CINE / EL IRLANDÉS, DE MARTIN SCORSESE
EL IRLANDÉS
Martin Scorsese
Si hay un director de cine que conozca los entresijos de la
mafia ese es Martin Scorsese; el otro
podría ser Francis Ford Coppola, y los
dos italoamericanos, como los grandes capos mafiosos. Tenía ganas el director
de esa obra maestra llamada Taxi driver,
por la que no pasa el tiempo, de volver trabajar con su actor fetiche Robert de Niro y sacarlo de esa espiral
de comedias irrelevantes y auto paródicas a la que parece últimamente predestinado,
y se le presentó la ocasión leyendo el libro Jimmy Hoffa, caso cerrado (el título original es He oído que pintas paredes) de Charles Brand (quien anteriormente se
había encargado de las memorias del agente infiltrado Joe Pistone, conocido como
Donnie Brasco), confesor de Frank Sheeran que le hizo una importante revelación
antes de pasar a mejor vida. ¿Quién es era ese tipo irlandés que combatió en la
Segunda Guerra Mundial y tenía muy buena puntería? Un pequeño estafador hijo de
un pintor de casas que acabo pintando
paredes (en el argot mafioso, liquidando y desparramando materia orgánica
de sus víctimas cuando les disparaba a la cabeza) de forma harto profesional.
Martin Scorsese no
hace su mejor película sobre la mafia (ahí están Casino o Uno de los nuestros,
que son infinitamente mejores) porque el film se demora demasiado en detalles
intrascendentes durante la primera de sus tres horas hasta que entra en acción
el personaje de Jimmy Hoffa. Los trapicheos como camionero estafador del protagonista,
amén de poco claros, sobran. La historia de Frank Sheeran (Robert de Niro), que entra a trabajar a las órdenes del gánster
Russell Bufalino (Joe Pesci, otro de
los incondicionales del director) y se infiltra luego en el sindicato de camioneros
le sirve a Martin Scorsese para
desentrañar la misteriosa desaparición del corrupto líder sindical Jimmy Hoffa
(Al Pacino) que desapareció sin
dejar rastro y cuyo cadáver jamás fue encontrado.
He oído que pintas
casas fueron las primeras palabras que Jimmy Hoffa le dijo a Frank Sheeran
cuando se lo presentaron; cuando el irlandés
se lo confirmo, el sindicalista quiso saber si también era carpintero, es
decir, si hacía ataúdes, si sabía hacer desaparecer cadáveres. Así se forjo la
amistad entre Hoffa y Sheeran. Curiosamente
Martin Scorsese pasa por alto una de
las declaraciones más explosivas de las confesiones de Hoffa, que se sentía a
salvo por la cantidad de dosieres que tenía en su poder, según Sheeran: la participación de la mafia en
el magnicidio de Dallas en 1963.
Contrariamente a lo que se pueda colegir por la profesión
del personaje principal, y narrador de la historia desde la silla de ruedas en
un residencia para ancianos desde donde rememora sus hazañas, El irlandés es una de las películas menos
violentas de Martin Scorsese que evita
la sangre y se sirve de la elipse (esas pistolas que el sicario arroja al agua
cada vez que hace su trabajo). La película es larga, a veces confusa para quien
no sepa quién fue Jimmy Hoffa, y mantiene un tono monocorde para deslumbrar hacia
el final con una larga secuencia (Frank Sheeran coge esa avioneta a Detroit, no
se sabe para qué, y se encuentra con su amigo Jimmy Hoffa) y luego ese salto temporal
con esos dos ancianos desmemoriados y pura ruina física, Frank Sheeran y su
jefe Russell Bufalino, que charlan en el patio de la prisión mientras cumplen condena
e ironizan sobre lo difícil que es llegar a viejo en su profesión.
El irlandés, que
mantiene a lo largo de sus tres horas y media de metraje un tono crepuscular y
funerario (a destacar cuando Frank Sheeran va a comprar su propio ataúd), permite
al espectador disfrutar una vez más del talento de esos tres grandes actores
que bordan sus papeles aunque los efectos digitales para rejuvenecerlos,
especialmente en el caso de Robert de Niro
al que le ponen ojos azules para hacerlo irlandés,
les hagan una mala pasada. A través de la historia de ese criminal, cuya vida osciló
entre dos lealtades, la que tenía hacia el capo Russell Bufalino y su amistad con
Jimmy Hoffa, la película repasa la reciente historia de Estados Unidos y la relación
que siempre tuvo la mafia con la política (la amistad con Joseph Kennedy, el patriarca
del clan que cimentó su fortuna con la venta de alcohol clandestino; la victoria
amañada de John F. Kennedy en las elecciones frente a Nixon; la virulencia de Robert
Kennedy con la Cosa Nostra que fue interpretada por el crimen organizado como
un agravio; la intervención de la mafia en el desembarco de Bahía Cochinos para
derrocar a Castro al que odiaban firmemente porque se quedó con sus casinos de
La Habana; y finalmente, el asesinato de John F. Kennedy).
El film acaba con el personaje en silla de ruedas, solo en
una residencia de ancianos, ¿Acto de contrición? No lo hay. Frank Sheeran, al
contrario que el boxeador de Jack La Motta en Toro salvaje,
otra de las cumbres cinematográficas de este gran
director, se mantiene en sus trece y no consigue arrepentirse de las muchas paredes que pintó en su vida pese a la insistencia
de su confesor. La vena católica de Martin Scorsese aflora en esos últimos
planos. El castigo lo recibe en vida Frank
Sheeran: el desprecio de sus hijos, que nada quieren saber de él, especialmente
su hija Peggy interpretada por Anna
Paquin, la niña de El piano que
ya no lo es.
No cierre la puerta,
padre, dice Frank Sheeran al cura antes de que aparezcan los títulos de crédito de
una película que crece una vez se ha visto.
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