SOCIEDAD / EL SILENCIO DE LOS CORDEROS
El expresidente de Estados Unidos, y probable
próximo presidente de la nación más poderosa del mundo, hizo, entre otras
muchas, una afirmación legendaria en uno de sus mítines ante sus fieles
seguidores, y cito de forma textual: Podría
disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos. Lo irracional
prima sobre lo racional en Estados Unidos cuando el votante adopta la postura
de un hincha de un equipo de fútbol, o un hooligan
que no atiende a razones, y millones de norteamericanos pobres y sin esperanza
votarán de nuevo a un multimillonario sin escrúpulos, machista, racista,
violento y negacionista del cambio climático, que enfrenta norte y sur, como si
la guerra civil no hubiera terminado.
Sustitúyase Donald Trump por Isabel Díaz
Ayuso y su ventrílocuo Miguel Ángel Rodríguez, que es quien está detrás del
icono madrileño, y veremos claro el vínculo que une a la derecha extrema
española con el trumpismo, y pongamos en la boca de la pizpireta presidenta de
la comunidad madrileña esta frase adaptada: Podría dejar morir a los
ancianos en las residencias durante la pandemia del Covid y no perdería votos.
La pavorosa gestión de Isabel Díaz Ayuso durante la pandemia del Covid, dando
órdenes expresas de no derivar ancianos enfermos a los hospitales, está detrás
de la ingente mortalidad de ancianos, a lo que se añade la gestión desastrosa
de la sanidad pública madrileña con reducción de la atención primaria, reconversión de consultas presenciales telemáticas a través de pantallas de ordenadores, menos
médicos y menos enfermeras, y peor pagados, mientras se dilapida el dinero
público en un hospital de campaña tan costoso como inútil como el Zendal, por
centrarnos exclusivamente en la sanidad, pero todo eso se olvida porque IDA
habla de ETA y ha centrado su campaña en una organización terrorista que fue
derrotada por la democracia española y, ah, qué desgracia para el PP, durante
un gobierno del PSOE que hubo de lidiar con la infamia de los populares que a
toda costa pusieron palos en las ruedas al proceso de paz iniciado y culminado
por José Luis Rodríguez Zapatero al que tildaron de traidor a la memoria de las
víctimas. No fue el PP el que acabó con ETA, fue el PSOE, y eso no se perdona,
es una espina clavada.
La estrategia del PP calca el manual de
Donald Trump al dedillo: desinformar y calumniar desde los medios de
comunicación a través de una red de periodistas propagadores de mentiras que,
una vez denunciadas como falsas, no son desmentidas y, sobre todo, no tienen consecuencias
punitivas, por lo que los mal llamados periodistas, que saltándose todos los
códigos deontológicos de su profesión e insertando opinión en donde debería
haber solo información (los telediarios de A3 con Vicente Vallés) siguen
insistiendo en ellas y envenenando el ambiente, y luego la lluvia de fakes news que ya empezaron a extenderse
durante la pandemia, que complementan a los medios partidistas, y atizar el
espantajo de ETA y el independentismo vasco y catalán para opacar la catarata
de medidas sociales que el gobierno de progreso ha implementado.
Ni Donald Trump, ni el PP, son novedosos en
su estrategia de desinformación y beben ambos del propagandista nazi Joseph Goebbels directamente y de su mantra
de que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. De este modo se
vende que ETA no se rindió sino que se negoció con ella (mentira rotunda) y que
EH Bildu es ETA (mentira absoluta). ETA, resucitada por Isabel Díaz Ayuso
gracias a la torpeza de EH Bildu de poner en sus listas a 40 condenados por
terrorismo, algunos por delitos de sangre, que ya han cumplido sus penas, y los
fake news han ocultado los numerosos aciertos del gobierno más virado a lo social de la historia
de la democracia española. ETA y el independentismo catalán ha sido el único
mantra de la derecha y Pedro Sánchez ha pagado en las urnas el precio de haber
desmantelado con sus medidas de gracia el Procés y haber pacificado
Cataluña. Escasa memoria tienen algunos de la gestión del PP el 1 de octubre y
del incendio de las calles de Cataluña cuando se produjo la sentencia judicial.
¿Pero son el PP, y su socio fascista VOX, los culpables de la debacle de la
izquierda? Pues no, porque hay muchos más factores que cuentan.
En primer lugar hay que decir que el gobierno
de progreso ha sufrido un tsunami de tensiones internas durante toda su
tormentosa legislatura, aventadas en los medios de comunicación que han opacado
la gestión de la pandemia (que si no hubiera sido por el estado de alarma, criticado
por la derecha, hubiera provocado seguramente cientos de miles de muertos
más), la reforma laboral, la subida
extraordinaria del salario mínimo internacional, la implementación de la ley de
Memoria Democrática, el aumento de las pensiones, la reducción del desempleo, la rebaja del transporte público, la ley de vivienda y la buena marcha general de la economía, que debería ser lo
medular para la ciudadanía. Que los dos socios de ese gobierno forzoso, porque
los números no daban para un gobierno en solitario, hayan aventado sus trapos
sucios sin ningún pudor ni responsabilidad, y que los peores enemigos a su
gestión los haya tenido Pedro Sánchez en su propio partido, en algunos de esos
barones defenestrados como Javier Lambán, que siempre se jactó de estar en las
antípodas de su secretario general y presidente, pesan en esta derrota
descomunal de las municipales y autonómicas en donde al PSOE le ha ido mal,
pero en donde a la izquierda del partido fundado por Pablo Iglesias, los restos
de las formaciones que surgieron del movimiento fundado por el otro Pablo
Iglesias, le ha ido muchísimo peor.
Y ahí vamos, a lo nuclear de este fracaso
electoral, al tristísimo papel de las serie de grupúsculos, porque no pueden
llamarse partidos a esos reinos de taifas personalistas, situados a la izquierda
del PSOE y el papel de verdadera liquidadora de la coalición de Unidas Podemos,
de la que ella misma forma parte, de Yolanda Díaz y su plataforma Sumar que
debería ser llamada Restar y que tiene el dudoso mérito de haber hundido a ese
movimiento surgido del 15 M. El personalismo enfermizo de la vicepresidenta
segunda del gobierno y ministra de trabajo, que deja en anécdota al de Pablo
Iglesias, sus sonrisas, sus buenos modos, su estilismo y sus abrazos con todos
y todas, al mismo tiempo que ninguneaba
sistemáticamente a su propia formación por la que estaba en el gobierno, ha
llevado a los grupúsculos integrantes a una debacle histórica que lo acerca a
la nada absoluta de Ciudadanos. Bravo por Yolanda Díaz: sus presuntos votantes
estaban tan entusiasmados por su proyecto que decidieron no votar el 28 M o
tirar sus votos en las decenas de formaciones surgidas de la matriz de Podemos
y que tienen nombres tan estrambóticos y poco identificables con la izquierda
como Más Andalucía o Adelante Andalucía por hablar de las escisiones del sur de
España.
Pero no nos olvidemos de los ciudadanos, los
que deciden quien los gobierna, los últimos responsables, los que con su voto
pueden hacer virar el curso de los acontecimientos. No hay cosa más idiota, ni
más detestable, que un obrero de derechas, que sería como si un negro entrara a
formar parte del Ku Kux Klan, o que un cordero lamiera la cuchilla de su
matarife, y, para nuestra desgracia, los obreros de derechas son ya una
excrecencia social bastante importante no solo en España sino también en muchos
países europeos. Entre los votantes de Ayuso seguro que habrá nietos que han
perdido a sus abuelos en las residencias, de los que ya no se acuerdan, o
pacientes que habrán hecho un peregrinaje para ser atendidos por el personal
médico al que ya no aplauden sino que insultan o agreden culpándoles del mal
funcionamiento del sistema cuando la responsable es la presidenta de la
comunidad de Madrid a la que han votado. Una clase obrera de la que ya no se
ocupa esa izquierda arcoiris, como la define mi buen amigo el Filósofo Rojo,
preocupada más del colectivo LGTB que de la lucha de clases y de la
explotación del hombre por el hombre.
Obreros de derechas, y juventud de derechas.
Se está invirtiendo también el paradigma de que los jóvenes, por el hecho de
serlo, son progresistas y sueñan con transformar el mundo actual para hacerlo
mejor. Desengañémonos, aunque haya excepciones que nos permitan mantener la
esperanza. Hoy, lo guay entre esa juventud que se ahoga en cervezas en la
Puerta del Sol y devalúa la palabra libertad, que tiene el significado real de
insolidaridad, es ser de derechas y machista y no avergonzarse de ello como
reacción al feminismo que interpretan como un ataque frontal a su identidad
sexual: cada vez abundan más las violaciones en grupo, incluso entre menores de
edad, y cada vez hay más agresiones al colectivo LGTB.
España es un país partido en bloques y en
donde el franquismo sigue dando la batalla a pesar de que la momia de Franco
salió del Valle de los Caídos gracias al gobierno de progreso capitaneado por
Pedro Sánchez, pero el fantasma del dictador vive entre nosotros y sus
herederos naturales pueden hacerse con el destino de los 40 millones de
ciudadanos que en las próximas elecciones deben pronunciarse entre seguir
progresando como sociedad avanzada o retroceder con una coalición cada vez más
escorada a la derecha y al fascismo que ya habla de ilegalizar partidos
políticos si llega al poder, con lo que se augura una tensión peligrosa en
territorios como Euskadi o Cataluña en donde los partidos de derechas son
irrelevantes y el independentismo puede reverdecer.
Las elecciones convocadas por Pedro Sánchez
el mes que viene serán un pulso decisivo entre dos conceptos de nación y urge
la unión de todas las fuerzas progresistas para que el hundimiento en las
municipales y autonómicas no se extienda también a las nacionales. Ya llega
tarde a su pretendida unión de la izquierda
Yolanda Díaz y su irresponsabilidad manifiesta al prescindir de Unidas
Podemos y restar públicamente importancia a que las dos formaciones acudiesen
por separado cuando quien más quien menos sabía que eso conducía directamente
al desastre, era un suicidio. ¿Ha sido consciente de ello? Repite la ministra
mejor valorada del gobierno el mismo error de Iñigo Errejón que frustró la
elección de Manuela Carmena con su escisión inexplicable de Podemos en el
último instante para crear Más Madrid y luego Más País. Los progresistas, que
hemos mirado con desconfianza al PSOE,
ya no podemos fiarnos de que esa sopa de letras a lo largo y ancho de la
geografía nacional, ese caos territorial que se mira su propio ombligo y pierde
de vista la realidad, fructifique en algo sólido y duradero porque la lucha de
egos va a seguir y nadie parece renunciar a su chiringuito, así es que la única
opción para que no se reviertan todos los avances sociales y económicos
adquiridos gracias al gobierno de progreso es aunar todos los votos y que ni un
solo votante de izquierdas se quede en casa asqueado por la deriva de sus
formaciones, y la papeleta a depositar forzosamente debe ser la del PSOE,
porque no hay otra en estos momentos.
No se la juega Sánchez, ni el sanchismo como dice la derecha reaccionaria, en las próximas elecciones, se la juega España y sus ciudadanos que verán reducidas y congeladas sus pensiones, rebajados sus sueldos, limitados sus derechos sociales, desmantelada la sanidad pública, aumentada la edad de jubilación y vetado su derecho a acceder a una vivienda digna. Me niego a admitir que España sea el resultado de este fatídico 28M y confío en la que salga del 23J.
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