CINE / MARILYN MONROE VIVE
Como antólogo, junto a mi colega y amigo argentino Gustavo Abrevaya, de un extenso libro homenaje a la figura de Marilyn Monroe de más de 400 páginas titulado “M.M.” (Vencejo Ediciones, 2023) me consta que la actriz, que lleva más de sesenta años enterrada, vive y que suicidándola a los 36 años sus asesinos (la hipótesis de un crimen nunca fue descartada) la hicieron inmortal.
Cuando me puse en contacto con una serie de
escritores de uno y otro lado del charco, algunos amigos pero otros simplemente
conocidos, para invitarles a participar en esta antología, me quedé gratamente
sorprendido por la masiva aceptación que tuvo el proyecto, hasta el punto de
que se subieron al carro conocidos de mis conocidos a los que no conocía. Al
final, ese libro que hemos coordinado al alimón Gustavo Abrevaya y yo, con
fiero entusiasmo, ha conseguido la colaboración de nada menos que 72 autores de
España, Argentina, México, Cuba, Panamá, Ecuador, Venezuela, Colombia, Italia y
Francia y cuenta con firmas tan prestigiosas como Zoe Valdés, Guillermo Orsi,
Andreu Martín, José Carlos Somoza, Lorenzo Lunar, Jesús Ferrero, Alfons
Cervera, Ramón Acín, Fernando Martínez Laínez, Kike Ferrari, Mariano Sánchez
Soler, José María Gatti, Luis Gusmán y un larguísimo etcétera.
Muchos de los autores, los más jóvenes, no
habían nacido cuando murió Marilyn Monroe, pero sabían de ella, la descubrieron
posteriormente a través de sus películas o de los muchos documentales que se
hicieron sobre su vida, o los muchos libros que se escribieron sobre sus
vicisitudes. La novela de la escritora norteamericana Joyce Carol Oate, Blonde, y la posterior película homónima
de Andrew Dominik (linchada injustamente por la critica), demostraron que el
mito sigue muy vivo. ¿Y por qué ella, precisamente, y no otra?
La sociedad, por sistema, tiende a mitificar
los bonitos cadáveres, las personas sobresalientes y exitosas que mueren antes
de tiempo, en plena juventud, y ahí están tres iconos que perduran, de los que
se sigue hablando, a los que se comercializa incluso para sacar un rendimiento
económico post-morten: Eva Perón, Ernesto Che Guevara y Marilyn Monroe. Juan
Domingo Perón, el marido de la primera, no tuvo ni la fuerza ni la popularidad
extraordinaria que tuvo la patrona de los descamisados que rayó la
santificación en Argentina y fue protagonista de películas y de un muy exitoso
musical: Evita. Fidel Castro, muerto
longevo, no tuvo la repercusión mediática de su delfín en la revolución cubana
que abandonó el cómodo cargo de ministro de Hacienda (el comandante le dio ese
puesto odioso y no fue inocentemente) para ir a morir en las selvas de Bolivia
luchando por sus ideales y nos encontramos su imagen icónica en camisetas,
carteles, tazas... Seguramente, en la época dorada de Hollywood, había actrices
cuya calidad interpretativa estaba muy
por encima de Marilyn Monroe (Ava Gardner, Elizabeth Taylor, Lauren Bacall...)
, pero ninguna de ella gozó de su aura, ni se convirtió en icono. Pero no nos
engañemos, si a día de hoy viviera Marilyn Monroe, que sería una venerable
ancianita retirada en una residencia, nadie se acordaría de ella, no hubiera
sido un mito. La sociedad exige cadáveres exquisitos para venerarlos.
¿Qué había de mágico en la figura de Marilyn
Monroe? ¿Por qué ella fue diferente al resto de las estrellas del star system? Seguramente porque su vida
fue una tragedia de principio a fin. Tuvo una vida atribulada desde su
infancia, con una madre perturbada mental que jamás la quiso e intentó
estrangularla siendo niña porque la consideró culpable de su frustrada vida
amorosa, y un padre al que estuvo buscando toda la vida y que, cuando lo
encontró, no quiso saber nada de ella. Cuando fue abandonada por su madre y
deambuló por varios hogares de acogida, fue violada en dos ocasiones por uno de
los inquilinos de esas casas. Con esos prolegómenos su existencia estaba
marcada. Los traumas de la infancia dejan heridas indelebles.
A la actriz icónica le llegó el éxito tras
muchísimos esfuerzos y no pocos sacrificios que incluían acostarse con
productores cinematográficos (sorprende que el movimiento Me Too no la haya convertido también en su estandarte) y adoptar el
papel glamuroso y feliz de Marilyn Monroe y ocultar el de Norma Jean Mortinson,
quien verdaderamente era. Ese ser dos en una debió causarle problemas de
identidad cuando se desprendía de las pestañas postizas, limpiaba de carmín sus
labios y se miraba en el espejo: ¿quién era realmente? Su transformación física
incluyó dos operaciones estéticas leves (una rinoplastia, para hacer ligeramente
respingona su nariz, y un implante de mentón) y abandonar ese aire de granjera
saludable para pasar a ser un sex symbol
y responder exactamente al sueño masculino norteamericano, aunque fuera
impostando porque las medidas corporales de la estrella (89/56/89), cuya altura
era un metro sesenta y ocho centímetros,
eran muy normales. Marilyn Monroe nunca fue una mujer exuberante, como
sí lo era su doble con la que quisieron sustituirla Jane Maynsfield (102/58/89),
aunque engañara en pantalla con sus vestidos ceñidos y sus andares
bamboleantes. Interpretaba su papel a la perfección. También era una chica
triste que se hacía pasar por alegre.
Y luego están sus sucesivos fracasos
sentimentales en esos tres matrimonios en los que Norma Jean buscada reemplazar
la figura de ese padre ausente por un marido protector, y que no llegaron a
buen puerto, y esos deseos frustrados de ser madre, porque M.M. adoraba a los
niños, que se saldaban con abortos. Tengo
tanto miedo a que no me quieran que, cuando me quieren, solo soy capaz de
pensar en el instante, cercano o lejano, en que dejarán de quererme,
escribió. Se casó con el escritor James
Dougherty, su vecino, un matrimonio que duró cuatro años, lo hizo luego con el jugador de béisbol Joe
DiMaggio, el que más la quiso, el que preparó su funeral, del que se separó al
año porque la maltrataba físicamente (era un celoso de manual) aunque le
hiciera el amor como ningún otro hombre en su vida, según ella misma confesaba,
y por último con Arthur Miller, de quien estaba locamente enamorada (basta ver
su cara radiante el día de su boda con el dramaturgo norteamericano), que
soñaba iba a ser el hombre de su vida y la abandonó sumiéndola en una crisis de
la que no se recuperó. ¿Puede un hombre
sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?, escribió el
autor de Las brujas de Salem.
Insegura (no conseguía memorizar los diálogos
y exasperó a Billy Wilder en el rodaje de Con
faldas y a lo loco por una frase simple que era incapaz de decir) y voluble
(sus cambios de humor eran frecuentes), la Monroe tenía un bajo concepto de sí
misma: Soy hermosa por fuera, pero
horrible por dentro. Su psiquiatra decía de ella que tendía a relacionarse
con personas que la herían. Y ahí entramos en esa parte oscura de su vida, la
de la que está relacionada con la novela negra y novela de espionaje, la de esa
Marilyn que se relacionaba con la Mafia gracias a la amistad con el clan
Sinatra, Frank pero sobre todo Peter Lawford, y este último que la llevaría a
la Casa Blanca, a convertirse en la amante del presidente John F. Kennedy, y de
rebote, de su hermano Robert Kennedy, su ambición inocente de convertirse en la
primera dama de Estados Unidos, desplazando a Jacqueline, porque estaba
convencida de que el presidente estaba enamorado de ella, y esa canción de
cumpleaños en la que hizo pública su relación amorosa y adúltera con el
mandatario, enfundada en un vestido ceñido que debieron coser sobre su cuerpo
para que diera la sensación de que iba desnuda (y que se reventó), una carta
arriesgada de una partida de póquer que jugó y perdió, como perdió la vida,
poco después, y nunca sabremos si suicidio o asesinato. The late Marilyn Monroe, anunció Peter Lawford cuando la estrella
subió con un retraso considerable al escenario para cantar como si tuviese un
orgasmo el Happy Birthday Mr President.
Late que puede traducirse por
impuntual o difunta. ¿Firmó allí su certificado de defunción? Hay una foto
esclarecedora en la que aparece Marilyn Monroe, acabada la ceremonia, tensa, y
los dos hermanos Kennedy, de espaldas, que parecen recriminarla.
Pero la Marilyn que queda, la que vive, es la
del celuloide y la descubrí en una película en technicolor, en Niágara, de Henry Hathaway, vestida de
rojo, ceñida, balanceándose sobre altísimos tacones, rubísima femme fatal que acababa estrangulada por
un marido celoso encarnado por Joseph Cotten en una película que se anunciaba
como la conjunción de dos fenómenos de la naturaleza: las cataratas del Niágara
y Marilyn Monroe. Luego vinieron muchas más, y películas anteriores, como La jungla del asfalto, Eva al desnudo o Sopa de ganso con los hermanos Marx, en las que todavía no era la
Marilyn Monroe que conocemos sino que estaba más próxima a Norma Jean. Después
se la encasilló, a su pesar, en papeles de rubia tonta, en la desternillante
comedia Con faldas y a lo loco, cuyo
rodaje fue un verdadero tormento porque Marilyn Monroe estaba en plena crisis,
a punto de entrar en un psiquiátrico, y Los
caballeros las prefieren rubias (pero se casaban con la morena Jane Russell),
en las que aparecía hipersexualizada, convertida en objeto de deseo del
americano medio que la tenía presente en sus sueños húmedos. Ella, la rubia
tonta, la que tenía una inteligencia superior a Albert Einstein, la que era una
ávida lectora, la que escribía sensibles poemas y defendía las causas justas y
por ello estaba en el punto de mira del FBI de Edgar Hoover.
¿Qué me seducía de esa mujer a la que amaba
en secreto? Esa sexualidad tan explícita, esa falsa alegría que era una máscara
tras la que se ocultaba una fragilidad extrema, una sensibilidad a flor de piel
(Marilyn no hablaba, susurraba) y una tristeza infinita que camuflaba en la
sonrisa impostada. Marilyn Monroe no era un florero sino una feminista que le
plantó cara a Hollywood, cambió la costa oeste por la este y fundó con la ayuda
del fotógrafo Milton Greene Marilyn Monroe Productions, una decisión que no
gustó nada a la Fox, de la que salen películas notables como Bus Stop de Joshua Logan, Río sin retorno de Otto Preminger, La
tentación vive arriba de Billy Wilder o El
príncipe y la corista en donde la rubia platino se merendaba nada más ni
nada menos que a sir Laurence Olivier, su director y protagonista masculino.
Y llegamos a su última película (porque Something’s Got to Give de Georges Cukor
quedó inacabada), Vidas rebeldes, el
mejor regalo que le hizo Arthur Miller en forma de guion cinematográfico, un
papel escrito para ella en una película que sonaba a funeral, porque sus tres
intérpretes, Clark Gable, Montgomery Clift y ella murieron poco después, y en
donde la falsa rubia platino dejaba todo su glamur a un lado y brillaba en un
papel dramático, el que ella quería, el que le negaban las productoras una y
otra vez, el que deseaba tener de aquí en adelante sin saber que ya no había
futuro.
Y hablemos de la luz, o el aura, esa
luminosidad extraordinaria que irradiaba de su rostro y que ninguna otra actriz
de Hollywood consiguió jamás porque Marilyn Monroe, el personaje en que se
había convertido Norma Jean, se comía la cámara, era el animal fotogénico por
excelencia. Mientras preparaba esta magna antología, de la que me siento
enormemente orgulloso y agradezco a todos los autores que han participado en
ella, he acumulado en mi ordenador miles de fotografías de la actriz que parece
tocada por una varita mágica. En todas y cada una de ellas no solo está
bellísima sino que nos ofrece un cúmulo tal de expresiones, gestos, poses y,
sobre todo, miradas, que hace que la queramos, que esté viva a más de sesenta
años de su muerte.
La mujer más deseada del mundo, la rubia con
la que todos los hombres soñaban, murió en la más completa soledad, o no, el 4
de agosto de 1962 en su modesta casa de Brentwood, porque encima era una actriz
mal pagada (llegó a cobrar 250.000 dólares por film mientras Elizabeth Taylor
alcanzaba el millón). ¿Se suicidó o la suicidaron? Las cuarenta cápsulas de
Nembutal que supuestamente se había tomado no aparecieron en su estómago según
declaró el tanatólogo Thomas Noguchi, y sus vísceras desaparecieron enseguida
misteriosamente para que no se pudieran realizar pruebas. La hipótesis de su
asesinato cobra fuerza después de que la actriz, furiosa con el clan Kennedy,
para el que era un simple pedazo de carne,
y son palabras textuales suyas, quería dar una rueda de prensa en la que
hablaría de asuntos sensibles. El último hombre que la vio con vida fue Robert
Kennedy, después de una monumental bronca. Se dice que él fue testigo de su
asesinato mediante una inyección letal que le suministró su psiquiatra para,
aparentemente, calmarla. Marilyn Monroe, la deseada por medio mundo, cerró los
ojos abruptamente por culpa de sus amistades peligrosas, pero es como esas
estrellas que siguen brillando en el firmamento aunque ya no existan.
El libro definitivo sobre Marilyn Monroe, "M.M." (Vencejo Ediciones, 2023). 72 autores de todo el mundo le escriben a la actriz más icónica de todos los tiempos.
Autores:
Esther Abellán Rodes, Gustavo E. Abrevaya, Ramón Acín, Raúl Argemi, Luis Artigue, Ana Arzoumanian, Juan Ramón Biedma, Gema Bocardo, José Luis Caballero, Frederic Cabanas, Mauricio Carrera, Claudio Cerdán, Víctor Claudín, Javier Chiabrando, Alfons Cervera, Pablo de Aguilar, María Victoria Embid, José Manuel Fajardo, Dolors Fernández Guerrero, Xabier B. Fernández, Kike Ferrari, Jesús Ferrero, Gustavo Forero, Jerónimo García Tomás, Martín Garrido, José María Gatti, Miguel Gaya, Eduardo Goldman, Alejandro M. Gallo, Paco Gómez Escribano, Rafael Grillo, Gabriela Guerra, Guido Guerrera, Fritz Glockner, Luis Gusmán, Mario Heredia, Miguel Izú, José Antonio Leal Canales, Fernando López, Jaime López Fernández, Tess Lorente, Lorenzo Lunar Carlos Manzano, Zyanya Mariana, Andreu Martín, Fernando Martínez Laínez, Carlos Martín Briceño, Sandra Martínez Raguso, Laura Massolo, Miguel Ángel Molfino, Marc Muñoz, José Luis Muñoz, Guillermo Orsi, Álex Oviedo, Beatriz Pustilnik, Josep Roca, Ricardo Rojas Ayrala, Raúl Serrano Sánchez, Mari Carmen Sinti, José Carlos Somoza, Daniel Sorín, Susana Sosa Villafañe, Osvaldo Reyes, Mariano Sánchez Soler, Óscar Tabernise, Marcos Tarre, Alejandro C. Tarruella, Fernando Ugeda, Gabriela Urritibehety, José Vaccaro Ruiz, Zoe Valdés, Lluna Vicens, Michel Vinuesa, Eloy Yagüe Jarque.
Comentarios