LITERATURA / A PLOMO, DE MANUEL SÁNCHEZ GARCÍA
A PLOMO
Manuel Sánchez García
Es
bastante conocido el apetito de la Alemania nazi por el wolframio que se
extraía en Salamanca y Cáceres, pero no tanto el del plomo de Jaén, y esa ha
sido la idea motriz del autor jienense para poner negro sobre blanco tres historias
que se entrecruzan y van de la Alemania hitleriana a la España preolímpica, con
un desvío a Israel, y tienen como conexión un escenario geográfico, ese Jaén desértico
y adusto al que van a parar unos y en donde viven otros, y dos crímenes brutales
en los que ha habido un ensañamiento especial. Un corte profundo le recorría el cuello desde el lado izquierdo hasta
la tráquea. Donde una vez hubo un rostro quedaba una masa irreconocible de
carne molida a golpes.
Triple
carambola la del autor jienense Manuel Sánchez García (Linares, 1964) en su
estreno como novelista con A plomo
(Ediciones de Librería Estudio, 2018): premio literario de prestigio (José
María Pereda); ópera prima y muy buena novela.
Manuel
Sánchez García se sirve del género negro y del thriller para armar una potente narración que pivota sobre dos brutales asesinatos que
llevan al lector desde la Alemania de 1927 a la España de 1992, y llevan, en
apariencia, el mismo sello. ¿El mismo asesino o uno que copia a otro? También
en el mundo del crimen existe el plagio.
El jienense
afincado en Granada construye su novela con
la pericia del buen artesano para que no queden cabos sueltos, todo cuadre y la
intriga coja al lector y no lo suelte. La diversidad de escenarios, Alemania y España, es un aliciente más de este thriller
de personajes bien dibujados, saltos temporales y diálogos ágiles en donde
víctimas y verdugos intercambian sus papeles para saldar viejas cuentas que el
tiempo transcurrido no amortiza.
Ludwig
Kruger, ingeniero de minas y nazi convencido, Mathias Vogel, médico escéptico con
la deriva hitleriana —En una de ella
soñó que era comandante de un campo de exterminio donde guardias feroces en
pijama de rayas empujaban a las duchas a famélicos uniformados con la esvástica
en el brazo acosados por perros que le rugían, y se despertó. —, enamorado de la sofisticada y sensual Petra
von Rollen— Las mejillas como esculpidas. La boca, de labios largos y
abultados, le sugirió una densidad frutal. Sus ojos despedían un brillo acuoso
y las delicadas líneas del cuello se acentuaban cada vez que ladeaba la cabeza. — por la parte alemana; el adolescente Sergio, el niño tartaja, su
fiel amigo Ramón, el acosador del primero (ahora lo llamamos bullyng) Blas Quesada, el comisario
Peirón y el inspector Jesús Vidal, por la parte española; y Mordecai y Baruch,
la tercera pata narrativa, por la israelí, son los personajes de esta novela que abre la carrera literaria
de un autor al que habrá que tener muy en cuenta en un futuro.
A plomo no desprecia la parte discursiva sobre la
monstruosidad de una ideología, el nazismo, en las conversaciones que tiene el
nazi convencido Ludwig Kruger y el sometido a dudas razonables Mathias Vogel, amigos
hasta que dejan de serlo: Su desesperación por el curso de la guerra,
que les impide mantener tan elevado número de prisioneros, la determinación que
han demostrado hasta ahora y la poderosa máquina de la que se vale las SS me
hacen temer que desembocaremos en una monstruosidad de dimensiones
incalculables.
A plomo se lee bien. La documentación es precisa e
ilustradora, como en el caso de la descripción minuciosa de esa mina de plomo
que está en lo nuclear de la novela y hasta en el título. El autor la
estructura en capítulos cortos y los
saltos temporales y geográficos entre ellos ayudan a esa agilidad lectora que
es una constante desde la primera página. No falta un sofisticado erotismo —la cópula no sólo
era vaivén, también era ondulación, aprende Mathias Vogel en un prostíbulo
berlinés. —ni violencia explícita que actúa
como revulsivo: Pero ya estaba lívido y
se desplomó esforzándose en proferir un grito enmudecido por el gluglú que le
brotaba de la garganta mientras se ahogaba en su propia sangre. O este
texto que aparece, de cuando en cuando, como un mantra, y hace referencia a esa
otra muerte interconectada: Y cuando se
doblara de dolor, otra en la nariz. Y otra en la barriga. Y cuando lo tuviera
en el suelo pegarle patadas en la boca hasta que escupiera los dientes. Y luego
otra y otra y otra. Hasta que lo dejase sin cara y no se volviera a levantar
nunca más.
Notable
la labor de arquitectura narrativa la que realiza el autor premiado y quiero
destacar. No es fácil ensamblar, sin dejar nada al azar, esas tres líneas narrativas
que van de un siniestro pasado histórico, el de la Alemania nazi, a esos niños
que descubren un cadáver mutilado en una acequia jienense, la de los
investigadores españoles que reviven ese crimen del pasado con otro posterior que
parece un calco a pesar de que lo separa una década y, por último, el de los judíos
cazadores de nazis que buscan a Ludwig Kruger y Mathias Vogel, ambos
desaparecidos misteriosamente. Manuel Sánchez García traza un eje
Berlín/Jaén encajando piezas de dos
relatos que bien podrían funcionar por sí solos porque ambos tienen suficiente
entidad. Y, sobrevolando, la sombra de Dostoievski, autor de cabecera del
jienense y del que esto escribe. En la sinopsis editorial aparece una pregunta
esclarecedora: ¿Es la violencia dominio
exclusivo de los lobos, o la ejercen también los corderos? Los corderos de A plomo no son precisamente silenciosos.
LOS PERROS, la novela negra
sobre el apartheid sudafricano
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