CINE / ANNA KARINA, LA MUSA DE LA NOUVELLE VAGUE
Anna Karina, la musa de la Nouvelle
Vague
Allá,
en otra vida, me enamoré de Anna Karina,
como me enamoré perdidamente de Jean Seberg.
Ambas fueron musas de la Nouvelle Vague
y trabajaron con el único miembro de esa corriente de cine francés que sigue
vivo: Jean Luc Godard. La vida de Jean Seberg, el rostro más dulce del
Séptimo Arte junto con el de Audrey
Hepburn, fue una crónica de novela negra que terminó con su joven cadáver
en el interior de un coche con una sobredosis de barbitúricos; la de Anna Karina fue mucho más plácida,
llegó a los 79 años, murió este 14 de diciembre en París.
Descubrí
a esa danesa nacionalizada francesa en la Filmoteca de Barcelona, que estaba
entonces muy cerca del mercado de Santa Caterina, a dos pasos de la catedral, y
luego mudó al cine Aquitania. Los universitarios de entonces, que vestíamos un
uniforme de jersey de cuello de cisne, tabardo marinero y zurrón lleno de
libros y adoquines, frecuentábamos ese
reducto de cultura que un ministro del régimen franquista, Manuel Fraga
Iribarne, permitió junto con los cines
de Arte y Ensayo para darnos algo de oxígeno en esa España asfixiada por Franco
y el hedor de sotanas. Allí, en ese mundo de ensoñaciones cinematográficas, se fraguaban revoluciones que luego tenían
continuidad en prolijas charlas hasta que salía de nuevo el sol en locales de
moda con aire afrancesado de la parte baja de las Ramblas. El cine, el que
veíamos, el de la Nouvelle Vague, era
la levadura de la contestación como muy bien reflejó Bernardo Bertolucci en Soñadores,
una de sus películas más bellas. Y allí, en los sueños de esa juventud rebelde
que creía tocar con los dedos de las manos un mundo mejor, estaban musas como Anna Karina, con su aire desenfadado y
libérrimo, su boina ladeada, medias de lana y falda escocesa.
La vi
en muchas películas de Jean Luc Godard,
por ella y porque él era otro de mis iconos cinematográficos por su radicalismo
que estaba contra todo lo convencional y hacía trizas la sintaxis del relato
cinematográfico: Una mujer es una mujer,
Vivir su vida, Banda aparte, Lenny contra
Alphaville, Pierrot el loco, Made in USA… Anna Karina fue la musa indiscutible de Jean Luc Godard, con quien estuvo casada hasta 1967, salió en casi
todas sus primeras películas y brilló en ellas hasta su separación. Confieso
que a partir de entonces me desentendí de ella a pesar de que trabajó a las órdenes
de Eric Rhomer, Jacques Rivette, Agnes Varda,
André Delvaux, Luchino Visconti, Rainer
Werner Fassbinder y Volker Schlöndorff,
entre otros, y probó suerte, con escasa fortuna, al otro lado del charco con George Cukor, J. Lee Thompson o Guy Green.
Se dirigió a sí misma en dos películas, probó suerte como cantante y escritora
y se casó cuatro veces más después de terminar la relación con su iconoclasta descubridor.
Anna Karina es otro icono más que desaparece de mi
lejana juventud, asociada a esos días de rabia, fuego, ensoñaciones y cinefilia.
Hoy me entero de que ha levantado el vuelo convertida en estrella, ella, que no
lo fue nunca. Esta noche miraré el cielo.
Nueva York como plató cinematográfico. La Gran Manzana como epicentro del poder financiero. Los museos de Nueva York. La cultura neoyorquina. Paul Auster, Woody Allen, Robert de Niro. Los neoyorquinos. Todas las ciudades del mundo. LA MANZANA HELADA. Un canto de amor (y odio) a una ciudad fascinante.
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