MIS LIBROS / EL SABOR DE SU PIEL
EL SABOR DE SU PIEL
Decidimos
tener una experiencia carnal previa y dejar de ser vírgenes pagando por la
clase práctica. Era necesario para ahuyentar el terror que nos producía
intentarlo con Leticia. Creíamos que estando antes con otra mujer iríamos más
seguros, tendríamos más soltura. Reunimos nuestros exiguos ahorros y exploramos
las páginas de ofertas sexuales del periódico. Todas eran tentadoras y
prometían paraísos ilimitados de placer con sólo marcar un número. Había
algunas fotos de chicas medio desnudas, muy bonitas, en poses provocadoras que
incitaban a la penetración, con pechos y culos de ensueño que no debían
corresponderse con la realidad, todas jóvenes, casi todas estudiantes, con
medidas de canon de belleza clásica y un largo catálogo de placeres. Nos
comenzábamos a calentar leyendo las numerosas ofertas, la literatura comprimida
de los anuncios, la telegráfica reseña de cualidades eróticas. Había muchachas
de todos los colores, de todas las nacionalidades, que practicaban todas las
especialidades sexuales posibles. Saciaban nuestra imaginación en breves y
gráficos anuncios. Nos decidimos por una chica colombiana. Ponía en el anuncio
que era dulce. Creo que la escogimos, tras mucho dudar, porque el texto de su
anuncio era divertido y hasta tierno. “Colombiana cariñosa y redondita te da
sus tetitas mientras lo hace”, y por su nombre de guerra – o quizá fuera
realmente el suyo – Milady, que nos llevaba de nuevo a “Los tres mosqueteros”
de Alejandro Dumas. Queríamos una chica dulce para empezar, no un putón
salvaje, para que la experiencia no resultara un trauma, por lo que eliminamos
todas las que ofrecían tetas enormes, besos negros, enemas y lluvias doradas.
La llamé. Tenía un acento agradable, un tono de voz suave, bajo, de terciopelo
y me empezó a excitar por teléfono. Empecé por el precio. Le pareció bien. Le
dije que éramos dos. Noté un chasquido de su lengua, pero aceptó. Le pregunté
cómo era. “Ya me verás”, me dijo. Insistí. “Pequeña, pero rotunda. Tengo el
pecho muy bonito y no es operado”. Le di la dirección de Borja y le indiqué
cómo podría llegar a ella.
Tardó media hora. Borja me dijo que
la abriera. Estaba asustado. Yo más. No mintió. Era pequeña, pero tenía un
cuerpo generoso. Se quitó los zapatos mientras me miraba. Aún se hizo más
pequeña. Tenía unos bonitos ojos oscuros y una boca sensual y oscura que
denotaba una mezcolanza de razas excitante. La cara era de india, el culo, de
negra, amplio y respingón.
— ¿Dónde lo hacemos?
Estaba nervioso. Señalé el suelo.
Borja me había advertido para que no utilizáramos la cama por si dejábamos las
sábanas hechas un asco.
— Ok. ¿Me desnudo?
Moví la cabeza. Llevaba una falda y
una cazadora de cuero. Debajo una ropa interior bonita, muy pequeña y apretada.
Se abrió el sujetador. Los pechos eran hermosos, oscuros, los muslos cortos,
las nalgas poderosas. Pura curva hecha carne bien alimentada. Me desabrochó el
pantalón. Buscó luego mi pene. Lo chupó con naturalidad hasta endurecerlo. La
dejé hacer con mansedumbre y poniendo cara de póquer, como si siempre me la
hubieran chupado. Era muy agradable, muy excitante, más de lo que me había
imaginado. Me dijo luego que me tendiera en el suelo. Lo hice, sin rechistar,
dominado por ella. Acabó de desnudarme. Se fijó en mi polla erecta, temblorosa,
apuntando el techo de la habitación.
— Estás a punto. Relájate un poquito
para que puedas disfrutar.
Se montó encima. Se penetró ella
dejándose caer lentamente sobre mi vientre. Me hundí en su coño húmedo que se
iba abriendo a medida que entraba en él. Me di cuenta en aquellos momentos que
ese agradable orificio era el paraíso soñado, el mejor rincón del mundo, de
dónde salíamos y adónde deseábamos volver. Me cabalgó suavemente frotando su
culo de negra contra mi vientre. Me sentí mojado. Estaba muy corrida y aquello
no era teatro. Le gustaba hacerlo con un tipo joven como yo. Era delicioso. Me
indicó que le tomara los pechos, que le lamiera los pezones. Lo hice. Tenía un
buen par de tetas que invitaban a morderlas. Se las acaricié mientras ella se
movía y gemía diciéndome lo que le gustaba sentir mi polla dentro. Las besé.
Las cubría una deliciosa película de sudor. Todo era húmedo. La humedad era
sinónimo de placer. La tenía durísima. Me cabalgó con más brusquedad a
continuación. Me vine entonces, sin más, con una terrible frustración, sin
posibilidad de frenar, entre sollozos. Eyaculé durante casi medio minuto. Ella
tenía que sentir mis espasmos en su coño. Se demoró un rato más, refregando su
culo húmedo contra mi ingle mientras tironeaba con sus dientes de mis tetillas
y jugueteaba con el vello de mi pecho.
— ¿Y tu amigo? – me preguntó
mientras se levantaba y con un Kleenex que sacaba del bolso se limpiaba el
semen de su sexo.
Entró Borja. Hizo lo mismo. Lo
estimuló con la boca. Luego lo tendió en el suelo y lo cabalgó. Los miré. La
colombiana movía su robusto cuerpo entre las piernas abiertas de mi amigo de
forma traicionera, sabiendo que nos iríamos enseguida porque éramos unos
pardillos que no teníamos experiencia previa. Me fijé en su coño abierto,
bordeado de fronda oscura, y en el pene húmedo que entraba y salía de él. La
mecánica del sexo, sin sentimientos de por medio, resultaba glacial.
— ¿No te apetece tocarme las
tetitas?
Lo hizo Borja. Entonces ella lo
vació con precisos movimientos, sin remisión, bailando encima de su vientre.
Tenía un coño voraz, que sabía lo que se hacía.
— ¿Os ha gustado?
Sí, pero nos supo a poco. Se vistió. Tomó el dinero de
mis manos. Lo contó. Se despidió besándonos en las mejillas. Antes nos dio su
tarjeta. Estaba bien para salir de un apuro. Era mejor que la mano. Pero no era
mucho, la verdad.
Hernán, Borja y Leticia, tres amigos del instituto, constituyen
el triángulo amoroso perfecto. Los dos adolescentes varones exploran con su
sensual y abierta amiga los misterios placenteros del sexo en una búsqueda de
la felicidad total a través de la exaltación de los sentidos. José Luis Muñoz
escribe su novela más carnal desde Pubis
de vello rojo y describe la evolución de estos tres personajes a lo largo
de los años a través de su relación con el sexo con una prosa sensorial que
arrastra al lector por la geografía de los cuerpos en sus delirios amatorios. El sabor de su piel es una narración en
la que lo carnal impone sus leyes y la sacralización de la actividad sexual
deviene el fundamento del erotismo. Una novela de amor, camaradería y
sexualidad en la que los tres personajes ponen el sexo en la cúspide de sus
vidas y gozosamente se sacrifican por él.
“Nada de los erótico le es extraño a la imaginación de José
Luis Muñoz, ni siquiera las claves de dominación y crueldad controlada que
suelen connotar los juegos sexuales”.
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN.
“La literatura erótica de José Luis Muñoz es un apasionado
trayecto hacia el infierno sadiano, pero también una afirmación de la vida
hasta en la muerte como define Bataille al erotismo”.
LUIS GARCÍA BERLANGA.
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