SOCIEDAD / UNA SALIDA PARA CATALUNYA
UNA
SALIDA PARA CATALUNYA
Hace
unos días Xavier García Albiol, la
apuesta catalana del PP tras la desastrosa etapa de Alicia Sánchez Camacho, decía que en Catalunya hay miedo a decir lo
que se piensa. Si ello fuera así, estaríamos ante un problema muy grave, al de
El País Vasco de años pasados, pero sin la bomba lapa ni el tiro en la nuca.
Pero no es verdad. Lo que si ocurre es que hay una cierta desidia, una nula
movilización, entre los que criticamos ese viaje al que Artur Mas y los suyos pretenden llevar a los catalanes, que son más
importantes que Catalunya.
Desde
mi más profundo respeto hacia los sentimientos y emociones nacionalistas que se
palpan de forma creciente cada 11 de septiembre, desde mi reconocimiento a esa
extraordinaria movilización popular que llena las principales arterias de
Barcelona y constituye en sí misma un espectáculo mediático de primer orden,
confieso mi hartazgo por esa machacona campaña independentista, orquestada
desde los órganos de gobierno, las instituciones dependientes, sus medios de
comunicación, hasta el punto de haberse convertido en el único tema a tratar,
como si en Catalunya no existieran otros problemas más importantes como esos
cinco millones de parados, por ejemplo, o esa corrupción política, que atañe
precisamente al partido que aspira liderar el proceso soberanista, comparable a
su homólogo de la rancia derecha en España que es el PP. Además, lo confieso,
me da grima tanto ondear de banderas, que no veo en el resto de España, esa
devoción por la cuatribarrada, con
estrella azul o roja según el espectro ideológico, que me recuerda al
entusiasmo del pueblo norteamericano que cierra filas en torno a su enseña
nacional.
Nos
están vendiendo desde hace mucho tiempo un cúmulo de falsedades, que no creen
los que las proclaman, a los que uno considera tan inteligentes como torpes, de
que con la independencia el futuro de Catalunya será de miel y leche, de que
los ciudadanos pagaremos los impuestos con entusiasmo y sin coacción porque
estaremos haciendo país, de que la economía repuntará, de que seremos un estado
competitivo que exportará sus productos urbi et orbi porque todos los países de
nuestro entorno, hasta esa España de la que quieren separarnos, se van alegrar
de nuestra decisión, y primara el buen
rollo, haciéndome eco de las expresiones buenistas y campechanas de quien aspira a ser presidente del nuevo
estado y va escondido en el número cuatro de su lista. El delirio ha llegado al
extremo de que Carme Forcadell, uno
de los miembros de la sociedad civil más activo en este camino hacia la
independencia, ha llegado a decir que en Catalunya las mujeres serán mujeres
(¿qué son ahora?) y las abuelas dejarán de ser canguros, lo que, interpretando
de una forma muy torticera por mi parte, lo confieso, puede venir a decir que,
dada la bonanza del país de Nunca Jamás, los maridos ganarán tanto dinero que
las mujeres podrán dedicarse a sus tareas domésticas y a cuidar a sus hijos,
con lo que las abuelas no tendrán que hacer de canguros de todos esos niños
desvalidos, consecuencia de que la mujer se haya incorporado al mercado
laboral. Es mi interpretación personal, malévola.
Lo
cierto, y ahora lo dicen con la boca pequeña, y por parte de Raül Romeva en algún medio extranjero,
en perfecto inglés de Cambridge, es que Catalunya saldría inmediatamente de
Europa, lo que quizá sea un alivio tal cómo está, y de todas las instituciones
internacionales, de que díficilmente sería reconocida por algún estado (lógico,
porque nadie quiere que cunda el ejemplo) y que nuestras exportaciones al principal
comprador, España, a pesar de todo el buen rollo, se verían seriamente
afectadas. Deberían preguntar los soberanistas al pueblo de Catalunya, en vez
de contar esos cuentos de hadas a los que ni un niño puede dar crédito, si los
catalanes, en pos de nuestras emociones y sentimientos, estamos dispuestos a
arrostrar unos cuantos decenios, o quizá generaciones, de precariedad económica
y política.
En el
plano político, además, resulta incomprensible que Oriol Junqueras se haya dejado abrazar por ese náufrago al que todos
daban por ahogado que es Artur Mas,
y que en esa lista variopinta vayan de la mano presuntos izquierdistas con el
partido de la derecha conservadora catalana que más recortes ha efectuado a su
población en materia social. Siendo malévolo tengo que decir que ese entusiasmo
independentista del partido, que representaba hasta hace bien poco el seny catalá, quizá se deba a que en un
estado independiente, y controlado por ellos, no saldrían a la luz pública las vergüenzas,
y los Pujol (padre e hijo no me
constan que hayan sido expulsados del partido por deshonestos) podrían seguir
llevando su fortuna, amasada con nuestro dinero, a sus paraísos fiscales
custodiados por los mossos de esquadra
como han venido haciéndolo en el pasado.
Confío
que en estas elecciones autonómicas, que algunos quieren hacer plebiscitarias,
prime la razón por encima de la emoción, y que en las CUP, que tiene la llave,
se imponga el componente social de izquierdas del partido sobre el nacionalista
y no dé su voto, bajo ningún concepto, al presidente de la derecha catalana. Yo
me siento profundamente graciense
(por mi barrio de Gracia), catalán, español, mediterráneo, escépticamente
europeo, y, desde luego, internacionalista, pero prefiero guardar mis fuerzas
para el asalto al Palacio de Invierno. Así es que voto izquierda no
secesionista.
Publicado en El Cotidiano
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