EL REPORTAJE

SEMANA SANTA
Texto y fotos José Luis Muñoz

En mi recuerdo asociaba la Semana Santa a silencio o a música sacra. Nadie gritaba, sino que se hablaba bajito, en las Semanas Santas de antaño, grises y de gentes recogidas, en las que todos andábamos de duelo y túnicas moradas velaban las imágenes de las iglesias. Ahora, reina el bullicio pagano por encima de la vocación religiosa, se mantienen, incluso se acentúan, las formas, devaluando, o disolviendo, el fondo.
Por una semana, la carne, en lo más amplio de su acepción, estaba vedada y hacía furor el potaje de cuaresma, ese contundente guiso de garbanzos, acelgas y bacalao desalado, y platos de arroz con leche de postre. De las pantallas de los cines desaparecían las películas clasificadas con 4 y las 3R para ser sustituidas por Los Diez Mandamientos, Rey de Reyes, Ben Hur que volvían como cada año por esas fechas. Ahora la carne reina fuera y dentro del plato y nadie se rasga las vestiduras.
Nunca había asistido a una Semana Santa andaluza, craso error que enmiendo este año de exilio sentimental. Granada cambia su aroma a azahar por el incienso de las procesiones. Tambores y trompetas silencian el fragor de los estorninos que pasan la noche en la Plaza Bibrambla. Las iglesias abren sus puertas y de cada una de ellas salen los pasos, solemnes, precedidos de los nazarenos emboscados bajo sus capirotes que sólo dejan ver sus ojos, las camareras de traje negro, media, peineta, mantilla y cirio en ristre. Con un sacrificio terrible, cientos de costaleros apagan sus cigarros, apuran su ultima cerveza, antes de ubicarse bajo las faldones de los pasos y a una, como si fueran un solo e inmenso hombro, el Cristo Doliente que arrastra la cruz, la Virgen llorosa, iluminada por las velas, se alzan, se bambolean, avanzan, con olor a cirio, iluminando las calles del barrio del Realejo o el Albayzín con fondo de trompetas estridentes. Una comunión perfecta de hombres, mujeres y niños encuadrados en cada una de las muchas cofradías granadinas que compiten, entre ellas, tomando las calles con sus hábitos distintivos de colores.
No hay excesiva devoción en la Semana Santa granadina que ha perdido, en parte, su fervor religioso para volverse más lúdica y pagana, más de todos, de ateos y creyentes que se rinden, sin más, a una estética que lleva siglos deslumbrando las calles de las capitales andaluzas. Nadie se da golpes en el pecho, canta saetas desde una ventana o sigue de rodillas los pasos: a lo más, algún nazareno arrastra una pequeña cruz. Hay orgullo, eso sí, por la maravillosa plasticidad de las procesiones, por la habilidad de los esforzados costaleros que no es que rehúyan, sino que buscan, los recodos más complicados, las calles más estrechas, las más empinadas, para poner en juego todo su arte y poderío, porque ningún paso se detiene ante una dificultad; esos recargados pasos que llevan esculturas de los mejores maestros de la imaginería española, toneladas de adornos de plata y oro, mantos recargados y docenas de cirios que iluminan la noche granadina, avanzan por el Paseo del Darro, por el Paseo de los Tristes, sube la empinada cuesta del Chapir, dobla hacia el Sacromonte ante los aplausos enfervorizados de un público que se sabe parte del espectáculo y contribuye a su éxito.
Bajo un sol de primavera se preparan músicos, camareras, nazarenos y costaleros de la Cofradía de la Aurora en la plaza de San Miguel Bajo del Albayzín, una de las más bellas de Granada. Madres con peineta y traje negro, las camareras, instruyen a sus hijos nazarenos vestidos con capas de raso que hincha el viento antes de que sus rostros desaparezcan bajo el antifaz del capirote. En un extremo, músicos de uniforme y con cascos emplumados, afinan sus instrumentos, y entra en la iglesia, antes mezquita, la guardia de honor de la policía nacional, desarmada. Reina el bullicio y se palpa la hermandad de los cofrades, ese ejército anónimos que dentro de unos minutos pondrá en alzas los pasos y los harán descender, por un dédalo de calles sinuosas y estrechas, salvando pendientes y cuestas, desde lo alto del Albayzin al bajo, desde el bajo a la Plaza de los Reyes Católicos, y desde allí a la catedral para volver a subir, de nuevo, al cielo de Granada.
Los pasos con la imagen de Jesucristo tienen una marcha más austera que los de las distintas advocaciones de la Virgen que, literalmente, bailan al son de la orquesta con serpenteante alegría. Hay sangre sudor y lágrimas bajo los cortinajes que ocultan a los esforzados miembros de las cofradías que ofrecen sus espaldas para llevar tan pía carga. Antes, en los prolegómenos, anudan con fuerza a sus riñones fajas de tela, se colocan su protección en la nuca y el cuello, bromean sobre su fuerza física que deben mantener durante ocho, doce horas, sin más premio que el aplauso espontaneo y la culminación de todo un año de ensayos. Y todos a una, en pie, en marcha, saliendo de todas y cada una de las iglesias de Granada bajo los sones estridentes de las trompetas de las orquestas, procurando que los recorridos no se crucen, que no se agolpen los pasos cuando entren, deslizándose por una rampa, por la puerta principal de la catedral, para santificarse, y salgan por la lateral en un viaje de horas, que empieza a las seis de la tarde y acaba a medianoche o más tarde, con los pasos entrando de nuevo en sus iglesias a la espera de su próxima salida.
En la Plaza de los Tristes, con la Alhambra pintada en oro sobre su loma, la multitud se agolpa para ver los dos pasos de la Cofradía de los Gitanos, cuyo hábito es morado, que cada año concitan la atención del público cuando, tras recorrer la carrera del Darro afronta el vía Crucis de ascender por la cuesta del Chapir camino de la Abadia del Sacromonte, de dónde salió a la tarde y regresará más allá de la una de la madrugada. No es de las más numerosas─900 hermanos, 150 nazarenos y otras tantas camareras ─ pero sí de las más entrañables de cuantas componen el mosaico de cofradías granadinas que cruzan su arte en el centro de la ciudad. Este año, el paso del Cristo de José Risueño asciende con lentitud porque los costaleros son costaleras, mientras la Virgen, que lo hace a continuación, se permite, demostrando lo sobrados de fuerzas que van los que asoman sus pies por debajo de los faldones del paso, hasta marchar hacia atrás en la cuesta para luego subir a la carrerilla punteados por la banda de música.
Luego, de noche, las calles atestadas se vacían, queda en el asfalto y en las aceras los manchones oscuros de la cera liquida y el olor a incienso, derrapan las ruedas de los coches en su huída momentánea de la ciudad, a la que volverán el día siguiente
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Comentarios

Doc Pastor ha dicho que…
La semana santa. Una preciosa tradición que un día tuvo un sentido religioso que hoy solo queda como recurso social.
Alhucema ha dicho que…
Creo que en ciertos sitios (o quiero creerlo) aún hay un atisbo de sentido religioso, aunque como tú muy bien dices ya no es lo que era. En mi libro "Los que no volvimos" doy una visión de la Semana Santa ya desvirtuada. La vivía en el recuerdo y por eso lo escribí así. Si tuviese que "reescribirlo" los poemas ya no serían los mismos. De todos modos, todavía según que saetas (porque las hay) me ponen el vello de punta al oírlas. El olor, la luz, el color, las vírgenes llorosas y los Cristos, permanecen. Quizá sólo en el recuerdo y aunque ya no crea en nada...
Un abrazo,

Inma
Anónimo ha dicho que…
Buen reportaje coincido contigo

potajes de garbanzos espinacas bacalao desalado de postre como no arroz on leche natillas

yo en particular sigo la tradicion
enseñando a mis dos dicipulos
y la decepcion de no emitir aquellas peliculas que citas en el reportaje por lo menos vimos la pasion de cristo de mel gibson


un saludo
inocente delgado
José Luis Muñoz ha dicho que…
Pues sí, la verdad, uno echa de menos esos contundentes potajes que esperaba durante todo el año. Gracias por vuestros comentarios,
José Luis Muñoz ha dicho que…
Inma, de acuerdo contigo. Nunca es tarde para descubrir la Semana Santa andaluza y yo la descubro este año. No veo devoción, pero sí una innegable puesta en escena, y me gusta ese olor a incienso y cera que envuelve la ciudad, y el espectaculo de los pasos por la noche. La he disfrutado mucho.

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