4-LA CRÓNICA DE LA SEMANA NEGRA

NOCHE DE PERROS CON JOSÉ CARLOS SOMOZA
Somoza, gran maestre de la orden de Lagavulin, imprime sensatez a la Semana, aunque esta vez, por cosas del género, se siente a las mesas frecuentadas por los frikis sectarios de la fantaciencia, que son tan extraños como sus lectores y sus personajes y van siempre de negro, siguiendo la estela del Sumo Sacerdote Jesús Palacios que me estuvo ilustrando, en medio de una cena japonesa, acerca de Jack El Destripador y otros elegantes asesinos en serie sin dejar de comer sushi, lo que me horrorizaba bastante más que lo que me contaba: soy alérgico a la comida nipona.

Llegó Somoza con su aspecto circunspecto y elegante al evento, criticando la imagen que yo llevaba impresa en una camiseta cutrosa ─ la suya no era digna del Gran Gatsby─, departimos sobre el estado de nuestras vidas ─ la mía, más azarosa, le sorprendió─y nos fuimos a comer con la encantadora Elia Barceló, que se había bajado de Innsbruck para estar presente en el evento y presentarle LAS LLAVES DEL ABISMO junto a Cristina Macia.

Con Elia, con la que hago muy buenas migas cada Semana Negra que nos vemos, he quedado que seré invitado a comer a su casa ─presume de buena cocinera; ya les diré cuando haga la cata oportuna─en cuanto pise la ciudad austriaca. Ya comiendo, en La Iglesiona, en petit comité muy ilustrado, disertamos sobre lo rarillos que suelen ser los austriacos, y no sólo los psicópatas, Hitler y el doctor Freud, sino también sus

artistas, y ahí están Michel Haneke, Thomas Bernard, Elfride Jelinek, que me deben de hacer raro a mí también puesto que me gustan. Acompañé a Somoza a la presentación de su libro en la Carpa de Encuentros y disfruté de la complicidad entre presentado y presentadoras entregadas y seducidas por el talento de este gran amigo cubano de nacimiento, nacido en una de las ciudades más hermosas del planeta que se niega a visitar: La Habana. Después de la cena ─ La Iglesiona de nuevo, degustando una exquisita mouse de avellana que estaba mejor que el arroz con leche que nunca probé ─ departimos en la terraza del Don Manuel sobre perros después de ver pasar a Miguel Cané, o a sus aspavientos, en compañía de un chuchito salchicha diminuto, que alguien dijo la maldad de que se lo había comido una tarde, en un ataque de hambre, con mostaza y encastrado en un panecillo. No sé qué tendrá que ver ese chucho minúsculo con Hamlet, el gran danés que guarda las posesiones de Somoza como brutal cancerbero y propicia el feliz sueño de los guardados, pues la fiera defiende la propiedad a dentelladas y lo mismo la emprende con los mormones que van con la Biblia bajo el brazo como con el que lee el contador de la luz. Fue una noche de perros, en la que yo aporté los tres mordiscos que me he llevado en mi vida del mejor amigo del hombre, el más brutal a cargo de mi propio can Nick, al que dediqué mi novela LIFTING, y me dejó el brazo inservible durante un mes cuando medié en una pelea perruna, y narré el incidente de Babia, cuando ocho encantadores mastines me rodearon para comerme. Una llorosa Nerea Riesco aportó su grano sentimental a la tertulia hablando de su perrita recientemente muerta, una husky creo recordar, motivo por el cual la autora de ARS MÁGICA, y responsable de un blog titulado LOS ESPÍRITUS VOLÁTILES, dice no haberme mandado el relato que le pedí para éste. Hamlet─maravilloso nombre para un perro, más si es un gran danés─, finalizó Somoza, asusta a los carteros, razón por la que es inútil enviarle un paquete al escritor de ZIGZAG, que no llegará, así es que me temo que mi ejemplar de EL MAL ABSOLUTO que Begoña Minguito, prensa de Algaida y sosias de Campanilla que subió a Gijón para acompañar a Francisco Galván y su SANGRE DE CABALLO

─una de mis lecturas pendientes─, le envió, no le llegué nunca o le llegue con las cubiertas mordisqueadas por su fiero guardián. Y yo le hablé de cierto caso en que un tipo que tenía dos dobermans se emborrachó de tal forma que sus propios perros, al quedar diluido el olor corporal de su amo en los efluvios del alcohol, lo devoraron cuando cruzaba el jardín para entrar en su casa, tomándolo por un extraño. Por si acaso Somoza y Hamlet, me ha prometido el autor de CLARA Y LA PENUMBRA, beberán al unísono Lagavulin. Más le vale al primero.

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