SOCIEDAD / LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA
La unidad de la izquierda
Ya
es un lugar común la desunión de la izquierda frente al compactamiento de la derecha. Los ideales unen menos que los
intereses, ni siquiera en momentos más dramáticos en donde la unidad era vital:
verbigracia, la guerra incivil. Mi experiencia en la universidad del franquismo
con grupos, grupúsculos, banderías, tendencias, me lo confirman. Se reclamaban
del trotskismo, valga como ejemplo, el POUM, el PORE, la LC y la LCR, y luego
cada uno de esos grupos se iban atomizando a medida que se sucedían asambleas y
miembros, de una pureza absoluta, reclamaban su propio espacio político. ¿Se
puede cambiar realmente así la sociedad?
La
fidelidad del voto de la derecha es, además, rocoso, frente al de la izquierda,
que es crítico. Las felonías en la derecha, se perdonan, incluso se asumen,
como excrecencia natural de la actividad política; en la izquierda cualquier
mínimo detalle se magnifica y tiene que explicarse. El que un partido, como el
PP, con un rosario de altos dirigentes imputados en sus filas y una corrupción
sistémica, que arranca de varios decenios atrás, siga manteniendo, a pesar de
su decrecimiento progresivo, una intención de voto considerable que le daría la
victoria, aunque no la gobernabilidad, en las próximas elecciones generales, es
un ejemplo meridiano de la permisividad de sus votantes. El votante derechista
asume la corrupción de la formación política a la que da su voto vergonzante
(luego, quizá, por esa vergüenza, en las encuestas mienta sobre el sentido de
su voto, lo que todavía complica más el entendimiento ético del proceder: ¿cómo
se puede votar a un partido y avergonzarse de ello?) porque considera la
alternativa de izquierdas un riesgo gravísimo, la debacle de todo el sistema, y
que la corrupción forma parte intrínseca del ser humano. El peligro del partido
hegemónico de la derecha, desactivada UPyD y vista la testimonialidad de Vox, su
escisión por la derecha, se reduce a la marca blanca de Ciudadanos y a su
capacidad de persuasión para arañar votos al PP con sus dirigentes telegénicos
y su bagaje inmaculado.
Y,
mientras, la izquierda, considerando a ésta como la izquierda del centroizquierdista
PSOE, sigue con sus luchas intestinas, heredera de procederes del pasado, y pecha
con la debacle de la Syriza griega con la que se identificó sin fisuras y de la
que ahora, tras el viraje inexplicable de Tsipras, no acaba de distanciarse. Lo
de Izquierda Unida, nucleada por el PCE y que lleva acumulando un sinfín de
resultados electorales muy modestos, por la ley de Hondt, injusta y antidemocrática,
que debería ser arrumbada si hay un vuelco electoral, y por su forma de vender
el mensaje de forma equivocada (la formación liderada por Cayo Lara, y ahora
por Alberto Garzón, siempre me ha parecido caduca en sus formas y escasamente
combativa), desde que Julio Anguita
consiguiera el mejor resultado, es más un deseo que una realidad: la izquierda
nunca estuvo unida.
La
irrupción de Podemos en el panorama político ha sacudido los cimientos de la
izquierda, y también de la derecha (la revitalización del fenómenos Ciudadanos,
el Podemos de la derecha, no se entendería sin ellos; como el rejuvenecimiento
del PSOE, la renovación de la monarquía, o, incluso, la nueva forma de
comunicar del PP, utilizando a sus cachorros); pero, sobre todo, de Izquierda
Unida, desmantelada en parte (Madrid) y también del PSOE que, con nuevo cabeza
visible, quiere transmitir un viraje a la izquierda. Mientras las bases de los
partidos de izquierda que integran la formación clásica heredera del PCE, y la que surgió de ella y encontró buena
tierra de cultivo en el 15M y en toda la serie de movimientos sociales que se
encadenaron sucesivamente desde las plazas, reclaman, urgentemente, la unión de
la izquierda, la cabeza visible de la nueva formación, Pablo Iglesias, en un
ejercicio de prepotencia desmedida, abogó por rechazar la mano tendida de
Alberto Garzón y su ofrecimiento de confluencia sin más explicaciones que su
fobia personal al partido en el que creció. Menos se entendió ese rechazo
cuando en Catalunya, de cara a las autonómicas, y a las generales, Podemos irá
de la mano con otras formaciones políticas afines a Izquierda Unida en la
comunidad como Iniciativa per Catalunya y Esquerra Unida. ¿Ahí sí y en el
resto, no? Nadie lo entiende y las explicaciones de Pablo Iglesias fueron
peregrinas.
El
verano parece haber hecho recapacitar al hiperlíder Pablo Iglesias y apearse de
su negativa, fuera de toda razón, a sumar esfuerzos. Con la boca pequeña, y
tragándose su aversión a la organización que abandonó, desplantado, para
integrarse en Podemos, acepta, ahora, negociar comunidad a comunidad con otras
fuerzas sociales (mareas atlánticas; Compromís valenciano) y políticas entre
las que tiene que estar, por fuerza, Izquierda Unida. Imagino que líderes de su
propia formación, menos dogmáticos que el joven y ceñudo profesor, como Teresa
Rodríguez y Pablo Echenique, le deben de haber convencido de su histórico error
y le han hecho recapacitar. Si el hiperliderazgo fue, al principio, muy
positivo para la recién creada formación (España estaba huérfana de ello desde
Felipe González y muchos creímos ver en él la reencarnación del que había sido
joven dirigente socialista que luego fue perdiendo las siglas por el camino),
los resultados de las últimas encuestas del CIS, con toda la desconfianza hacia
esos sistemas de medir opinión perfectamente manipulables, dan por sentado que
ahora está perjudicando a la formación indignada. O Pablo Iglesias deja su
engreimiento y soberbia a buen recaudo (lo que dijo de Izquierda Unida fue
intolerable; lo que dice de que el PSOE apuntalaría un gobierno bipartidista
con la derecha, es electoralista a la vista de la política de vasos
comunicantes PSOE/Podemos en las autonómicas y municipales que ha desbancado al
PP de un sinfín de ayuntamientos y parlamentos autonómicos) o será su propia
formación la que prescinda de él como lastre: los partidos deben devorar a sus
hijos cuando estos ya no son necesarios. El personalismo en Podemos debe dejar
paso a la política, la concreción ideológica y programática, para que ese
frente de izquierdas que reclama la España de progreso sea una realidad en las
próximas elecciones generales y la izquierda haga, por fin, el sorpasso al PSOE.
Lo
del asalto al palacio de invierno, o el cielo, queda para otra vida.
Publicado en El Cotidiano
Comentarios