SOCIEDAD / MIS ÁNGELES BLANCOS
MIS ÁNGELES BLANCOS
En las
guerras, esas artimañas que montan los canallas para saciar sus ansias de
poder, apropiarse de territorios y recursos ajenos, los héroes no son esos
soldados anónimos obligados a matarse unos a otros, que seguramente
compartirían una cerveza si no hubieran de enfrentarse, sino ese ejercito de
batas blancas que repara sin descanso los destrozos que causan los disparos,
las bombas y las bayonetas y acompañan a los agonizantes desconocidos de uno u otro
bando apretando sus manos. Se mueve ese ejército blanco entre el dolor, la
sangre y la muerte y cada vida que salvan es para ellos una epifanía. Se
vuelcan en ellos en todos los conflictos inimaginables, están a su lado en las
hambrunas, los atienden cuando los rescatan de los gélidos mares, montan
hospitales en donde otros arrasan ciudades, palían con su esfuerzo altruista,
porque jamás están bien pagados, lo que los gobernantes avariciosos y
criminales destrozan. Son los guardianes de la vida frente a los depredadores
de la muerte.
Estos
días, por la pandemia del Covid 19 (no entiendo el criterio de la RAE de
convertirlo en femenino y me resisto a ello) la sociedad española se vuelca con
nuestros sanitarios, los aplaude todas las noches, los familiares de los
salvados los abrazan en sus corazones cuando los devuelven a la vida. Unos sanitarios
que luchan contra la epidemia muchas veces mal equipados, con jornadas
extenuantes, que suman sus bajas al resto de la población. Están en primera línea
de fuego y son nuestros héroes indiscutibles ahora que son vitales y los necesitamos,
pero no nos olvidemos de ellos mañana, cuando todo esto acabe, no nos venza el egoísmo
de nuestra memoria de pez.
Seguramente
habrá que levantarles un monumento de reconocimiento cuando toda esta pesadilla
pase, o convocar una manifestación masiva en todo el país, cuando sea inocua y
aconsejable, pero lo que ellos piden, ahora y siempre, cuando se privatizaron y
cerraron hospitales públicos, redujeron personal y salieron a la calle
convertidos en una marea blanca, es que se refuerce la sanidad, que todos los
recortes se reviertan, que aumente la partida presupuestaria destinada a ellos
y sea ésta intocable, y que este músculo de emergencia sanitaria, que
finalmente se ha puesto en marcha, esté ahí para quedarse por si hay nuevos
coletazos de ese monstruo impredecible e invisible, y eso lo podrán conseguir
los ciudadanos no manifestándose, que también, sino no equivocándose a la hora de depositar
su voto en la urna para que jamás de los jamases se recorte la sanidad. Habrá
que recordarlo en su momento.
Mis
ángeles blancos, de los que me siento orgulloso, tienen nombres y apellidos.
Juan José Rubio Muñoz, mi primo Juanjo, jefe de cuidados intensivos de la
clínica Puerta de Hierro de Majadahonda, Madrid, toda su vida volcada en la
medicina y en la investigación, que tenía que jubilarse este año y sigue al pie
del cañón y seguirá hasta que todo esto pase, y será llamado a filas si se le
necesita de nuevo porque nunca se deja de ser médico. Carlota Muñoz Briongos,
sobrina, auxiliar de enfermería en el hospital Universitario Ramón y Cajal de
Madrid, en primera línea de fuego, haciendo de tripas corazón en jornadas tan
largas como dolorosas sin desfallecer con el coraje que la caracteriza. Antonia
Freile, enfermera desde siempre, amiga desde hace muchos años y mi doctora de
cabecera a distancia cuando algún mal me aqueja, que se muere de rabia e impotencia
todos los días por los que no puede salvar en el Hospital del Mar de Barcelona y
se le reconcomen las entrañas cuando llega a su casa exhausta para llorar por
cada uno de los que se fueron de esta guerra sin disparos porque nadie está
vacunado contra el dolor ajeno, y ella menos. Por ellos y por todos los que
ponen en juego sus vidas por nosotros, mi agradecimiento.
Mi libro 50 EL VIAJE INFINITO ya disponible en ebook y papel.
“Roberto
Luis Wilcox parece predestinado por su nombre; su padre, un hombre de saber
enciclopédico y bon vivant de ascendencia británica, se lo puso en homenaje al
gran escritor Robert Louis Stevenson, y como él tendrá una salud frágil durante
su infancia, viajará por medio mundo y será escritor, aunque no de éxito sino
maldito.
La
vida, los amores, los desamores, las frustraciones, las alegrías y los golpes
del destino de ese personaje narrados desde todas las habitaciones de los
hoteles que lo vieron pasar, desde modestas pensiones a hoteles de lujo, de París
a Nueva York, de la India a Samoa, en donde yace tusitala, el que cuenta historias, el autor de Cuentos de los Mares del Sur y La
isla del tesoro, en un viaje constante que no parece tener fin y a través
del cual Roberto Louis deja de ser un niño, pasa a ser un joven lleno de
ilusiones, madura perdiéndolas todas, envejece y se acerca a su final. Una
novela en la que se fusionan literatura, viaje y vida.”
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