EL ARTÍCULO

¡ES LA REFORMA FISCAL, ESTÚPIDOS!
José Luis Muñoz




Una iniciativa de algunos millonarios - unos pocos, no lancemos las campanas al vuelo y creamos que todos están infectados por el virus de la solidaridad - de Alemania y Francia, y algún estadounidense, el norteamericano Warren Buffet, han pedido a sus respectivos gobiernos que les graven con más impuestos en esta época de crisis; llegan a la conclusión, con una lógica aplastante y fácilmente entendible, que deben arrimar el hombro en esta época de turbias tormentas financieras que nos afectan a todos pero pagan los de siempre, los de abajo y los del medio que cada vez están más abajo. La iniciativa insólita de esas grandes y medianas fortunas que se lanzan a la salvación financiera de sus estados contrasta con la inanidad económica, parálisis intelectual y desidia moral de sus respectivos gobiernos que se abstienen de legislar en dicha dirección y se arrodillan ante los mercados. Yo, de ellos, de esos políticos indignos de tal nombre, carentes de representación popular aunque cuenten con el soporte de las urnas porque creemos que la democracia es el menos malo de los sistemas posibles, estaría avergonzado por esa iniciativa, minoritaria, que pide que las grandes fortunas del mundo palíen los efectos de esta devastadora crisis cuyos responsables conocidos siguen medrando y enriqueciéndose
En sentido opuesto, diametralmente, se ha expresado en estos días Dolores de Cospedal, quien se perfila como clara sucesora del mediocre Mariano Rajoy. Descarta reinstaurar el impuesto sobre el patrimonio, que sanearía nuestras arcas públicas, con razones peregrinas. “No es momento de demagogias” afirma tras cerrar filas en torno a ese golpe de estado anticonstitucional que pretende reformar la Carta Magna sin una previa consulta popular. En contra de sus acólitos franceses, la presidenta de Castilla-La Mancha rechaza cualquier reforma fiscal y aumento de impuestos con la frase tajante de “Más impuestos equivale a más paro”, que es una falsa ecuación. Más impuestos supone más inversión estatal, más empleo, en servicios sociales o en infraestructuras, y reducir el déficit sin reformas constitucionales; cualquier persona lo ve menos quien no quiere verlo. Pero cuando en la rueda de prensa, en la que la número 2 de los populares estaba, un periodista le pidió que razonara el porqué a su oposición a restaurar el impuesto de patrimonio, su respuesta, al menos a mí, me dejó sin habla.
“El PP está en contra de crear o de volver a poner el impuesto de patrimonio. Las grandes fortunas no pagan el impuesto de patrimonio, decir que van a pagar los más ricos es una mentira, es hacer demagogia”. ¿Han oído bien? La dirigente del partido que seguramente gobernará durante unos cuantos años a una España que es mayoritariamente de izquierdas (paradojas de nuestro país) asume como algo natural e irremediable, como si se tratara del huracán Irene, el que los ricos no paguen por sus ingentes patrimonios. Lo acepta y hasta lo defiende. Cabría esperar de ella, tras la constatación escandalosa de una situación que todos conocemos y nos indigna profundamente, que dijera que con ellos en el gobierno eso se iba a acabar, que las triquiñuelas legales para que las grandes fortunas no tributen por sus mansiones, yates, jets privados y cochazos se va a terminar y que van a contribuir, como lo estamos haciendo todos los españoles, a salir de la crisis, eufemismo de estafa global, que arruina a unos y enriquece a otros. Pero no. Bueno, al menos Dolores de Cospedal es sincera, barre para los suyos, los protege, y es un adelanto para saber para quién va a gobernar el PP. No muy diferente, por desgracia, de los que nos gobiernan ahora.
Mientras, los dos grandes partidos urden, con nocturnidad y alevosía, a meses de las elecciones, en plena canícula de verano, una reforma constitucional para reducir el déficit y se saltan someterla a referendo popular, no sea que el pueblo, al que ellos dicen representar pero no representan en absoluto, les diga NO. El presidente del agonizante gobierno justifica ese golpe de estado contra la soberanía popular como “La opción más suave para calmar a los mercados”. ¿Y para calmar a los ciudadanos? Bueno, ya lo sabemos, en esa “democracia” de nuevo cuño, neoliberal, que persigue jibarizar al estado para poder ahogarlo en una bañera (Dick Cheeney, mente preclara del neoliberalismo y de la tortura sin fronteras, dixit en el lenguaje Cosa Nostra que tan bien maneja) el ciudadano no es nada frente al mercado, quizá su peso en carne, como en El mercader de Venecia de Shakespeare, o ni eso.
La crisis, el déficit público, las turbulencias financieras, todo lo que está pasando, tiene una muy fácil solución que no quieren aplicar nuestros gobiernos y de la que pocos hablan. La reforma fiscal. ¡Pero ya! Si afloramos los recursos detraídos por el fraude fiscal (un 30% en cálculo modesto) y ponemos a nuestros inspectores de Hacienda, tan celosos con nuestras declaraciones y nóminas, a trabajar por despachos de abogados, arquitectos, consultas de dentistas e inmobiliarias que mueven, salvo honradas excepciones, ingentes cantidades de dinero negro, saldríamos de la crisis y no tendríamos que recurrir a emitir deuda cada vez más cara. Si graváramos los ingentes patrimonios que hay en este país con impuestos adecuados, saldríamos de la crisis. Si estableciéramos la tasa Tobin sobre las transacciones financieras, saldríamos de la crisis. Si acabáramos con la inmunidad de los paraísos fiscales, saldríamos de la crisis. Si penalizáramos fiscalmente las deslocalizaciones de empresas, saldríamos de la crisis. Si graváramos con impuestos especiales los beneficios de los bancos que hemos reflotado con nuestro dinero, saldríamos de la crisis. Si en vez de seguir una y otra vez con ese cansino mantra de moderación salarial pidiéramos moderación de los beneficios y de los bonus a los altos ejecutivos de las empresas, saldríamos de la crisis. Si pidiéramos responsabilidades a quienes montan un AVE para siete personas o construyen una red de aeropuertos fantasma en donde no han aterrizado nunca aviones, saldríamos de la crisis. Hay caminos en la selva, pero nuestros políticos no quieren abrirlos.
Hay que reformar la Constitución, desde luego, pero no en ese sentido que PP y PSOE pretenden y en el que se han puesto de acuerdo, sospechosamente, en solo 48 horas. Hay que introducir un título en nuestra Carta Magna por el que todo gobierno que incumpla el proyecto por el que fue elegido deje el poder de inmediato ¿Cómo es posible que en la sociedad civil se castigue el incumplimiento de un contrato y no se haga lo mismo en la vida política que nos atañe a todos?
La degradación de nuestra democracia está llegando a un punto de no retorno. Nuestra desconfianza hacia la clase política está haciendo que acudir a las urnas a depositar nuestro voto carezca del más mínimo sentido y crezca la abstención y el voto en blanco. El sistema falla porque lo han corrompido hasta límites abismales los que debían velar por él y nos están conduciendo a un nuevo fascismo encubierto tomando decisiones que nos atañen a todos y comprometen a generaciones futuras sin consultarnos. Los indignados recuperan el ágora, discuten en asambleas y avergüenzan a nuestros políticos esclavos de los mercados y sin iniciativas, pero deben, o debemos, ya que me considero parte de ellos, dar pasos mucho más contundentes en su tarea de dignificar la res pública.
Quizá haya llegado el momento de pasar a la acción contundente para frenar la avaricia sin freno del capitalismo y rechazar frontalmente a la clase política corrupta, inane, incompetente que no nos representa en todas las decisiones que está tomando contra los intereses de la mayoría. Y no hablo de echarnos al monte y alzarnos en armas, como lo están haciendo en el norte de África para desembarazarse de sus sangrientas y corruptas dictaduras, sino de acciones tan incruentas como eficaces para poner en su sitio a nuestros gobiernos y detener sus desmanes. Una rebelión fiscal, por ejemplo, una insumisión total de toda la ciudadanía a pagar sus impuestos mientras este estado de cosas perdure y los gobiernos no tomen medidas claras para que la crisis la paguen quiénes la provocaron.
¡Islandia!

* Este artículo fue publicado en el periódico digital EL IMPORTUNO

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