CINE / LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE, DE BI GAN
LARGO VIAJE
HACIA LA NOCHE
Bi Gan
China se está convirtiendo en la gran potencia
cinematográfica de Asia, dejando aparte el cine de Bollywood que es de consumo
casi exclusivamente local salvo honrosas excepciones. El gobierno chino ha puesto
el foco en su cine como uno de sus productos de prestigio exportables. La
producción china va desde el cine de gran espectáculo, ambientado en la época
imperial, con alardes de efectos especiales apabullantes, al intimista,
centrado en el mundo de los sentimientos amorosos.
Largo
viaje hacia la noche se enclava en este último tipo
de cine, en el de los sentimientos amorosos en su muy tenue (uno de los reproches
que se le puede hacer a esta larga película) línea argumental que se centra en
la búsqueda de la mujer amada, una tal Wan Quiwen (Sylvia Chang), por parte de Luo Hongwu (Tang Wei), que le lleva de nuevo a su ciudad natal de Kaili después
de doce años de ausencia. Allí, entre escenarios en ruinas, cines y teatros
decadentes, prostitutas y ambientes
enrarecidos que parecen sacados de Mad
Max (ese demoler para construir que aparece como común denominador en las
últimas películas chinas que estoy viendo), el protagonista se obsesiona en la
búsqueda de esa muchacha y la cree descubrir en una desconocida que encuentra y
regenta un karaoke local.
Hay en los escenarios en demolición de Largo viaje hacia la noche atmosferas
del cine de Andrei Tarkowski, pero
sin su trascendencia metafísica, sin discurso detrás. Hay en la tratamiento del
tiempo, uno de los ejes fundamentales de la película, huellas claras del cine
rupturista del primer Alain Resnais,
el de la nouvelle vague, concretamente
de El año pasado en Marienbad, o de Hiroshima, mon amour, pero le falta la capacidad
de fascinación del francés. La cámara acompaña al protagonista en esa búsqueda
fallida de la amante por parte de su enloquecido enamorado que mezcla sin orden
ni concierto sueños y recuerdos, sigue literalmente sus pasos subiendo desgastados
escalones y pisa el agua encharcada de una estancia inundada en una voluntad de
meter al espectador dentro de la pantalla,
como si fuera un videojuego, pero la propuesta estética no es estimulante, termina
aburriendo porque es antropófaga, se devora a sí misma y se diluye. No es lo
mismo que Stanley Kubrick filme en tiempo
real el famoso duelo de Barry Lindon
que Bi Gan filmando a un tipo comiéndose
una manzana sin mover la cámara durante un par de minutos. La secuencia de la
película de Kubrick tiene dramatismo in crescendo, razón de ser; la de Bi Gan es anodina, perfectamente
prescindible.
Largo
viaje hacia la noche es un sueño obsesivo con
pequeños apuntes de cine noir (la
peripecia del protagonista con un pequeño maleante llamado Gato, que acaba en
la sima de una mina; el mismo Luo Hongwu, armado con una pistola, que actúa como
si fuera un detective indagando por todos los medios sobre el paradero de la
chica misteriosa; el asesinato en el cine, en el que el disparo al espectador
que ocupa la butaca de delante se efectuará en el momento en que suene un
disparo en la película que se está proyectando, una referencia al final de El hombre que sabía demasiado de Alfred Hitchcock, rodado con una cámara
que gira por completo el fotograma y ofrece una visión sorprendente de víctima
y victimario, aunque omita el momento del disparo) y termina por dar ese giro
de cine dentro del cine en sus últimos cincuenta minutos, cuando Luo Hongwu entra
en una sala cochambrosa, se cala las gafas 3D y en esas tres dimensiones se
inicia una peripecia visual de casi una hora rodada en un único plano
secuencia, un alarde de virtuosismo cinematográfico que uno no recuerda desde
el mítico inicio de Sed de mal de Orson Welles. ¿Y para qué, se pregunta
el espectador, tanto tiempo (más de dos horas) y tanto alarde técnico si apenas
hay historia?
Hay quien ve paralelismos entre la
película de Bi Gan y Deseando amar de Wong Kar Wai. Nada más lejos, salvo que los protagonistas de ambas
películas andan despacio y fuman como carreteros y que algunos fotogramas tienen
una apariencia pictórica. La filigrana esteticista y amorosa del director de
Hong Kong emociona hasta lo sublime, deleita con imágenes de una belleza
apabullante y una banda sonora envolvente, mientras el film de Bi Gan no es más que un ejercicio de
estilo prolijo que más aburre que emociona y envuelve la nada.
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