SOCIEDAD / YOLANDA DÍAZ, ¿SUMA O RESTA?
Finalmente
Pablo Iglesias ha escenificado la mala relación de Podemos con Yolanda Díaz y
su proyecto Sumar. En el mitin de la formación morada, su exlíder, que no lo es
a pesar de haber dejado la vicepresidencia del gobierno y todos sus cargos, se
refirió a ella cuando le exigió respeto para Podemos, negó luego haberse
referido a ella sino a los medios de comunicación (una torpeza por su parte no
haber reconocido abiertamente que se refería a Yolanda Díaz como todos
entendimos), para, a continuación, ya sin pelos en la lengua, hacerle una larga
cadena de reproches por su actitud excluyente en un programa de radio por la
noche. Los medios de comunicación, hasta los que se autodefinen progresistas,
han salido en tromba a criticar a Pablo Iglesias, ese especie de Rasputín de la
extrema izquierda, y loar a la vicepresidenta y ministra de trabajo.
Se
podrá argumentar que quizá Pablo Iglesias debería haber dirimido ese
contencioso, que existe, sin lugar a dudas —el ninguneo de Yolanda
Díaz hacia Podemos, que apuesta porque la formación morada se disuelva y las
huestes de Pablo Iglesias se sumen, valga la redundancia, a ese proyecto de
Sumar que todavía no sabemos qué es—, en privado y no a través
de las ondas, que los trapos sucios deberían haberse lavado en la discreción de
un despacho y no en una radio y en un mitin, pero entre las virtudes de Pablo
Iglesias, que tiene muchos defectos, está el hablar con claridad, demasiada a
veces para los tiempos de corrección que corren, y no morderse la lengua cómo
hacen la mayor parte de los políticos.
Yolanda
Díaz, que cae bien a mucha gente, a demasiada yo diría, porque hasta cae bien a
determinados sectores empresariales y de la derecha moderada, inició hace meses
ese proyecto gaseoso que llamó Sumar en la que se comprometió a escuchar a
todos los sectores de la sociedad. Aparte de escuchar, que ya lo lleva haciendo
desde que empezó a andar Sumar, debería también decir algo, digo yo, para que
la escucháramos a ella. Su leit motiv
es unir a todas las fuerzas progresistas por encima de los intereses
partidarios, y ampliar el proyecto, que se asemeja más a un movimiento que a un
partido clásico, a sectores de la sociedad, que es exactamente lo que su
formación, el PCE al que todavía pertenece, hizo con Izquierda Unida con magros
resultados, y lo que intentó hacer Podemos con el mismo éxito. No hay nada
nuevo bajo el sol en este enésimo intento unir fuerzas.
Se
le vino acusando desde determinados sectores de la izquierda a Pablo Iglesias
de prepotente, soberbio, egocéntrico, macho alfa y muchas cosas más, y eso es
exactamente en lo que se está convirtiendo Yolanda Díaz, en la versión femenina
del vituperado exvicepresidente primero del gobierno. Lleva años adorándose la
vicepresidenta del gobierno y ministra de trabajo, desde que las encuestas la
señalaron como la más valorada de la clase política de este país. Sumar es a
Yolanda Díaz lo que Podemos es a Pablo Iglesias, un proyecto personalista que
demuestra que la izquierda española no ha aprendido la lección y tropieza con
la misma piedra una y otra vez. Pablo Iglesias tiene toda la razón en reprochar
el ninguneo sistemático de Yolanda Díaz a la formación morada, y la ausencia de
Ione Belarra e Irene Montero en todos los actos que ha convocado Sumar, en
donde sistemáticamente se las ha excluido y sí han estado Mónica Oltra, Mónica
García o Ada Colau, así lo atestiguan.
La historia reciente de la izquierda en Europa demuestra que la deriva cosmética a la que se somete constantemente la izquierda, avergonzándose de sus orígenes y de la olvidada lucha de clases, que es uno de los fundamentos del socialismo, no lleva a otra cosa que a su disolución y a que en su caladero de votos faene la extrema derecha fascista. ¿Alguien se acuerda de que el irrelevante, en la actualidad, Partido Democrático Italiano fue hace muchísimos años, en tiempos de Enrico Berlinguer, el poderosísimo Partido Comunista que a punto estuvo de gobernar? Cambiar por sistema los nombres de las formaciones de izquierdas, para que no parezcan tan de izquierdas (Sumar, Más País, Los Comunes, Compromís, Adelante Andalucía, incluso Podemos), y la atomización en grupúsculos los convierten en reinos de taifas y los aleja de sus votantes naturales. Contrasta este caos de siglas y partiditos, muchos de ellos locales y acaudillados por líderes regionales, con la solidez de las siglas del PSOE, por ejemplo, por más que dudemos de la esencia socialista actual del partido fundado por Pablo Iglesias. No tendría que ser Yolanda Díaz, como ungida por la verdad absoluta, quien gestionara el enésimo intento de aglutinar a las fuerzas de izquierda del país sino las mismas formaciones ya existentes, las fuerzas sindicales y los movimientos vecinales. Excluir a Podemos, desear, con la boca pequeña, que se disuelva como un azucarillo en Sumar es sencillamente pegarse un tiro en el pie.
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