LA CRÓNICA

SANT JORDI
El concentrar en un día, el de Sant Jordi, 23 de abril ─ natalicio de Cervantes, Shakespeare y, no lo olvidemos, Nabokov ─ la fiesta del libro es, sin duda, una de las decisiones más inteligentes que tomaron, al mismo tiempo, libreros y floristas y asumió jubilosa la sociedad civil catalana. Ese día, festivo siendo laboral ─ pero todo el mundo se echa a la calle, con una sonrisa en los labios y una alegría en los ojos, a hacerse con la tradicional rosa y libro ─ , Barcelona y toda Catalunya se suma a una tradición ancestral que no decrece sino crece con los años y un servidor puede dar fe visual de ello. Este año los libreros, y los compradores, temían la crisis, pero la crisis apenas rozó al sector del libro que puede ser, precisamente, un refugio en estos tiempos de penurias. Y es que un libro no es caro, se mire por donde se mire. ¿A qué equivale? A una cena, que se consume y se olvida, que es un placer instantáneo de una o dos horas, como máximo. A una botella de buen vino, cuyo efecto es más duradero, y puede tener una resaca molesta. Pero el libro, una buena lectura, depara un placer más intenso, nos hace soñar ─ en mis sueños de adolescente viajaba por los paisajes helados de Jack London ─, nos instruye ─ una buena novela histórica, una buena novela política o una buena novela social no sólo deleita ─, sirve para comunicarnos ─ hablar del libro con otros lectores, o hablar con el autor en este día tan especial en que los escritores se muestran accesibles y bajan al ruedo de la calle para lidiar con quienes siguen su obra ─, decora nuestras paredes y nuestra mente, dice quién somos, es un objeto de culto, tiene belleza propia exterior e interior, pasa de una generación a otra.
Tuve la inmensa suerte de tener un padre bibliófilo, y ese vicio solitario de mi progenitor, esa pasión por la lectura y la literatura me ha marcado de por vida, ha sido el mayor acicate en mi itinerario de escritor. Crecer entre miles de libros, leer algunos cientos de ellos, sobre todo en mi niñez y adolescencia, metió en mis venas el gusanillo de escribir al que siguió el milagro de publicar.
Había en el día de Sant Jordi un desayuno y una foto de familia en un hotel de la calle Vergara, a los que, como todos los años ─eso también se está convirtiendo en una tradición ─ llegué tarde, aunque justo para felicitar a Félix J. Palma, que iba escoltado por Begoña Minguito y Susana Picos, por su merecidamente exitosa EL MAPA DEL TIEMPO ─ que ya va por su segunda edición y se va a publicar en USA, y eso sí que es ciencia ficción, le dije ─, recibir un encantador piropo de Eugenia Rico a pie de barra, que se agradece, beber dos vasos de zumo de naranja, comer algunos canapés y tomar un café con leche antes de ponerme a trabajar.
En Sant Jordi he hecho de librero escritor, y no me arrepiento de la experiencia. Ser librero y, al mismo tiempo autor, te permite una añagaza inocente que es colocar tu libro a todo aquel que se acerca a la caseta de la librería y no va directo a por uno de Larsen. Emboscado en el anonimato puedes decir que tu novela es maravillosa y que si la lee no le va a defraudar; luego, una vez convencido, con una sonrisa pícara y antes de que se la envuelvan, le ofreces tu firma y el comprador coteja la foto de la solapa con la de ese librero atípico y se siente doblemente satisfecho. El tenderete de Negra y Criminal estaba, como siempre en las Ramblas, aunque subió, en esta ocasión, del mercado de la Boquería, el mejor mercado del mundo y eso no es chovinismo, hasta el Palacio de la Virreina, y a él se acercaron algunos buenos amigos ─ faltaron otros, que conste y sea dicho, y que ellos se den por aludidos y pongan aquí, mentalmente, sus nombres ─ y otros tantos desconocidos que nunca habían oído hablar de mí pero salieron con mi último libro bajo el brazo y dedicado, seducidos por mis dotes de convicción. Fue un día hermoso, después de la resaca de las fiestas literarias de la tarde y noche anterior, en casa Fuster ─ del programa de televisión Volveré que rendía homenaje a Ana María Matute, decana de nuestras letras, y en el que me reencontré con Ricard Ruiz Garzón y Alex Salmon, director de El Mundo Catalunya ─ y en La Llotja ─ la fiesta de Qué Leer, la revista imprescindible para todo aquel que se mueve en el mundillo literario, en la que me fundí en un efusivo abrazo con Francisco González Ledesma, escritor imparable y persona encantadora como las que ya no existen, y me dejé fotografiar al lado de Tony Iturbe, maravillosamente trajeado como flamante director de la revista ─, eventos a las que uno va para ver y dejarse ver, que son una especie de feria de las vanidades en la que los más famosos se mezclan con los desconocidos, los mediáticos se cruzan con los de culto y las escritoras lucen sus últimos modelos maravillosos mientras los escritores se pueden permitir ir hechos unos zorros. Acreditaba uno, aquella mañana, un cierto cansancio por haber hecho cola el día anterior para hacerse con las bebidas o lanzarse sobre los canapés ─ desengañémonos, lo que más éxito tuvo fue el jamón serrano, por el que hubo bofetadas ─ y haber concedido una agradable entrevista en una radio local a horas intempestivas, pero encaré el Sant Jordi con lo mejor de mi ánimo, dispuesto a dar la batalla por venderme.
Acompañado por colegas excelentes ─ Eduard Pascual, el mosso escritor que se hartó de firmar ejemplares de su CODEX 10 ante el pasmo y envidia general (en veinte minutos hizo el trabajo que otros, yo, hicieron en dos horas y media) ; Andreu Martín, que no iba disfrazado de mosso y andaba muy satisfecho con su Wendy recién llevada a la pantalla; Carles Quílez, ufano con su premio Crims de Tinta, José Luis Ibáñez (coincidir con él es un peligro, porque acapara la atención, vende todos sus libros, y uno solo respira cuando se marcha) ; Julián Ibáñez, con su novela premiada a cuestas; Lluis Gutiérrez que tiene unas envidiables tablas para venderse y salía al ruedo cuando la ocasión lo requería (Sí quiere yo le explico de que va el libro: soy su autor), una bellísima Cristina Fallarás (el truco es el embarazo: un año sin fumar ni beber, me confesó esa escritora y periodista de ojos verdes y leonina melena rojiza) que estrena novela en Alianza Editorial: ASÍ MURIÓ EL POETA GUADALUPE, y un papá feliz, el duro Raúl Argemí de LA ÚLTIMA CARAVANA, finalista del Dashiell Hammeteh, con su diminuta Pepa ataviada con la camiseta de NYC ─, saludando y firmando los libros, tres, que el escritor Luis Vea, un cuentista excepcional, me trajo, pasé las horas de este Sant Jordi de sol benigno parapetado bajo mi sombrero panamá y de riguroso negro, contemplando el espectáculo de la Rambla, la calle más hermosa del mundo, que fue, como siempre, una riada humana, epicentro de la fiesta de la cultura y el amor, de ocio y negocio, esa síntesis de la rosa con el libro que hacen de Catalunya un lugar muy especial.
Aguanté en la barricada, por puntillo, hasta que mi último libro fue vendido, utilicé técnicas de marketing ─ un dos por uno ─ que surtieron su efecto, coloqué mi novela a unos canadienses que cursaban su Erasmus en la Ciudad Condal y a eso de las ocho de la tarde, una hora más de la fijada para la firma de libros, abandoné Negra y Criminal con todo el pescado vendido y dejando a Paco y a Montse con el resto de los libros.
Las previsiones que hice el día anterior en la radio se cumplieron a rajatabla: Javier Cercas vendió como churros su ANATOMIA DE UN INSTANTE, retrato de esa España del 23 F en la que todos, menos tres, hicimos como sus señorías, escondernos bajo nuestros banquillos, y el desafortunado Steg Larsen colocó los dos primeros libros de su trilogía MILLENIUM a miles de lectores que aún no la han leído, que ya deben de ser muy pocos, yo y media docena más. Y constatar que al flamante Premio Planeta Fernando Savater ni se le vio ni se le vendió ni se le esperaba, como a Armada en la Moncloa ─ de hecho no figura el suyo en la lista de los diez libros más vendidos, algo que es insólito para un premio de su categoría ─ y sí se vio, como no, a su finalista, Boris Izaguirre, chupando cámara.
Aunque la más agradable sorpresa ─ aparte de saludar a una amiga de muchos años atrás que acudió fielmente a que le dedicara mi novela (gracias desde aquí), hablar de mi land de Gracia (creo que cuando alguien me pregunte de dónde soy voy a contestar: de Gracia) con una filla del barri , reencontrarme con un viejo amigo maño, gracias a Facebook, al que no veía desde hace 25 años, ver lo bien que le sienta la prejubilación a un colega de Terrassa cuyo reloj biológico va hacia atrás, como el Benjamín Button de Scott Fitgerald, comprobar como una chica de Sabadell es fiel a su palabra, aunque me deba una canción, conocer a la salmantina y devora libros Celia Santos, con la que me fotografié, y hacerme una foto, aunque desenfocada (el que sí salió, más guapo de lo que es, fue Paco Camarasa, ¡coño!), con Fina Cristiá ─ fue constatar que sobre las cenizas del cine Alcázar de la Rambla de Catalunya se ha alzado la más grande librería de la Ciudad Condal, la Bertrand del Grupo Ramdom House, un inmenso templo al libro, al estilo de las grandes librerías norteamericanas y canadienses, en el que uno se puede solazar sentándose en un cómodo sofá y hojear el libro que ha de comprar. Y decir que estaba rebosante de gente.
El libro goza de buena salud, a pesar de la crisis y el ebook.

Comentarios

Luis Vea ha dicho que…
Y lo bueno que es que la gente se acerque al libro, y lo bueno que es poner rostro a tus lectores. ¿No, José Luis?
Anónimo ha dicho que…
Aunque creo, Luis, que es mejor el misterio, ser invisibles como Salinger, por ejemplo, del que nadie sabe nada, si vive o está muerto, del que nadie conoce su cara, lo que hace. Pero sí, es agradable ver a la gente que te lee y comentar cosas con ellos, aunque se rompa la magia del autor inalcanzable
Luis Vea ha dicho que…
Pero, Salinger, amigo anónimo, aparte de misterioso es ya un escritor ágrafo como diría Vila-Matas.

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