SOCIEDAD / CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE
CUANDO EL DESTINO
NOS ALCANCE
Después
del Covid 19 el mundo no va a ser el de antes, y se ven en el horizonte cambios
más drásticos que después del 11S. Después del 11S el mundo fue a peor (más
guerras, más expansión del terrorismo, más países destrozados cuyas poblaciones
quisieron llegar a Europa). La crisis del 2008, la gran estafa global, la
sufrimos los que nada tuvimos que ver con ella y dejó un oculto rastro de
cadáveres por el camino (no hay una estadística de los que se suicidaron como
consecuencia de ella). Todos estos estallidos, bélicos, financieros, ahora
sanitarios, han ido modelando la sociedad. Lo que está por ver es cómo esta
pandemia va a afectar a las sociedades, a la forma de relacionarnos entre
nosotros y al mundo de la cultura, por ejemplo.
Si algo
positivo se saca de esta atrocidad que nos está diezmando es que el mundo sigue
funcionando a otro ritmo con casi toda la humanidad metida en sus casas y que
la tímida implementación del teletrabajo, que existía hasta entonces, va a
crecer tan exponencialmente como el maldito virus. La actividad presencial en
los centros se va a reducir al mínimo indispensable, y que un alto porcentaje
de la humanidad trabaje desde sus casas y con menos horas no solo va a ser
bueno para el ahorro de energía y la reducción de gases contaminantes, sino
también muy beneficioso para las empresas ya que muchas de ellas podrán
prescindir de sus locales o reducirlos a la mínima expresión. Entonces, seamos
optimistas dentro de tanta desgracia; la humanidad necesitará cubrir esas horas
de ocio tras resetearse, y ahí está la cultura y sus agentes para cubrir esa
necesidad.
El
mundo del libro ha sobrevivido a sucesivas crisis (la del 2008 fue de una
letalidad espantosa, y entre el pan y la lectura la gente se inclinó por el
primero) y, soy optimista, puede salir reforzada de esta. Los que leemos, pocos
en este país en el que me encuentro, España, estamos aprovechando estos días de
confinamiento para devorar los libros que teníamos atrasados o releer a los
clásicos que nos fascinaron en nuestra juventud. El aumento de horas de ocio
(vuelvo al teletrabajo) generará espacios de tiempo libre para que cada uno los
administre cómo quiera, y ahí debe de estar el libro, en papel y digital. Las
editoriales en esta tesitura no deben ralentizarse sino todo lo contrario,
lanzar al mercado novedades y hacerlas llegar a los lectores tanto en papel
(sigo abogando desde una perspectiva romántica por el libro como artefacto
perfecto que se lee, se presta, se lega) como en digital. Y de esta crisis
sociosanitaria, y del mundo que se avecina forzosamente diferente del que nos
ha tocado vivir hasta ahora, saldrán, no tengo duda, un rosario de novelas
notables que van a beber de las experiencias vitales de los escritores sumidos,
como toda la sociedad, en una situación excepcional y completamente distópica.
Más
complicada va a ser la gestión política y la tentación autoritaria que ya se
está viendo en algunos países como en Hungría en donde Orban, aprovechando la
coyuntura, se dota de poderes excepcionales durante seis años (lo de Duterte en
Filipinas, dando la orden de disparar a matar, es peor). La monotorización de los
ciudadanos (Orwell a la enésima potencia) provoca no pocos recelos en la
ciudadanía, especialmente la europea reacia a perder ese resquicio de libertad.
Tanto China como Corea del Sur han demostrado que ese sistema es eficaz para
controlar la expansión de la pandemia, pero los europeos lo vemos como una
intrusión violenta en nuestra privacidad, un ataque frontal a la libertad, y
ahí hay un dilema democrático, el de si para el bien de la comunidad deben
recortarse derechos cívicos. Yo me resisto, claro, porque luego puede haber una
tentación de perpetuidad.
La
crisis afecta a la tan cacareada globalización, tan alabada por políticos y
economistas, que se ha demostrado no soluciona problemas en tiempos de
emergencia sanitaria. No tener una industria sanitaria potente in situ
(mascarillas, batas, tubos) promueve una especulación brutal en el bazar
mundial y provoca un índice de letalidad en los países que dependen de la
compra de esos suministros. La globalización turística, el turismo lowcost que
va de un lado a otro del planeta como abejas enloquecidas, ha propiciado la
transmisión fulgurante del virus. Esto va a suponer una bunkerización de
países, con cierre de fronteras (Macron habla de sellar Europa) y un control de
la libertad de viajar que va a ser muy difícil de asumir. Estados Unidos, país
que lidera contagios y fallecidos, va a quedar muy tocado como modelo social y
económico.
De la
economía no hablemos. Ha saltado por los aires. La crisis del 2008 no es nada
comparada a esta que algunos comparan con el crack del 29. El mundo baja el
ritmo y se ralentiza. Algunos países, como el mío, van a implementar la renta
mínima universal para que nadie se quede en la estacada. Quizá haya llegado el
momento de deslindar lo esencial de lo accesorio y ver que se puede vivir y ser
feliz con muchísimo menos. La naturaleza nos lo está agradeciendo.
“Roberto
Luis Wilcox parece predestinado por su nombre; su padre, un hombre de saber
enciclopédico y bon vivant de ascendencia británica, se lo puso en homenaje al
gran escritor Robert Louis Stevenson, y como él tendrá una salud frágil durante
su infancia, viajará por medio mundo y será escritor, aunque no de éxito sino
maldito.
La
vida, los amores, los desamores, las frustraciones, las alegrías y los golpes
del destino de ese personaje narrados desde todas las habitaciones de los
hoteles que lo vieron pasar, desde modestas pensiones a hoteles de lujo, de París
a Nueva York, de la India a Samoa, en donde yace tusitala, el que cuenta historias, el autor de Cuentos de los Mares del Sur y La
isla del tesoro, en un viaje constante que no parece tener fin y a través
del cual Roberto Louis deja de ser un niño, pasa a ser un joven lleno de
ilusiones, madura perdiéndolas todas, envejece y se acerca a su final. Una
novela en la que se fusionan literatura, viaje y vida.”
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