CINE / FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN
63 edición Festival de San
Sebastián. Primera jornada
Empieza la maratón cinematográfica a la que uno
llega algo cansado después de conducir una hora por España y dos horas por
Francia, cuando el sol no se ha levantado, y esquivando el cadáver de un ciervo
muerto que no retiró del asfalto quien lo atropelló. Pero llego puntualmente,
de hecho una hora antes, para la película que abre el certamen, Regresión de Alejandro Amenábar, fuera de competición, que vuelve al cine de
terror de sus inicios pero con una factura completamente norteamericana aunque
la haya rodado en Canadá. Lamentablemente es una película tan convencional como
previsible que deja poco poso al espectador y tampoco le asusta, aunque Alejandro Amenábar tampoco lo pretenda.
El director de la perturbadora Tesis
le da una vuelta de tuerca al cine satánico en esta historia inspirada en hecho
reales, acaecida en Minnesota allá por los años 80, y que gira en torno a una
familia atormentada por unos supuestos rituales. Nada es lo que parece, y la
película tampoco. Si uno entraba en la sesión inaugural, con el cine Kursaal lleno
a reventar, con la esperanza de encontrarse con algo comparable a El corazón del ángel de Alan Parker, pura frustración. El Amenábar más brillante habita en las
pesadillas del policía protagonista, interpretado por Ethan Hawke, que empieza a obsesionarse con el satanismo y está a
un paso de creer en él. Pero le falta sustancia, emoción, suspense y escalofrío
a este thriller de buena factura y
rodado con muchos medios. Echamos de menos al Amenábar de sus inicios, al de esas producciones modestas pero imaginativas
y llenas de talento, al de Los otros
y su atmósfera Henry James; al de Ágora y su reconstrucción suntuosa de
Alejandría. La regresión, con un
reparo irregular que incluye a la británica Emma Watson y a David
Thewlis, el actor descubierto por Bernardo
Bertolucci en Asediada, es su
peor película, lo que no quiere decir que guste a un público variopinto aquí y
en Estados Unidos.
Casualidad, o no, la segunda película que veo es
vasca y hablada toda ella en euskera aunque el director sea un inglés: Ben Sharrock. Pikadero se llama esta ópera prima que compite en la sección Nuevos Directores, y es un extraño cruce
de comedia con mucho humor, madre de la tierra de rodaje, y una historia
sentimental. Todo gira en torno a ese picadero,
que, precisamente, no encuentra la pareja protagonista para solazarse. Cine
hecho de planos fijos, miradas ausentes, personajes masculinos lacónicos y unos
cuantos escenarios, como esa minúscula estación de cercanías que es en sí todo
un microcosmos; el coche en el que los desafortunados amantes intentan, en
vano, darse un festín sexual en un concurrido parking; o un lavabo igualmente
frustrante por coincidir con un usuario, que, después de miccionar, se da al
fetichismo con la blusa de la chica. Hay en la película, que se ve con cierto
agrado y arranca la sonrisa (la fábrica en donde trabajan los dos amigos va a
ser absorbida por los chinos, y, cuando una delegación de ese país va a visitar
la nave, por megafonía piden que los operarios hagan ver que trabajan, sin
mucho éxito; la música de fondo de la casa en donde vive el aburrido Romeo
interpretado por Joseba Usabiaga es
el de la lavadora que su madre tiene puesta a todas horas), mucho surrealismo,
personajes grotescos como el abuelo del protagonista, y lo más gratificante, el
descubrimiento de Barbara Goneaga, una
muchacha que tiene un parecido extraordinario con Emma Thompson y se come la pantalla con su bonita sonrisa.
La sección Perlas
suele depararnos exquisiteces, pero no siempre. Con la tercera película de la
tarde viajamos a la China medieval, cuando estaban en liza poderes imperiales y
locales, y es una película esteticista hasta la entrañas pero que a mí particularmente
me ha dejado frío como un témpano y pensando que a esas horas me entraría mejor
un marmitako. La asesina, una
producción de Taiwan dirigida por Hou
Hsiao-Hsien, que habla de una sicaria que actúa a las órdenes de una
extraña mujer y es una especialista en artes marciales, huye, precisamente, de
la coreografía espectacular para centrarse en unos interiores de un colorido fastuoso
(atención a los rojos) y a unos paisajes mágicos. Pero Hou Hsiao-Hsien no es el Ang
Lee de Tigre y dragón ni el Zhang Yimou de Hero, y la belleza de sus imágenes caen sobre vacío porque los
personajes, salvo la asesina protagonista de la película, dotada de una belleza
agresiva, están desdibujados por completo, su lentitud es, en algunos momentos,
exasperante, lo que provocó numerosas huidas de la sala del Principal más algún
que otro ronquido, y la trama es confusa. Una curiosidad: el director se apunta
a la moda de la pantalla cuadrada tan en boga últimamente.
Lo mejor de la tarde, y del día en su conjunto,
viene de la mano de Cesc Gay, y es
una coproducción entre España y Argentina que va a competición y que ha sido
recibida con una ovación cerrada. Si en Mi
vida sin mí Isabel Coixet conseguía
armar un drama tremendo sobre los últimos días de la vida de una chica interpretada
por Sarah Polley, en Truman, el nombre de un perrazo viejo de
un actor desahuciado por el cáncer, el drama se viste de comedia enternecedora.
Julián (Ricardo Darín) recibe la
visita de su amigo Tomás (Javier Cámara),
que vive en Canadá. El motivo no es otro que despedirse formalmente. Pero el
problema de Julián, además de preocuparse por cómo va a ser enterrado o
incinerado (impagable la secuencia de los dos amigos recibiendo pormenores en
pompas fúnebres), es buscar una persona que adopte a su perro. Cesc Gay conmueve lo que hay que conmover,
sin pasarse al lagrimeo, en esta historia muy medida que empatiza con el
público gracias a unas interpretaciones soberbias de Ricardo Darín y Javier
Cámara, entre los que existe un feeling
increíble.
De Austria, país de una cinematografía retorcida,
nos llega un film extraño e inquietante. Einer
von uns es la ópera prima de Stephan
Richter y esa es la razón por la que va a la sección Nuevos Directores. Película sobre jóvenes inadaptados que pululan,
con sus capuchas y música heavy metal,
por los aledaños de un supermercado y de las consecuencias dramáticas de su
vida desordenada. Con una fotografía muy cuidada y la originalidad de que casi
todo el film transcurra entre los anaqueles de comida y limpieza de ese enorme
súper, Stephan Richter no consigue
dibujar a los personajes, o no quiere, obsesionado por su escenario luminoso.
Una especie de fábula sobre el consumismo (Julián, el adolescente de 14 años,
muere en un pasillo del supermercado, pero la cámara enfoca el charco de un
detergente que brota de una botella agujereada por una bala, y así arranca la
película, en un larguísimo flash-back)
con un look visual tan impactante como
gélido.
Me pierdo la gala de inauguración por estar cansado
y no tener dinero para alquilar un smoking, así es que me conformo con ver
pasar, por casualidad, a una hermosísima Maribel
Verdú con vestido de gala vaporoso, o asistir cómo Paco León disfruta comiendo un filete mientras yo hago ayuno
cinéfilo.
Ver cinco películas en tan pocas horas requiere de
sacrificios, no sólo visuales, pero me complace saber que no soy el único que
se flagela: hay más masoquistas. La dieta de esta primera jornada ha sido un
pastel vasco previo a la película china; uno de arroz con café con leche a
posteriori, para despertar del letargo; una herradura dulzona de una pastelería
que se ponía las botas con tanta demanda de productos por parte de los
desesperados cinéfilos; y un helado de arroz con leche tomado a eso de la una.
Con semejante dieta, el azúcar en sangre va a subir, me temo. Mañana probaré la
dieta de la tortilla de patata. Con mayonesa, queso y chorizo, como reclamaba
el protagonista marciano de Pikadero.
publicado en EL DESTILADOR CULTURAL
Comentarios