DIARIO DE UN ESCRITOR

Arán, 4 de abril de 2012

Llegaron dos buenos amigos proyectados desde la séptima vida, los Exhomónimos, como notarios de que ésa realmente tuvo lugar, y que mantengo en esta octava, a pesar de la distancia que nos separa: mil kilómetros. Los encontré en la calle del pueblo y fue como si el tiempo no hubiera transcurrido. "Decíamos ayer…" Cambiamos Granada por Arán. Ella, simpática, dicharachera, de sonrisa amplia y actitud expansiva. Él, docto profesor al que tengo un cariño muy especial, un homónimo lector de ensayos al que lentamente estoy atrayendo a la ficción. Vinieron del sur para estar unos días conmigo y compartir charlas y risas en compañía de buenos vinos, tintos y blancos, que me trajeron, y buena comida, la que intenté hacerles y creo conseguí. Hacer un buen plato es cuestión, sobre todo, de afecto. Anduve entre fogones haciendo una olla aranesa, por primera vez en mi vida, y la disfrutaron con sumo agradecimiento. La suerte del primerizo que quizá no se repita. Estos días, grises y lluviosos por fuera, porque es Semana Santa, resultaron alegres por dentro. Les enseñé unos cuantos parajes del Valle y mi homónimo dijo una frase lúcida, puro sentimiento: Que el paisaje le estaba entrando en el alma. El Valle no sólo es hermoso, que lo es, no sólo tiene un encanto especial por la suavidad de su paisaje que, raramente, es agreste, sino que establece una relación afectiva con quien lo pasea, es como una amante desnuda que se deja recorrer la piel con besos suaves desde los pies a la frente. Han andado a la vera de ríos fragorosos que llevan en sus aguas el hielo de la nieve que se funde; han cruzado bosques silenciosos; han caminado por paisajes nevados…Las excursiones se han convertido en plácidos paseos sin horarios ni metas. A veces nos hemos acercado a alguna cascada, para verla en su grandiosidad y sentir el frescor del agua despeñándose, o hemos espiado el nacimiento de un río que se soterra y reaparece brotando impetuoso entre las piedras.
Hay algo mejor que el paisaje, que la comida, que estos bellos pueblos: la compañía, me dicen. Lo mismo puedo afirmar de ellos. Les explico, mientras conduzco, detalles del Valle, les hablo de esa idiosincrasia tan especial que lo convierte en un territorio único.
El día tuvo una agradable sorpresa poco antes del mediodía, uno de esos regalos impensables, un verdadero milagro: la iglesia de Artiés estaba abierta, de forma excepcional. Las iglesias del Valle cierran todas sus puertas por temor a ese salteador de tallas románicas que se llama Erik El Belga que arrambló todo lo que pudo. Pero hoy, abrieron esa iglesia tan especial y mis amigos del sur quedaron literalmente en éxtasis contemplando sus bóvedas ilustradas con maravillosas pinturas murales, su gótico retablo ejecutado con rigor estético, los retablos laterales, barrocos pero cobijando en sus hornacinas esculturas que parecían venir directamente del románico, o las características columnas, inclinadas hacia fuera, porque los arcos de la bóveda están cediendo y las abren con su peso. El románico, y en eso estoy totalmente de acuerdo con mi homónimo, es tosco, es una maravillosa chapuza arquitectónica y escultórica, es arte tan primitivo como auténtico, nacido de nuestras propias imperfecciones. Y es de sabios vernos como imperfectos. Como nos vemos mortales en nuestras visitas, hoy, a los cementarios al pie de las iglesias de este Valle, con muertos que miran a las montañas y ya forman parte de ellas. Durante veinte minutos estuvimos extasiándonos con la lección de los siglos en esa iglesia de Artiés, atentos a las explicaciones del lugareño que cuidaba del recinto. En uno de los retablos, en altorrelieve algo ingenuo, la secuencia del martirio de Santa Cristina nos llamó la atención: la santa, en cueros, con una braguita dorada, rolliza, está en uno de los cuadros sufriendo en sus carnes desnudas el flagelo de sus verdugos. ¿Sadomaso? inquiere mi amigo sureño mientras la fotografía una y mil veces.
Difícil desconectar la mirada de esa excelsa obra de arte que es, en su conjunto, la iglesia románica de Artiés, el pueblo natal del único conquistador de origen catalán, Don Gaspar de Portolá, avistador del Cañón del Colorado, y centrarse en los placeres del estómago en ese santuario gastronómico de Gessa que es el restaurante Rufus adonde vamos, porque Arán es una perfecta fusión de naturaleza, arte y gastronomía. El antiguo escalador cambió las paredes verticales de las montañas por el fuego de los fogones para regocijo de sus comensales, hoy, nosotros. Compartimos un exquisito micuit y unas alcachofas al horno sencillamente en su punto, y seguimos con un solomillo de ciervo con salsa de queso, mi homónimo, y un foie a la sal con salsa de higos nosotros dos. Rematamos con flan de queso, por mi parte, y manzana frita con coulís de naranja por la suya. Bebemos lo que pudimos. Brindamos por los viejos tiempos y, sobre todo, por los venideros, por las muchas vidas que nos tocarán vivir, por la felicidad en cada una de ellas. Hablamos de lo divino, de lo humano, del estómago, de la carne, del corazón, del complejo mundo afectivo, de nuestra amistad que se redobla con este maravilloso encuentro tras ocho meses de ausencia que no notamos.
-Sentiste tanta envidia de lo que hacían tus personajes en tus novelas, que, un buen día, decidiste vivir como ellos-me dice mi homónimo, escrutándome con mirada azul y en tono doctoral que no admite discusión.
Cierto. Y me di cuenta de que lo que funciona en la literatura no siempre resulta en la vida real. Como ocurre en las ficciones, los personajes acaban escapando a tu control. Yo mismo, convertido en personaje de mi séptima vida, alguien que a veces me cuesta creer que verdaderamente existió.
Como con otras cosas de esta octava vida disfruto intensamente del placer de la amistad verdadera y generosa, me río de mí mismo, y se ríen ellos conmigo y, después de tan copiosa como exquisita comida, un paseo por Unha, otro, más largo por Bagergué, y regreso a casa, para caer en brazos de la siesta mientras la lluvia roza suavemente los cristales de las ventanas y va dejando en ellos mi rastro de lágrimas. Del sueño termina uno despertándose.
Y ya de noche, tras una exhaustiva sesión fotográfica de La Graciosa, que mis amigos soportan sin retirarme su amistad, me entra en el móvil un mensaje emotivo. ¿Puede un maremoto de sentimientos expresarse a través de un sms? Puede. A cuatrocientos kilómetros siento su aliento en el cuello, el roce de sus dedos, el surco de sus labios en mi piel y su mirada amorosa. Tenemos 111 años. Y espero llegar a 150.

Comentarios

M. Deveriá ha dicho que…
Qué emotivo y hermoso relato. Creo que conozco a esos encantadores amigos del sur. No coincido en esa descripción que haces del Arte Románico.Responde a un modelo de sociedad feudal y con una sensibilidad religiosa a flor de piel. Por eso era deliberadamente- y fuertemente- expresionista.
Un gran abrazo.
M. Deveriá ha dicho que…
Se me olvidó decir que amo el románico, ¿qué otra cosa puede hacer una verdadera zamorana? Me crié y crecí paseando entre iglesias románicas entrañables, me bautizaron en una de ellas, y eso imprime carácter.
Si están por ahí aún losex-homónimos, dales un abrazo de mi parte. Compartí con ellos, y contigo, una cena y una comida muy agradables.
Anónimo ha dicho que…
Apenas se atreve uno a escribir nada, cuando alguien te muestra la dificil falilidad de la auténtica literatura viva. Pero, por otra parte, no puedo dejar de agradecer el doble privilegio de vivirlo en directo y revivirlo literariamente.
Mercí Jose Luis, mercí Val D´Aran, mercí Alicia. Como decía el Prof. Yela, se puede vivir sin amor, pero sin amor no merece la pena vivir.
Amónimo
José Luis Muñoz ha dicho que…
No creas, mi buena amiga, que no me gusta el románico. Los dos homónimos lo admiramos. Nos emociona su autenticidad, su primitivismo y minimalismo. Ya he dado a los exhomónimos el abrazo de tu parte. Pues si eres amante del románico más motivo para no perderte el Valle. Un abrazo,
José Luis Muñoz ha dicho que…
Me alegra, homónimo, lo que me dices. El Valle de Arán ya forma parte de ti y te lo llevarás al sur en tu retina. Espero que este viaje permanezca indeleble en tu memoria.

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