CINE / BALTIMORE, DE CHRISTINE MOLLOY Y JOE LAWLOR
La historia de Rose
Dugdale (Imogen Poots), una aristócrata inglesa que se unió al IRA y protagonizó
junto a dos camaradas más, el veterano Dominique (Tom Vaughan-Lawlor) y el
joven Martin (Lewis Brophy), el robo de valiosas pinturas (un Rubens y un Veermer,
entre otras) en una mansión particular de Inglaterra para exigir la
repatriación a Irlanda de activistas de la organización detenidos en prisiones
británicas, da pie a este biopic tan inusual como fascinante.
Es precisamente la
fragmentación de la historia, las secuencias dejadas a medias para
entrelazarlas con otras, sin ninguna ilación temporal (en medio del violento
asalto a la mansión se inserta la experiencia en Oxford de la protagonista, en
donde se radicaliza, por ejemplo, o las imágenes en blanco y negro en un
televisor del Domingo Sangriento de 1972, para, a continuación, volver con el
asalto), lo que lejos de dar al film una estructura caótica e incomprensible se
convierte en recurso narrativo de primer orden de esta extraña producción
irlandesa.
Hay secuencias impagables
como el asalto de la protagonista, acompañada de Walter (Patrick Martins), a su
propia residencia nobiliaria para hacerse con la cubertería de plata, y el
padre (Simon Coury), apuntando con una escopeta de caza a su hija creyendo que se
trata de un intruso que ha entrado a robar; la irrupción de Rose Dugdale y otra
compañera disfrazadas de hombres en un exclusivo y rancio club masculino; el allanamiento
de la casa palacio de Sir Alfred Belt (John Kavanagh), a quien agreden y roban
sus obras de arte, y las incendiarias proclamas acusatorias contra sus dueños,
especialmente a la maniatada Lady Beit (Andrea Irvine), de la aristócrata
convertida en revolucionaria; las dispares reacciones de la madre (Carrie
Crowley) de la activista ante el cuadro de una pinacoteca en la que esta, casi
una caricatura de la flema británica, se
fija en los detalles de la vajilla del lienzo mientras su hija, Rose Dugdale, lo
hace en la sirvienta negra que la lustra, dos formas opuestas de observar el
mundo: la una clasista, la otra, solidaria.
Baltimore
deja algunos cabos sueltos en el transcurso de sus 98 minutos frenéticos de
duración. ¿Qué ocurre, finalmente, con el pescador medio ciego Donal (Dermot
Crowley) que presta su coche a Rose Dugdale y la delata cuando acude el
espigado policía (Ciaran McMahon) a interrogarle? Y la relación sentimental con Eddie Gallagher
(Jack Meade), su novio y jefe de quien está embarazada, queda muy diluida, es
un simple apunte.
Con un guion obra del
tándem de directores, una fotografía exquisita de Tom Comerford, música de
Stephen Mckeon, cámara inquieta, que incomoda por sus bruscos giros sobre todo
en las secuencias de acción, un elenco de secundarios sencillamente en estado
de gracia y, sobre todo, la hipnótica presencia de Imagen Poots en cada uno de
los planos, Baltimore es un film notable por su audacia narrativa que fue
premiado en el Festival de Cine de Gijón en 2023, se estrenó en España dos años
más tarde y aún puede verse en la plataforma Filmin.
La peripecia con los cuadros robados nunca llega a la anunciada ciudad inglesa de Baltimore del título, pero Christine Molloy (Dublín, 1965) y Joe Lawlor, un tándem cinematográfico que ya ha cosechado un puñado de buenas películas juntos, pone un broche poético a la historia con esa lancha que se aleja río abajo y va abriendo una estela en el agua que se convierte, en la distancia, en calidoscopio azul.
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