CINE / FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
63 edición del Festival de San Sebastián.
Cuarta jornada
Cuarta jornada
Mal empezamos hoy tras el zumo de naranja, el café
con leche y el cruasán en la cafetería Tánger, la única abierta a las nueve de
la mañana en los alrededores del teatro Victoria Eugenia. Eva no duerme es una coproducción entre Francia, Argentina y España
cuya máxima virtud es su brevedad, 85 minutos, que no lo parecen. Dirige Pablo Agüero (Mendoza, 1977), que tiene
en su haber tres largometrajes más, aunque creo que ninguno estrenado en
nuestro país. De nuevo, como enlazando con la película francesa de ayer, tema
necrófilo, y, para más inri, me reencuentro con el actor francés Denis Lavant, uno de los rostros más
difíciles del cine. Pero aquí el cadáver es mítico: Eva Perón. O Santa Eva,
porque la mayor parte de los argentinos tienen divinizada a esa mujer pequeña,
hermosa y corajuda que lideraba a los
descamisados y enardecía con sus discursos a las masas. La película de Pablo Agüero es engañosa por varios
motivos y sus trampas ya se evidencian en la secuencia de arranque. Unos focos
potentes a lo lejos, distorsionados, y unas figuras que tardan minutos en
hacerse visibles y verse con nitidez, como Omar
Shariff en la famosa secuencia del desierto de Lawrence de Arabia: aquí un marino argentino y sus milicos. Y, a
continuación, va el segundo engaño: Gael
García Bernal, el almirante Emilio Eduardo Massera, que figura en el cuadro
de intérpretes como actor principal, se limita a encenderse un pitillo en
primer plano, mientras suena la voz en off de Miguel Ángel Solas, y desaparece para cerrar la película con otra
brevísima aparición también sin su voz.
Eva
no duerme gira en torno a
ese mitificado cadáver de la líder revolucionaria que murió a los 33 años
carcomida por el cáncer, así es que en la segunda secuencia, larga, el médico
español Pedro Aria Sarria (Imanol Arias),
procede a embalsamarlo. La tercera parte es un larguísimo y tedioso viaje en
camión con los restos secuestrados de Eva Perón, de los que se encarga el
coronel Koenig (Denis Lavant) que sobreactúa,
y patalea literalmente de forma un tanto gratuita, como si estuviera en una
película de Leo Carax. La cuarta
narra el encierro y ejecución del general Aramburu (Daniel Fanego), que se niega a revelar a los Montoneros el destino
secreto de Evita. Y volvemos al inicio, a Emilio Eduardo Massera, y a
estridente música castrense para cerrar el círculo. Eva no duerme es, además de aburrida, pretenciosa y hueca desde su
inicio, muy dialogada y de forma impostada, teatral. Mucho ruido y minutos para
explicarnos las idas y venidas de un cadáver. Lo mejor, sin duda, el inserto de
documentales de época.
De Chequia llega una película pequeña pero rodada
con oficio, a pesar de ser una ópera prima y optar, por esa razón, al premio
Nuevos Directores. Dirigida por Olmo
Omerzu, Family Film retrata a una
familia de clase media de Praga cuyos padres, interpretados por Karel Roden y Vanda Hyberonová, deciden hacer un viaje en yate por el mar de
Andamán, en compañía de su perro, dejando a sus hijos solos en casa, el sueño
de cualquier adolescente. Todo se complica cuando el chico (Daniel Kadlec), que
sufre en el interregno un desencanto amoroso, falta a clase, coge una
borrachera y pasa una noche a la intemperie, eso coincide con que se pierde la
pista de los padres que no dan señales de vida en semanas. El final está cogido
con pinzas, con perro incluido, pero Olmo
Ormezu acierta plenamente al retratar muy bien el desamparo de esos dos
hijos, tras la euforia inicial de disfrutar una libertad máxima sin el control
paterno.
En la sección Perlas me encuentro por la tarde, tras
una sopa de pescado, una pescadilla rebozada y un excelente arroz con leche en
el módico restaurante La Zurria (encontrarlo no siempre es fácil), con un film
del director francés Arnaud Desplechin
que regresa a Francia tras su aventura norteamericana Jimmy P. Tres recuerdos de mi
juventud, es una película marcada por la nostalgia en la que el antropólogo
Paul Dedalus, interpretado por el siempre excelente Mathieu Amalric, rememora desde Tayikistán su pasado cuando es
retenido por la policía a causa de unas irregularidades en el pasaporte: hay
otra persona cuyo nombre coincide con el suyo. Mientras le interroga un agente
ruso (André Dussollier, el amante
necrófilo de 21 nuits avec Pattie),
el antropólogo recuerda la infancia junto a su madre enloquecida, sus viajes como adolescente a la URSS, la
osadía de otorgar su propia identidad a un muchacho miembro de la disidencia
soviética, y, sobre todo, su apasionado amor frustrado por Esther (Lou
Roy-Lecollinet, una actriz luminosa e intuitiva descubierta por Arnaud Desplechin). El realizados
francés retoma en su última película a los personajes de Comme je me suis dispute…(ma vie sexuelle), veinte años después. La
película se resiente de su ambición temporal, el querer abarcar demasiados años
de la vida de un personaje, interpretado en la adolescencia por el joven actor Quentin Dolmaire. Dividida en cuatro
partes, que incluyen otros tantos periodos vitales de la vida de Paul Dedalus, los más interesantes, por
estar centrados sobre temas amorosos, son los dos últimos, pero el conjunto
resulta deslavazado.
El día acaba mejor de lo que ha empezado gracias a
la versión cinematográfica de una novela distópica de J.G. Ballard llamada High-Rise.
La película homónima del británico Ben
Wheatley es un ejercicio de imagineria potente e hiperviolenta, que, en
algún momento, puede recordar a La
naranja mecánica de Stanley Kubrick.
Arquitectura de vanguardia y lucha de clases para enfrentar a los que viven en
los pisos bajos de un moderno edificio y los que habitan en los altos, incluido
el demiurgo del complejo, un tal Royal (Jeremy
Irons), que se reserva la última planta en donde tiene un inmenso jardín y
su alocada mujer puede montar a caballo. El doctor Robert Lang (Tom Hiddleston) es el último inquilino
en llegar a ese extraño edificio que se va deteriorando a marchas forzadas. El
brutal Richard Wilder (Luke Evans),
que quiere rodar un documental sobre el rascacielos, lidera a los amotinados. High-Rise no se corta en cuanto a sexo y
violencia y camina hacia la locura visual a medida que a sus personajes se les
va la cordura. El caos se apodera de ese microcosmos que simboliza la sociedad
que se resquebraja por las desigualdades flagrantes que hacen estallar la
violencia. Por si hubiera alguna duda del carácter político y revulsivo de la
película, ésta acaba con unas palabras de la Dama de Hierro defendiendo el
sistema capitalista. Apabullante a nivel visual (las macrofiestas que montan
los de abajo y, luego, los de arriba; la secuencia del suicidio inspirada en la
gente que se precipitó de las Torres Gemelas), el film de Ben Wheatley me temo que no tendrá muchas opciones de ser premiado
por el jurado formado por la actriz Papikra
Steen (Corazón silencioso), la
directora hindú Nandita Das, y el
español Daniel Monzón, entre otros; la
radicalidad de su mensaje y la forma en que éste está envasado lo hacen
inviable. Pura dinamita social este film original en cuyo elenco femenino
destaca la atractiva modelo y diseñadora de moda Sienna Miller (Foxcatcher, American
Sniper) y Elizabeth Moss, la Peggy
Olson de Mad Men.
Regreso a mi hotel, próximo al estadio de Anoeta, a
lomos de mi bicicleta, con mono de tortilla de patata y pastel vasco, que echo
en falta. Mañana seguiré con mis dosis entre película y película.
Publicado en El Destilador Cultural
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