DIARIO DE UN ESCRITOR
Arán, 25 de
septiembre de 2012
Llueve en la República Independiente de Arán en
donde me siento lejano a todo, razón por la que me establecí. Llueve lento,
como si Dios regara desde el cielo, para que el Valle siga siendo verde esmeralda,
para que el otoño gane terreno en los bosques de hoja caduca que, lentamente,
van virando al ocre y al amarillo.
Paseé, en buena compañía, por el hayedo de Bausén
después de un desayuno casero con tostadas con mantequilla y manzanas que
convertí días atrás en mermelada. Pasaron las horas, cuatro, sin darme/nos
cuenta en ese bosque mágico que recorro con frecuencia. Es un camino circular,
bien señalizado, que atraviesa un bosque inmenso, corona una loma y regresa de
nuevo al pueblo por el extremo opuesto. Me/nos íbamos parando ante cada mata de
moras y recolectábamos las más maduras y grandes, de color oscuro, casi negras.
No había recipientes adecuados. Así es que las moras fueron a la funda de las
gafas, a un paquete vacío de kleenex. Y también recogimos un puñado de
avellanas mientras un ciervo bramaba de forma insistente en un monte cercano,
camuflado entre los árboles.
Deshojé, días atrás, la margarita de estar o no
estar este 25 S en Madrid, en los alrededores del Congreso llevado por mi
indignación y el descrédito absoluto hacia la clase política. Decidí que no,
que mi lugar estaba aquí, en el Valle, para cumplir con mis compromisos
sociales previamente adquiridos. Pero vi las imágenes de los manifestantes
indignados cercando el Congreso de los Diputados que No Nos Representan desde
que se inició esta crisis y han traicionado la voluntad de las urnas e
incumplido todos sus contratos electorales. ¿Violencia? Algún empujón, patada,
bote de pintura blanca que se llevaron un par de policías ante las cámaras. Las
televisiones repiten la agresión, una y otra vez, para magnificarla. Hay hasta
treinta y cinco policías heridos, según la estadística. Entre los ciudadanos
indignados, el doble. Pero lo que yo vi fueron las muchas caras rotas y
ensangrentadas de los manifestantes, las chicas arrastradas por el suelo, los
porrazos a ciudadanos que se retiraban ante la violencia de los antidisturbios.
Violencia es sacar a alguien y a su familia de su vivienda porque tuvo la
desgracia de no tener ingresos con que hacer frente a la hipoteca; violencia es
echar a alguien de su trabajo y condenarlo a la indigencia; violencia es que mi
dinero vaya a los bolsillos de los que nos están llevando a la ruina; violencia
es que el parlamento haya sido asaltado por los mercados que son los que lo han
tomado y dieron el golpe de estado...
Desocupa el congreso, debería haber sido el lema de
las manifestaciones, porque el congreso, deslegitimado por los políticos que
calientan sus asientos y se han olvidado de los ciudadanos, fue ocupado por los
mercados hace ya muchos meses y la soberanía nacional se perdió después de este
golpe de estado que dieron los especuladores con la complicidad de los
políticos.
Lo que sucedió ayer me recuerda, salvando las
distancias, al enfrentamiento entre palestinos e israelíes. Una desproporción. Los
palestinos lanzan proyectiles a los israelíes, y ellos responden bombardeando
con bombas de racimo. Un muerto israelí por cada cien palestinos. La sangre la
vi yo en el rostro de los manifestantes, no bajo el casco de los policías. Los
que se manifestaron no eran enemigos de la democracia puesto que la reclamaban;
los enemigos de la democracia, porque han olvidado su papel de representar los
intereses del pueblo que les eligió, se sientan en el congreso de los
diputados.
Pero sí, claro, hubo fallos en la jornada, porque
los que pegaban a los manifestantes porrazos son funcionarios a los que se les
ha rebajado su poder adquisitivo y estaban al lado equivocado de la barricada.
Pero nunca debieron arrojarles los indignados botes de pintura a los policías,
aunque fuera blanca, sino rosas. Rojas.
Comentarios
Un beso.