EL REPORTAJE

Cuando José Luis Córdoba, director de PLAYBOY, me encargó que escribiera sobre el lolitismo, me hizo un enorme favor porque era un tema que queria desarrollar, la novela de Nabokov que dio nombre al término es una de mis cumbres literarias y la película que sobre ella realizó Kubrick una de las mejores de su director - me sobra un plomizo Peter Sellers que canta como una almeja al lado del perverso James Mason-, y además tenía muy fresca una historia de lolitismo protagonizada por uno de mis mejores amigos que podría novelizar si tiempo tengo para ello. El reportaje se publicó en el número 287 de la revista, en noviembre del 2002, pero no tiene fecha de caducidad.

LOLITAS, ¿SUEÑO O PERVERSIÓN?
José Luis Muñoz

Todo el mundo celebra el 23 de Abril como día del libro, efeméride que señala el fallecimiento de dos grandes nombres de la literatura universal, Cervantes y Shakespeare, pero son minoría los que recuerdan que ese mismo día de 1899 un gran maestro de la literatura rusa vio por primera vez la luz en la ciudad de San Petersburgo: Vladimir Nabokov.
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.” Así empieza la novela más conocida de ese ruso blanco que emigró a Estados Unidos, en donde desarrolló el grueso de su producción literaria, lo hizo universalmente famoso y escandalizó por su osadía. No sabía Nabokov que el protagonista femenino de su novela daría tanto que hablar. Fue “Lolita” (1955), la muchacha en flor e hija de la amante del severo profesor Humbert Humbert, de quien se enamora perdidamente éste, quien dio nombre a un prototipo de mujer púber que enloquece a ciertos hombres de edad madura. ¿Cómo un profesor culto y de mundo, como es el protagonista masculino de la novela de Nabokov, pierde la razón tras la figura andrógina de Lolita, que no mide más de un metro cuarenta y ocho centímetros de estatura, es amante de helados y caramelos y se comporta de una forma vulgar y descarada a pesar de su tierna edad de quince añitos?

¿Qué es el lolitismo?
Existe una cierta tendencia entre los hombres de cierta edad a relacionarse con chicas muy jóvenes en un intento desesperado por fagocitar su juventud. Es una variante del mito de Fausto y del horror por envejecer, como si el abrazar un cuerpo joven e intercambiar fluidos amorosos con él lo liberara de su decadencia. Cuando la jovencita, objeto de sus deseos y morbosas ensoñaciones, tiene menos de dieciocho años y está en ese periodo intermedio entre niña y mujer, estamos hablando de una lolita. Nabokov utiliza el neologismo nínfula, derivación de ninfa, que eran deidades fabulosas y muy jóvenes que habitaban los lagos, que le va como anillo al dedo, pero prevaleció el nombre de su novela para designar a tan peligrosa especie femenina.
Las lolitas son muchachas que usan calcetines en lugar de medias, uniformes escolares en vez de vestidos femeninos, y tirabuzones por tocados adultos. Hay lolitas descaradas en las clases de los institutos que cruzan las piernas en primera fila para que el profesor se fije en ellas, hay muchachas que se disfrazan de ellas, aunque por edad ya hayan rebasado esa etapa, porque saben que son más eficaces en las artes de la seducción y se visten con shorts o llevan tops de mallas o ondulantes falditas escocesas. Ante estas chicas, que suelen estar tocadas por un equívoco aire de candor virginal, el varón se siente, al mismo tiempo, padre y profesor. Es ese doble rol, que asume el hombre que cae en las redes del lolitismo, el que caracteriza esa extraña relación que está a un paso de la pederastia y es como un incesto camuflado. El hombre intenta, con su erudición y experiencia, adiestrar en la vida sexual a la inocente criatura objeto de sus deseos, teóricamente virgen y blanca como una palomita. Pero el lolitismo se caracteriza también porque la llamada lolita no es tan cándida e inocente como el experimentado y maduro varón presume. Sabedora de su poder de seducción, la nínfula no duda en aprovecharlo y en tejer una alambicada tela de araña en la que el macho caído en la trampa quedará prendido tras tener el privilegio de gozar de sus encantos, si es que llega a ello. En ese juego de dominio que se establece entre el hombre maduro – nunca un hombre joven cae en las redes – y su nínfula se llegan a trastocar los papeles – como sucede en la novela de Nabokov – y el profesor recibe una soberana y humillante lección de la iniciada, que de alumna se convierte en avezada profesora.
¿Han existido lolitas antes de Nabokov? Probablemente siempre, pero no fue hasta que el escritor de San Petersburgo tuvo la osadía de plasmar esa pulsión enfermiza, con maestría, en una novela que el término se generalizó. Si se hojean enciclopedias ilustradas sobre el erotismo no es difícil tropezar con grabados bastante explícitos sobre el tema. Un dibujo anónimo, en sanguínea, nos muestra a un varón de edad provecta – aunque difuminado su rostro y su cuerpo, se intuye que quizá sea un hombre de la iglesia – que sostiene entre sus brazos a una angelical muchacha, a la que a duras penas le han brotado los pechos, mientras introduce abrupta mano por la vestidura que aun cubre sus vergüenzas, sin duda para acariciar su monte de Venus. Leo la fecha del dibujo: 1600. Lo que demuestra que existieron lolitas mucho antes de Nabokov. Sin dejar de lado la literatura, una de las más prestigiosas plumas de la reciente narrativa francesa, Margueritte Duras, se preció en su vida real de haber sido una apasionada lolita – y su aspecto físico, menudo y atractivo, la acompañaba - que sedujo a un amante chino bastante mayor que ella, peripecia que dio lugar a las novelas “El amante” y “El amante de la China del Norte” y a la película del mismo nombre que hiciera Jean Jacques Annaud con la exquisita y muy joven Jane March en el papel de la escritora. Y barriendo para nuestra casa, el admirado Juan Marsé, en “La muchacha de las bragas de oro”, ya alumbraba a una sensual lolita – que en la versión cinematográfica de Vicente Aranda encarnara Victoria Abril – que seducía a su maduro tío, dotando de este modo a la figura de la nínfula una de sus más preciadas características: lo incestuoso.

Lolitas bajo flous
Los senos apenas emergen del torso desnudo y pálido, de piel blanca, casi translucida, y se intuye que crecerán tironeados por los gruesos pezones de adolescente cuando los años los maduren . En una mesa rústica, de madera pálida y huérfana de barniz, una taza vacía sobre un libro, y fruncida, junto a ella, la prenda interior del pecho que se echa en falta. Claveles rosáceos junto al rostro de una prodigiosa belleza y dulzura que aparece sumido en el reparador sueño. Una braguita, trasparente, cubre un pubis que se insinúa bajo ella, dibuja su feliz oquedad.
Es una de las nínfulas que con tanto tacto ha sabido retratar David Hamilton, lolitas que el exquisito arte fotográfico de este británico obsesionado por los cuerpos adolescentes, por esas promesas de mujer que han sido siempre el objetivo de su cámara, elevó a categoría de arte mediante el flou y la sensación de que esas chicas desnudas o ligeramente vestidas se mueven, sonríen o leen ajenas a la cámara voyeurista del fotógrafo.
El éxito de este trasgresor, que tiene un sinfín de seguidores, ha causado emoción, entusiasmo - Valdimir Nabokov fue uno de sus más fervientes admiradores mientras vivió - estupor e incluso repulsa.. “La fuente de mi éxito reside en los sueños y en los fantasmas secretos que habitan en el interior de cada uno. La jovencita es inseparable de mi universo. Muy pocos se atreven a decirlo. Yo lo afirmo: es mi vida”. Esta es la razón que le lleva a retratar a sus modelos a los 12 años, a los 14, a los 15, a los 18, como hizo con la exquisita Phoebus, una de sus más preciadas musas, en un intento casi antropológico de seguir su crecimiento. “Tiene un cuerpo sublime, unas piernas que parece que le llegan hasta las orejas” dice de ella. Mejor fotógrafo que cineasta – “Colección privada”, “Billitis”, “Las sombras del verano” – el estilo fotográfico del exquisito Hamilton ha creado escuela y un sinfín de seguidores como el fotógrafo vietnamita Ku-Khanh, que va más lejos que David Hamilton, aunque él retrate a sus chicas en blanco y negro.

Lolitas en el cine
Sin duda la mejor Lolita es la que filmó Stanley Kubrick, con una adolescente y hermosísima Sue Lyon que aúna una mezcla explosiva de naturalidad y perversidad en sus devaneos ante la cámara. Una imagen suya con gafas de sol extremadas, que tienen la forma de un corazón, y los labios entreabiertos por entre los que se desliza perversamente una piruleta, trasunto del órgano masculino, se convirtieron en el icono promocional de la película en la que un impecable James Mason, genial en su encarnación del desconcertado y vulnerable Humbert Humbert, tan enamorado de esa vulgarcita muchacha que corretea en shorts ante él, como avergonzado por su conducta, alberga dudas morales sobre lo que está haciendo sin caer en la cuenta de que realmente es una víctima de la nínfula. La película de Kubrick, como señala Bigas Luna, contiene uno de los momentos eróticos más sublimes del cine: James Mason entregado a pintar con mimo los dedos de los pies de Sue Lyon, separados por algodones. La versión que años más tarde hiciera de la novela Adrian Lyne quedaba bastante lejos de su genial predecesora.
En el séptimo arte el tema del lolitismo ha dado productos nada desdeñables que han circulado por las salas con el inevitable tufo del escándalo prendido de sus fotogramas. En “Baby doll” (1956) de Elia Kazan, sobre una obra teatral de Tennesse Williams, una quinceañera Carrol Baker – muchos años antes de convertirse en un icono sexual y alter ego de Marilyn Monroe, aunque con mucho menos agresividad y encanto de la primigenia Norma Jean - se casa con el maduro Karl Malden, con quien se compromete a permanecer virgen hasta que no alcance los 20 años. La película que tiene escenas de tensión sexual, como una en la que Karl Malden espía a su jovencísima esposa que duerme con un dedo en la boca y en posición fetal, agudizando de este modo su aspecto de nínfula, u otra en la que se ve a la jovencísima actriz columpiándose y mostrando todas las manifestaciones externas del éxtasis sexual, provocó tal escándalo en su estreno que el cardenal Spellman llamó a los católicos a boicotear el film, lo que fue garantía de su éxito.
De lolita exuberante, por culpa de unas curvas que no casaban con su edad, se podría calificar a la Maria Schneider protagonista de “El último tango en París” (1972) de Bernardo Bertolucci, filmada con tal lirismo que lo sórdido se torna hermoso. La pareja formada por Marlon Brando y Maria Schneider protagonizó uno de los más sonados escándalos cinematográficos gracias a la famosa escena de la mantequilla. Paul (Marlon Brando), el ex boxeador y actor fracasado de “El último tango en París” es un perdedor que, sumido en la desesperación por el inesperado suicidio de su mujer, tratará de realizarse, inútilmente, en una fugaz aventura amorosa con una muchacha, Jeanne (Maria Schneider), una adolescente desconocida con la que tropieza en un piso vacío. Y, como es habitual, la hembra acaba devorando al macho tras destruirlo.
Más en los cánones clásicos de lo que debe de ser una lolita se inscribe el deslumbrante estreno en la profesión cinematográfica de Liv Tyler. Cuando Bernardo Bertolucci la escogió para protagonizar “Belleza robada” – título altamente ilustrativo de lo que pretendía el realizador – le debió seducir sin duda el aspecto inocente, virginal y andrógino de esa muchacha alta y desgarbada que caminaba de forma muy natural sobre larguísimas piernas que no parecían tener fin. La Tyler, fiel a su papel de lolita, seduce platónicamente a un moribundo Jeremy Irons, obsesiona a un tosco escultor que se sospecha padre de ella, pero finalmente entrega su preciado virgo a un bello adolescente.
Sin dejar el cine europeo, las películas del septuagenario Eric Rhomer están pobladas de lolitas jovencísimas que viven sus primeras experiencias amorosas con maduros caballeros que son pintores, profesores, escritores o filósofos. La inocencia del rostro redondeado y mofletudo de la francesa Haydee Politoff en “La coleccionista” (1967) – de amantes - de Eric Rhomer es prueba de ello.
Lolita eterna – los años no consiguen madurar su rostro infantil – es la actriz Jodie Foster que desde niña – su trasero anunciaba el bronceador Coppertone - estuvo relacionada con el mundo del show bussines. Su papel como yonqui y prostituta infantil en “Taxi driver” de Martín Scorsese, del que es liberada por el imprevisible taxista justiciero Travis (Robert de Niro), ofrece otra lectura del lolitismo, mucho más dura y de nuestros días, insertado en la jungla del asfalto neoyorquino. Una lolita irritante tiene el físico irregular de Juliet Lewis. Seducida en “El cabo del miedo” de Martín Scorsese por el terrible personaje encarnado por Robert de Niro – la escena en la que en una platea vacía de un cine chupa su dedo grasiento es una de las más perversas que nos ha ofrecido el cine – fue luego demencial acompañante de fechorías de Woody Harrelson en “Asesinos natos” de Oliver Stone, en donde era una lolita psicópata.
En las antípodas cabría situar a Brooke Shields, protagonista cuando apenas tenía doce años de un escandaloso film. Realmente el de Brooke, que comenzó a posar casi en pañales, es un caso precoz. En “La pequeña”, una película del desaparecido Louis Malle, una realizador francés cuyo cine, sin proponérselo, siempre rozó lo polémico, la Shields, antes de sumergirse en las lagunas turquesas de “El lago azul”, es una prostituta infantil que es rescatada por Keith Carradine. Lo turbador de esa actriz es que su cuerpo de niña sustentaba un rostro de muchacha adulta y sexy.
La encantadora Jennifer Connelly, en los tiempos en que estaba a gusto con sus voluptuosas formas, también recreó un convincente papel de lolita en “La brigada del sombrero”, el film negro de Lee Tamahori, seduciendo al maduro y expeditivo policía Nick Nolte. Mena Suvari, la rubia cheerleader que hace soñar a Kevin Spacey – un Humbert Humbert de nuestros días, harto de su trabajo y machacado por el desamor de su esposa Annette Bening - en la despiadada “American Beauty” de San Mendes, es una nueva reencarnación de la Lolita de Kubrick-Nabokov, a quien físicamente se parece de manera descarada, envuelta en pétalos de rosa.
Dentro del cine patrio, Penélope Cruz, nuestra Pé nacional, fue una encantadora lolita harto natural gracias al arte de ese maestro del erotismo cinematográfico que es Bigas Luna. La chica aparecía desgarbada, patizamba, menuda y volcánica en “Jamón, jamón”, e iba encendiendo las pasiones del bruto Javier Bardem en la película más ibérica del realizador de Sarriá; era sin duda una nínfula mediterránea que tenía la virtud de que sus hermosos pechos supieran a algo tan castizo como a tortilla de patatas.

Las lolitas reales
¿Quién es más padre y profesor que el mismísimo presidente de Estados Unidos? ¿No fue la jovencita y juguetona Mónica Lewinsky y sus arteras formas de seducción – se inclinaba para mostrar sus pechos a Clinton y lo estimulaba bucalmente en el despacho oval – una lolita de nuestros días a tenor de la diferencia de edad con su paternaire sexual? Aunque sin lugar a dudas sus dimensiones corporales y su artesanía bucal la alejen de las lolitas al uso, la forma que tuvo de airear su idilio, convirtiendo al hombre más poderoso de la tierra en una víctima, entraba dentro de los comportamientos de cualquier lolita que se precie. Desde su affaire el sustantivo becaria ha tenido una connotación perversa.
Seducido por una lolita oriental, aunque nadie le alabe el gusto, cayó el intelectual Woody Allen que, para más morbo, se enamoró de la hija adoptiva – una de las muchas que tenía Mia Farrow – de su ex mujer, llamada Soon Yi, con la que sigue felizmente casado pese a la diferencia de edad.
Lolitas exóticas, eso sí, y de pago, por añadidura, persiguen quienes van a los países de Extremo Oriente y buscan en esas chicas que se ven forzadas a alquilar sus cuerpos nínfulas de edad indeterminada, del estilo de la que magistralmente ideara Nabokov en su extraordinaria novela, aunque ni ellos son William Holden, ni ellas se parecen a Nancy Kwan, la bella actriz de “El mundo de Suzie Wong”. Parece ser ese el patético destino de muchos hombres en cuanto empiezan a pintar canas, la edad traza surcos en su frente y el estómago se abomba de felicidad: caer en manos de una lolita que, demos por sentado, le hará sufrir mucho más que gozar.

Algunas lolitas célebres del celuloide
* Sue Lyon, la lolita por antonomasia.
* Brigitte Bardot, lolita francesa en “Y Dios creó a la mujer” de Roger Vadim, que fue su padre cinematográfico y amante.
* Penélope Cruz y Maribel Verdú, la rama hispana del lolitismo.
* Jodie Foster y Juliet Lewis, lolitas lisérgicas y altamente letales.
* Brooke Shields, lolita empalagosa
* Mariel Hemingway, lolita que preludia a Son Yee en la vida de Woody Allen
* Alicia Silverstone, la lolita más sosa y descafeinada.


Características de las lolitas
edad: un suspiro, casi como lo que dura una flor.
físico: candoroso, pero con un destello de malicia.
vestimenta: provocativa y desinhibida, como si fuera una niña.
comportamiento: juegan con el macho, del que acaban riéndose o reprochándole lo débil que es al caer en sus redes.
aficiones: les encantan los caramelos y cualquier actividad que estimule sus labios.
relación: la terminan ellas, al llegar a la mayoría de edad, y tropezar con un joven de su agrado.
consejo: huir ante ellas.

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