CINE / MARTIN EDEN, DE PIETRO MARCELLO
MARTIN EDEN
Pietro Marcello
Martín Eden es, sin duda, una de las novelas más
complejas, profundas y desencantadas de Jack London, una obra escrita en
su madurez creativa en la que narraba lo difícil que era llegar a ser escritor
desde el autodidactismo. El autor y aventurero norteamericano, a través del
alter ego reconocible de su protagonista principal, no solo hablaba de sus
duras vicisitudes para cumplir el sueño de vivir de la literatura, sino que
también de la sociedad de su tiempo, la explotación del capitalismo y su propio
encaje como ser individualista en un proyecto socialista que le parecía el más
justo aunque no se sintiera cómodo en él. El aventurero que se adentraba en el
Gran Norte buscando fortuna, el marinero y pirata, el buscavidas que lo fue en
toda su existencia hasta que se hartó de ella, conectaba más con el anarquismo
que con el colectivismo. Su profundo individualismo no acababa de casar con los
preceptos socialistas.
Flaco favor le hace, a mi parecer, el director
italiano Pietro Marcello (Caserta, 1976) en su licencia de trasladar a
ese Martín Eden genuinamente norteamericano a una Italia a un paso de
caer en manos de los camisas negras de Mussolini (y ahí tenemos a un
improbable Ducce debatiendo sobre
política con el protagonista en un bar) y entrar en la Segunda Guerra Mundial
(hoguera de libros quemados por las huestes del Tercer Reich) y no ceñirse ni
en tiempo ni en ubicación al original de Jack London: Oakland
(California) y finales del XIX.
Tiene este Martin Eden, tan politizado como
impostado (las asambleas obreras en las que el protagonista interviene y expone
sus argumentos me parecen granguiñolescas, de trazo grueso, absolutamente
planas) que pretende ser un fresco histórico, una clara tendencia hacia el
feísmo pasoliniano, no solo en la elección de sus numerosos figurantes
(desdentados, sucios, mal vestidos, declaradamente feos en un perverso dibujo
del proletariado que estaría en las antípodas del Noveccento de Bernardo
Bertolucci) sino también en su ambientación en un Nápoles miserable
retratado con una fotografía sencillamente horrenda, de video barato. Emplea
más de dos horas de tedioso metraje el director de este film para mostrarnos a
ese Martin Eden histriónico, interpretado por un muy poco creíble Luca
Marinelli, que se pasa ciento veinte minutos haciendo aspavientos, llorando
y gritando, y al que le devuelven
cartas destinadas a revistas y editoriales sin abrir como seña de su fracaso
literario. No vemos ni por asomo a ese hombre de acción que fue Jack London
(tumba a puñetazos a un marinero en el muelle y a un rival despechado en un
baile), ni se razona su pasión por contar su vida, rica en anécdotas. Hay lagunas en el guion (de la noche a la
mañana Martín Eden aparece viviendo en un palacio a costa de un editor
altruista); las rupturas con sus parejas femeninas resultan tan incomprensibles
como sus enamoramientos; y los constantes guiños al cine de Pier Paolo
Pasolini o al del primer Bernardo Bertolucci combativo (y menos
interesante e influido por el primero) no hacen otra cosa que uno añore a los
originales.
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