LITERATURA/ EL CLUB DE LAS VIUDAS, DE GUILLERMO GALVÁN
Lleva años Guillermo Galván (Valencia, 1950),
antiguo periodista de la agencia EFE, dedicado en documentar a través de la
novela policíaca el virulento período franquista que sucedió al finalizar la incivil
contienda con una serie de novelas protagonizadas por el policía republicano
Carlos Lombardi que tiene un difícil encaje —Morderse la lengua es un movimiento reflejo en los tiempos que corren.—
en esa nueva España. Es El club de
las viudas su cuarta novela en Harper Collins después de Tiempo de siega, La Virgen de los huesos y Morir
en noviembre, y todo hace suponer que habrá más entregas.
Nuestro héroe, recientemente aceptado en la Brigada
de Investigación Criminal —El policía
represaliado frente a un delegado de la represión; difícilmente se puede
esperar un trato cercano en esas circunstancias.—y adscrito a un
departamento denominado El Pudridero, en donde todos los caso terminan
pudriéndose, deberá desentrañar la misteriosa desaparición de cuatro soldados
nacionales durante la batalla de Belchite, ciudad en ruinas de Aragón que el
dictador convirtió en museo del horror del enemigo —De modo que esa postal sobre la violencia roja que Franco quería vender
al mundo tiene un buen porcentaje de violencia nazi, detalle que se escamotea
en los panegíricos oficiales.—,
cuyos cuerpos no se encontraron, y en sus pesquisas deberá hacer un
trabajo de campo y localizar e interrogar a sus supuestas viudas para averiguar
lo que fue de sus maridos.
Retrata Guillermo Galván esa España vencida de
posguerra, que debe arrodillarse ante un dictador que está presente en todos
los ámbitos, en las calles —Si bien,
puestos a esquivar obstáculos, el primero, nada más echarse a la vista la
Glorieta de Atocha, es Franco. Más que Franco, sus palmeros, porque la plaza
frente a la estación está llena de gente;
altavoces estratégicamente ubicados emiten marchas militares y cientos
de banderas ofrecen un inesperado colorido.—, que es ensalzado en unos
medios de comunicación controlados por él mismo —El diario es, como viene sucediendo desde que acabó la guerra, una
buena dosis de jabón para Su Excelencia el Generalísimo; una hagiografía
similar a cuanto se publica en el país, cuyas únicas variaciones son los
calificativos aplicados, y no hay tantos en la lengua castellana como para
resultar original— porque el dictador Franco, aunque no aparezca
físicamente, está muy presente en la trama de El club de las viudas, sobre todo en sus directrices para la
represión de la masonería, además del comunismo — El proyecto de eliminación sistemática del enemigo sigue funcionando
con el mismo odio con que se proyectó en el treinta y seis. Y con total
impunidad, igual que entonces.—, una de sus obsesiones personales por no
haber sido aceptado en esa sociedad secreta: Según datos de la propia masonería, unas dieciséis mil personas,
mayoritariamente hombres, fueron ejecutadas durante la larga dictadura de
Franco bajo la acusación de pertenecer a esta hermandad.
Tiene Carlos Lombardi, modelo de policía recto y
profesional, una cierta aura de perdedor al que no le va bien con las mujeres —Con una copa y la botella de coñac sobre la
mesita baja, se apoltrona en el sillón del comedor a repasar su mala suerte con
las mujeres desde el divorcio.—ni con los colegas de la siniestra Brigada
de Investigación Social a los que desprecia por sus métodos: Los servidores del orden como él tienen que
seguir haciendo preguntas y dando hostias hasta que el detenido se queda sin
dientes o le desaparecen los ojos de la cara.
Guillermo Galván arma una perfecta trama policial en
lo que también es una novela histórica y costumbrista extraordinariamente bien
ambientada y documentada que no esconde la crítica social a un triste período
de nuestra historia reciente. Tiene el autor el oficio necesario para construir
un sinfín de personajes secundarios (el ex guardia de asalto Andrés Torralba,
la oficinista Alicia Quirós o el periodista Ignacio Mora, entre muchos otros) y
situaciones creíbles y puede presumir de un oído privilegiado a la hora de
escribir los diálogos, parte esencial de esta novela negra, realista y canónica
que sumerge al lector en ese tiempo pretérito de miseria social y cultural que
fueron los cuarenta años del franquismo que nunca dejó de reprimir: A muchos los llevaron andando descalzos
hasta allí, con las manos atadas a la espalda. De no haber marchado a tiempo mi
hijo, allí estaría su cuerpo, olvidado entre montones de cadáveres. Fue una
carnicería.
Enseñar
deleitando, podría ser el leit motiv
de Guillermo Galván como autor de novela policial.
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