscuros), y pasó temporadas
entre rejas por desórdenes públicos, relativizó la violencia policial de su país en
donde los uniformados tienen manga ancha, disparan y después preguntan y matan
a chavales de 14 años por apuntarles con pistolas de agua, y dijo, como colofón
que la película La Dalia Negra de
Brian de Palma que se proyectaba en homenaje a su persona a continuación era
una mierda. Es un tipo que habla claro y no se corta. Es tan granítico como los
personajes de sus novelas.
Puede que me cruzara con James Ellroy en
alguna Semana Negra de Gijón (recuerdo a Donald Westlake, pero no a él), pero
no creo que me hubiera apetecido tomar un café con él siguiendo el axioma de
Margaret Atwood de que Interesarse por un
escritor porque nos gustan sus libros es como interesarse por un pato porque
nos gusta el foiegras, pero seguiré leyendo al autor de Sangre en la luna (en esa novela de la
colección Etiqueta Negra de Silverio Cañada y Paco Ignacio Taibo lo descubrí) porque
indiscutiblemente es uno de los grandes de la novela negra norteamericana y la
obra, siempre, está por encima de su creador, lo redime incluso.
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