paisanaje

NEOYORQUINOS (2)
fotos y texto:José Luis Muñoz
Esta chica en edad escolar representa a esa minoría vituperada y humillada durante decenios de esclavismo, primero, y décadas de odio e intolerancia, después. Como ella, millones de negros ─ lo siento, me resisto a emplear ese estúpido eufemismo de afroamericanos, del mismo modo que deberíamos olvidarnos de los subsaharianos ─ tienen conciencia de que por fin pueden sentirse representados porque uno de los suyos ocupa la Casa Blanca.

La muchacha mira a lo alto y hace el gesto de llamar a alguien colocando la mano abierta sobre la boca, para amplificar el sonido de su voz. A su lado una compañera con la mirada perdida. Dentro del escaparate de la tienda, un empleado con chaleco y sin corbata, trata de vender unos zapatos deportivos. Casualmente los tres personajes son negros. Y no estamos en Harlem sino en pleno centro de la Gran Manzana.

Este tipo grueso que trabaja en la calle asfaltando me recuerda a John Goodman, uno de los grandes, en el sentido más amplio de la palabra, actores norteamericanos del momento, alguien capaz de que la estúpida sonrisa que nos provoca ver a una persona gorda se nos hiele de inmediato, porque los gordos que interpreta Goodman, sobre todo a las órdenes de los Coen, nada tienen de simpáticos y sí mucho de letales.

Los rasgos de esta muchacha aindiada irradian una belleza salvaje. Me gusta la disposición de sus rasgos sobre su rostro anguloso. Tiene ojos rasgados, nariz perfecta y labios anchos que no denotan sensualidad sino fiereza. La supongo de algún país de Centroamérica. Es una india en cuyos rasgos fuertes no se descubre ningún tipo de mestizaje. Me gusta ese gesto que hace con la mano de tirarse el pelo hacia atrás. Puede ser mi Yacaré, perfectamente.
Esta muchacha negra recibe una buena nueva por su móvil. Contrariamente a muchas chicas de su raza, opta por conservar sus bonitos rizos naturales. Trabaja en una de las cientos de miles, sí, cientos de miles, han oído bien, de oficinas que ocupan los rascacielos de Manhattan.

No sé por qué razón, pero presumo que esa chica es de origen nicaragüense. Cuando vuelvo a ver la fotografía me doy perfecta cuenta del origen de mi suposición: me recuerda a Bianca Jagger, la que fue novia del Rolling Stone Mick Jagger y abanderada de diversas causas progesistas. Hoy Nicaragua, un antiguo emblema revolucionario, es un sueño del pasado.


Nadie puede dudar del origen hispano de este caballero de blanco y abundante pelo. Es un gallego puro, que es cómo nos llaman a todos los españoles por el afán migratorio de nuestros celtas. Alguien le pone detrás una V de la victoria. Está celebrando el aniversario de la independencia de Puerto Rico, su país, que pasó a ser un estado dependiente de la Unión con la curiosa denominación de asociado.


El tipo es un mendigo, pero parece feliz y no me pide nada a cambio por la fotografía. Ha debido caerse recientemente, después de una mala borrachera nocturna, porque tiene una costra en la nariz. Su tonalidad de piel rojiza lo asocio a su dipsomanía. Tras cruzar unas palabras en perfecto español, afirma ser portorriqueño. No hay cosa que una más que el idioma.


La muchacha de larga melena ondulada tiene la mirada absorta. Permanece quieta en la calle esperando que el semáforo vire al verde para cruzar. Tiene la cara redonda, como de luna, y una frente muy ancha y despejada. Ese tipo de mirada, algo perdida, la he visto con mucha frecuencia en las calles de la capital del mundo.
No es nada habitual ver a musulmanes en Nueva York haciendo gala de ello con su vestimenta después de lo que pasó el 11S, pero a este hombre tocado con el fez y ornado por su barba blanca no parece importarle manifestar públicamente sus creencias. Más difícil es ver, todavía, mujeres con la cabeza cubierta con el yihab.
Esta norteamericana blanca tocada con sombrero camina con seguridad por las calles de la Gran Manzana mostrando por su escote sus retocados pechos. Es una muacha atlética, pero también podría ser un muchacho, por lo que no pongo la mano en el fuego para avalar su feminidad. Por regla general, la mujer que exhibe su busto es que éste acaba de pasar por el quirófano y desea que los demás le den su aprobación.
Esta camarera de un Starbucks Café, que en Nueva York son bastante peores que los que abren en España, sirven un café infame y unas enormes madalenas rellenas de fruta bastante repugnante, parece preocupada de que nadie conteste a su llamada en sus quince minutos de descanso. Me gusta su expresión triste y la belleza de sus rasgos. Aprecien la coquetería con que se encasqueta en su cabeza la gorra preceptiva.
Mirando el suelo, precavida con su paraguas en la mano, la neoyorquina de artificial cabello lacio, hermoso collar étnico sobre busto abundante y llamativos pendientes, sale del duro trabajo y regresa a su casa. Allí tendrá que lidiar con su prole que le tirará de la falda y con un marido ocioso que no tiene trabajo y demabula en calzones por su casa con una birra en la mano, como Hummer de los Simpson.
Puede que Nueva York sea la ciudad con más móviles por habitante. Y la que más los utiliza. Mientras la mujer de segundo plano habla por uno convencional, la oriental de primer plano lo hace a través de sus auriculares. ¿Tanto hay que decirse a todo hora y lugar? Quizá las distancias insalvables de la ciudad justifiquen su uso.
Por las venas de esta mujer, que no disimula sus canas y tiene dignidad en su edad, que no belleza, corre sangre irlandesa. Y es católica. Aunque no se distinga, la medalla que cuelga de su cuello contiene una imagen religiosa grabada: una virgen. Quien la observa, de perfil, es su hija. La tercera invitada que se cuela en la foto parece Laura Dern, la actriz de uno de los parques jurásicos y alguna pesadilla de David Lynch.
Bueno, pues aquí está la hija, con un gesto de desaire total. Hay un punto de agresividad en esa mirada que se cuela por entre sus párpados cerrados. Es sumamente pálida y tiene una forma de cara oblonga. El color de su cabello es natural y ligeramente rojizo. No tardaremos mucho en verla empuñando con una mano una jarra de Guinness y con la otra repicando en el mostrador de una taberna irlandesa de Nueva York, al ritmo de las gaitas de sus músicos celtas.
Los obesos mórbidos han disminuido drásticamente y la enfermedad ha cruzado el charco y la tenemos entre nosotros. Siempre nos llega todo con retraso de Estados Unidos, y aumentado. Estamos copiando sus malos hábitos alimentarios y alumbrando una generación de obesos mientras ellos toman medidas para controlar el problema y han reducido su número. No lo digo por estas dos señoras de origen mexicano, o guatemalteco, que charlan muy animadas y no parecen sentirse acomplejadas de su sobrepeso alimentado por tortillas y tacos.
Los efectivos de la NYPD son incalculables. Creo que es la ciudad con más policías del mundo, algo que se agradece porque no se les suele ver como amenaza sino como protección. La mayor parte de ellos, como estas dos mujeres que charlan entre si animadamente, están para resolver problemas de tráfico que no existen. La circulación de Nueva York es Jauja al lado de la de Madrid o Barcelona.
Abundan los atuendos deportivos. Los neoyorquinos son tan fanáticos de la vida sana como de la comida basura. Es habitual toparse con tipos sudorosos que van corriendo a sus casas después de haber dado dos o tres vueltas corriendo al Central Park. Este cambiará su camiseta sin mangas por camisa oscura, corbata chillona y chaqueta balnca y se irá a cenar al River Café, uno de los restaurantes más panorámicos de la ciudad, justo donde acaba, o empieza, el puente de Brooklyn.

Cualquier atuendo es bueno si rima con el color de la piel. El móvil nunca falla para regocijo de las empresas de telefonía que se han convertido en unos de los negocios más seguros. Los neoyorquinos deambulan ensimismados en sus largas conversaciones. La de citas que se evitan, o se construyen, con estos artilugios que llevamos pegados al oído e irradian directamente sus ondas nocivas al cerebro.
Esta mujer resalta su busto prominente y, presuntamente, natural con una especie de cinturón rojo abotonado a su traje negro. Lleva la bandera anarquista sobre la piel pero debe de estar en las antípodas de la ideología ácrata. Como verán es otra que habla por la calle a través de sus auriculares. Empiezo a sentirme un bicho raro. Mi móvil no funciona en la ciudad y no tengo nada para colgarme de las orejas.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Vaya mierda de post, y el que lo ha escrito tremendo imbécil.¿Quién eres tu para decir o juzgar a la gente a través de una fotografía?

Imbécil.

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