LITERATURA / EL ÚLTIMO MOSQUETERO
El último mosquetero
La fría
estadística salta por los aires cuando las víctimas tienen caras, nombres y
apellidos. Quizá, cuando todo esto acabe, habrá que hacer un memorial recordándolas.
Al desencadenarse esta pesadilla distópica compartía con una amiga el temor de
que esto, el mal desatado, microscópico, maldito y traicionero, tocara a alguien
de nuestro entorno, a un familiar o a un amigo, y nuestro peor presagio se ha
cumplido.
Eras
pura vida, amigo, vital y tan efusivo como grande. Te conocí en Valderrobres (cerca
de Rajadell, en donde naciste), uno de
los pueblos más bonitos de España, de la mano del librero, Octavi Serret que, como otros muchos, ha tenido que echar la
persiana, en un festival literario, el Matarraña Negra que con muchas ganas
organizábamos unos pocos. Allí venías tú con tu cargamento de libros policiacos
tras el éxito de Los crímenes del
Matarraña, ponías la parada, los vendías y compartíamos comidas, charlas,
risas, copas y cafés. En el segundo año del festival, que fue el último,
ganaste muy merecidamente ese premio de relatos que convocábamos con un cuento
delicioso pletórico de humor y te llevaste una pata de jamón para compartir con
los tuyos. Me dijiste, en un aparte, que concursabas para llevarte esa pata de
jamón turolense. Te creí.
Siempre
pensé, al verte, que el cine te había dejado escapar. Eras, con tu aspecto
imponente, con esa envergadura física y ese ademán galante y simpático, el
mostacho afrancesado, la perilla alborotada, las patillas de hacha y esa melena
sesentayochesca, el perfecto mosquetero, muy próximo al Van Heflin encarnando a Athos en Los tres mosqueteros más clásico, el de Georges Sidney con Gene
Kelly como D’Artagnan. Si se hubiera cruzado en tu camino Quentin Tarantino te habría dado un
buen papel en Abierto hasta el amanecer
compartiendo peleas de salón con Danny
Trejo; con el gorro blanco alto y acento francés podrías ser un cocinero de
la nouvelle cuisine; con una Magnum en
la mano, un detective americano. He aquí un tipo desaprovechado para el cine,
siempre pensaba cuando te veía.
Nos
hemos visto infinidad de veces, también en ese festival que unos cuantos
montamos con muchas ganas en mis tierras de Arán, el primer Black Mountain
Bossòst, al que viniste con tus libros y Toñi, tu mujer, y jugaste con las
hijas de Elías y Rosario en la Hostería Catalana, y ellos te recuerdan, amigo. Con
las aventuras del guardia civil Silva (un guiño a Lorenzo) seguiste dando
guerra y abriéndote paso en el BCNegra que montaba Paco Camarasa (otro desaparecido: librería y luego librero). Te
volví a encontrar en las sucesivas ediciones de Lloret Negre, al que siempre te
invitaba su comisaria Angelique Pfitzner,
y en las paradas de libros de Sant Jordi, especialmente en las de Som Negra,
otra librería que echó el cierre, con tus divertidos libros a cuestas, que te editabas,
vendías y dedicabas, en los que recogías muchas de tus anécdotas que como
policía local de Castelldefels te llegaban o protagonizabas. Y coincidíamos en
Cubelles Noir, en esas comidas ricas y multitudinarias de la mano de Xavier Borrell, su comisario, después de participar en sus mesas con
guardias civiles, policías nacionales, mossos
d’esquadra y detectives privados que, como tú, escribían. Estabas en todas partes,
en todos los festivales y movidas literarias porque eras muy querido y dabas
mucho juego en los debates y en las tertulias: abrías la boca y ya te ganabas
el aplauso y la sonrisa.
Alicia Giménez Barlett, la gran dama del género
criminal español, dijo de tu novela Tráfico
de deudas: “Divertida, trepidante y auténtica”. Paco Camarasa glosó tus Crímenes
del Matarraña: “Los crímenes del
Matrarraña” no se deja engañar por las apariencias. Pero nosotros si nos
dejamos atrapar por su ir de aquí para allá, con humor y sin descanso.”
Escribías porque te divertías, y lo hacías con inigualable gracia y
naturalidad.
Compartí
contigo y Toñi esa paella que un día José María nos hizo en casa de Lluna Vicens, cuyo hermoso libro te ha
faltado tiempo para leer, y las risas de
esa larga sobremesa de la que costaba levantarse. Eras de sonrisa franca, chiste
rápido, risueño y bueno, lo que se entiende en nuestro argot de hombres duros
un buen tipo, de una pieza. Últimamente saltabas de contento con tu jubilación,
con esa nueva vida que se abría ante tus ojos, con ese nieto que había venido
para endulzar tu existencia.
Te habría gustado leerme, y leer los cientos de mensajes de cariño que se han colgado en tu muro de Facebook en estos tiempos extraños en los que los que se van lo hacen en silencio, sin ceremonias de despedida, sin abrazos a los allegados, y toda esa extrañeza, amigo y colega, hace que crea que aún estás aquí, que tu fuerte constitución ha derrotado a ese virus maldito que tanta gente se está llevando. Tú rompes la fría estadística, pones cara y letra al número, Isidro Garrido, el último mosquetero.
Mi libro 50, "El viaje infinito" (Bohodón Ediciones, 2020) ya está disponible en formato papel y ebook.
“Roberto
Luis Wilcox parece predestinado por su nombre; su padre, un hombre de saber
enciclopédico y bon vivant de ascendencia británica, se lo puso en homenaje al
gran escritor Robert Louis Stevenson, y como él tendrá una salud frágil durante
su infancia, viajará por medio mundo y será escritor, aunque no de éxito sino
maldito.
La
vida, los amores, los desamores, las frustraciones, las alegrías y los golpes
del destino de ese personaje narrados desde todas las habitaciones de los
hoteles que lo vieron pasar, desde modestas pensiones a hoteles de lujo, de París
a Nueva York, de la India a Samoa, en donde yace tusitala, el que cuenta historias, el autor de Cuentos de los Mares del Sur y La
isla del tesoro, en un viaje constante que no parece tener fin y a través
del cual Roberto Louis deja de ser un niño, pasa a ser un joven lleno de
ilusiones, madura perdiéndolas todas, envejece y se acerca a su final. Una
novela en la que se fusionan literatura, viaje y vida.”
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