LITERATURA / SALVADOR: LECCIÓN DE VIDA Y MUERTE
La muerte está tan
indisolublemente conectada a la vida que sin ella no tendría sentido nuestra
existencia. Imaginemos la insoportable eternidad que nos sumiría en la apatía
absoluta de dejar para mañana lo que podríamos hacer hoy y que se traduciría en
no hacer absolutamente nada porque ante nosotros tendríamos todo el tiempo del
mundo. La muerte es el acicate de la vida. Porque nos vamos a morir amamos,
tenemos hijos, disfrutamos de los amigos, escuchamos música, nos embebemos de
paisajes extraordinarios, viajamos a lugares lejanos e incluso, algunos, nos
atrevemos a crear un simulacro de eternidad. Miguel Ángel Buonarroti murió hace
cuatrocientos sesenta años, pero millones de personas rinden culto a su
majestuoso y bello David que sí es eterno. A veces tengo la sensación de que
escribimos, hacemos películas, componemos sinfonías, pintamos cuadros,
esculpimos esculturas para que hablen de nosotros una vez estemos muertos. Dejar
un rastro, aunque sea minúsculo, de nuestro paso por este mundo, intentar
mejorarlo, incluso, con el arte.
La muerte forma parte de
la vida, pero nadie nos enseña a morir, falta esa asignatura vital. La muerte
es tema tabú en nuestra sociedad cuando es uno de los fenómenos más naturales
que adquiere señas de tragedia cuando el que se va no ha tenido tiempo de
disfrutar de ese regalo extraordinario que no sabemos valorar y que es la vida.
Vivimos de milagro y no nos damos cuenta. La guadaña nos acecha hasta en
nuestra propia casa. La naturaleza, a veces, se ceba del desorden humano y pone
las cosas en su sitio, de forma dramática. Lo acabamos de ver y sentir con ese
coletazo brutal en Valencia.
Está uno en una etapa de
la vida que presume será la última. Las horas se hacían eternas en la infancia
y vuelan ahora a una velocidad indeseable. Ignoro, cuando cierro los ojos cada
noche, si va a haber un mañana. Uno es consciente de que van a quedar muchas
cosas pendientes, un montón de libros por escribir en mi caso. Llevo años
despidiéndome de amigos que se han ido antes de tiempo y en esta maravillosa
familia literaria de la que formo parte la lista es larga: Francisco González
Ledesma, Manuel Vázquez Montalbán, Justo Vasco, Bigas Luna, Fernando Marías,
José Javier Abasolo, Paco Camarasa, Silverio Cañada, Pedro Gálvez… Y cada una
de esas muertes, dolorosas, me hace reflexionar sobre el sentido de la vida.
Salvador Robles Miras es
el último de esa lista que crece hasta que yo forme parte de ella. Perdió la
batalla de la vida este 2 de noviembre y me he quedado desarbolado con su
ausencia. Recibí la noticia en la pequeña población en la que vivo y en donde
seguramente muchos lo habrán conocido por haber participado en dos ediciones
del festival cultural que Lluna Vicens y yo organizamos en este enclave hermoso
y mágico que es Arán. Pero lo conocí hace un montón de años, quizá fueran seis,
en Bruma Negra, el festival que tiene lugar en Plentzia, País Vasco, y en el
que yo recibía un premio a la trayectoria literaria, el primero de ellos. Era
una charla sobre los orígenes de la novela negra y Salvador habló de
Dostoievski y Crimen y castigo como novela precursora. Tenía un verbo encendido y defendía con
convicción lo que decía. Me gustó tanto su vehemencia intelectual que, al
finalizar el acto, me acerqué a él para felicitarlo por su intervención con la
que estaba de acuerdo al cien por cien. Le hablé entonces de nuestro
festival y le prometí que estaría en alguna de sus ediciones.
Cuando empecé a leerlo me
di cuenta de la faceta humanista de Salvador Robles Miras, de la defensa de la
ética a través de la literatura que vertía en todas sus novelas que resultaban
casi parábolas morales en las que prevalecía la dignidad de sus protagonistas. Era
un humanista en el sentido más amplio de la palabra, alguien empeñado en
mejorar el género humano con las armas disponibles: la palabra escrita. En los
momentos más terribles del zarpazo terrorista de ETA, cuando estallaban las
bombas lapa y el tiro en la nuca era recurrente y muchos miraban hacia otro
lado, él, valientemente, salía en defensa de las víctimas y luchaba por la paz
en el País Vasco al que pertenecía, aunque hubiera nacido en Águilas, Murcia.
En 2023 contamos con él
para el festival Black Mountain Bossòst. Con Lluna Vicens comentamos siempre su
educación exquisita, su amabilidad y bonhomía. Venía desde Bilbao y hacía
parada en Lleida, para dormir, y al día siguiente unos buenos amigos de allí,
Eulalia y Joan, lo subían en su coche hasta el Valle. Pudimos disfrutar de su
presencia, de sus charlas, los días que estuvo con nosotros en Bossòst. Salvador Robles Miras no solo era un escritor
formidable y comprometido, porque vida y literatura, para los escritores, van
muy unidas, son inseparables, sino que era de aquellos que sometía al lector a
una especie de tercer grado cuando llegabas al final de sus libros: ¿qué
hubiera hecho yo en su lugar en esa encrucijada? Sus personajes eran héroes
sencillos y humanos que nos daban una lección de vida a través de sus páginas
exquisitamente elaboradas. El arte cumplía, en su caso, una función social de
abrir los ojos ante la barbarie de ciertas ideologías que se imponían a punta
de pistola. La novela negra, en sus manos, tenía un claro sesgo social.
Este año volvimos a
tenerlo entre nosotros, hace escasos meses, entre abril y mayo. Los dos tratábamos
el tema de ETA en nuestras novelas desde una perspectiva ética y aportamos
nuestras respectivas experiencias en una mesa de debate que se celebró en la
Hostería Catalana de Bossòst. La aportación de Salvador Robles Miras fue
fundamental como testigo de primera mano de esos dolorosos años de plomo en los
que la banda “socializó” el terrorismo. Nada hacía presagiar que ese abrazo que
nos dimos de despedida era el último.
Luego, por sorpresa, entró
en escena Don Páncreas, cómo Salvador, en un destello de humor encomiable, llamaba
al cáncer que literalmente lo arrastró en pocos meses. Lo comunicó a través de
las redes sociales con la voluntad de hacerle frente, de luchar, y creo que
fuimos centenares de amigos los que le estuvimos animando hasta que dejó de
escribir por falta de fuerzas físicas y se hizo el silencio. Sus textos cortos,
vehementes, llenos de esperanza contra la enfermedad que lo corroía ya, están ahí y creo que sería una buena idea
recopilarlos como testamento vital de la gran persona y el enorme escritor que
fue. Como otro buen amigo ligado a nuestro festival, José Javier Abasolo, Salvador
nos dio una lección de buen morir, despidiéndose con dignidad de nosotros.
Soñamos (Lluna Vicens y yo) con tenerlo de nuevo el año 2025, homenajear al
escritor impecable y riguroso que fue Salvador Robles Miras, ejemplo de persona
recta y luchadora. Lo vamos a hacer y esperamos, de alguna manera, tenerlo de
nuevo en este valle hermoso.
ESTA ES LA ÚLTIMA PUBLICACIÓN DE NUESTRO QUERIDO AMIGO SALVADOR ROBLES MIRAS QUE, POR DESGRACIA, LO ES A TÍTULO PÓSTUMO, LA REEDICIÓN DE UNA DE SUS NOVELAS PUBLICADAS EN 2011. SALVADOR YA NO ESTÁ, PERO NOS QUEDAN SUS LIBROS.
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