LITERATURA / LOS SEDUCTORES, DE JAMES ELLROY

 


No siempre los autores envejecen bien. Hasta a los de culto como James Ellroy el tiempo les puede empeorar en vez de mejorar como al buen vino. Quizá sea que la fama de chico malo del angelino, de pitbull a punto de abrir la mandíbula, le persiga y eso no sea bueno para su escritura. O que se considere consagrado y libre de escribir cualquier cosa. Me quedo con el James Ellroy de La Dalia Negra, L.A. Confidential, El gran desierto y Jazz blanco, esos cuatro novelones que conforman el Cuarteto de Los Ángeles. O con el de Sangre en la luna, la primera novela que leí suya en la mítica colección Etiqueta Negra.


El escritor de Los Ángeles vuelve a su ciudad natal, de la que no consigue librarse aunque actualmente viva en Colorado, y a su época, el escenario de todas sus novelas, los años sesenta. Y aquí, en Los seductores, destripa Hollywood, sin piedad, se mete con todos los artistas mitificados de entonces, sobre todo con M.M., y no deja títere con cabeza.


El protagonista, y narrador, porque la novela está escrita en primera persona, desde su punto de vista y es casi un diario, es Freddy O., el Frescales, un expoli corrupto, detective expulsado de la profesión, drogadicto y chantajista por cuenta propia, personaje con el que es difícil empatizar, un tipo que se toma la justicia por su mano: Había un desnivel de veinticinco metros. El precipicio era una pared de tierra suelta, sin puntos de apoyo. Llevamos al capullo en volandas hasta el borde y le enseñamos la vista. Puede que sea el alter ego de James Ellroy porque, como él, viola domicilios y tiene tendencias fetichistas (el autor fue encarcelado en su juventud precisamente por eso). Y ultraviolento: Oí que se le rompía la mandíbula. Se la partí con las rodillas. Le aporreé las costillas. Huesos astillados sobresalían en ángulos extraños.  La oportunidad de su vida le viene cuando Marilyn Monroe aparece muerta: suicidio o asesinato. Metí la mano por debajo de la sábana y toqué la pierna de Marilyn. Percibí el frío de la muerte y el calor sofocante de la habitación al mismo tiempo. Incide en el morbo de ese momento, de ser quien descubre el cadáver de la mujer más deseada del planeta: Había matado a un hombre y acariciado a una muerta. El calor había abandonado un cuerpo. La mano se me había quedado fría.


Toda la trama gira en torno a la muerte de la actriz magnética, ella es el epicentro narrativo, también su gancho necrófilo: Cuatro enfermeros empujaban una camilla con ruedas. La Monroe iba tapada y sujeta. Seis polis creaban una barrera alrededor. Los que arrancaban hierba y rajaban la tapicería se interrumpieron para derramar unas lágrimas. Pero no se hagan ilusiones: Freddy O, o James Ellroy, no aclara la muerte, pero eso sí, carga contra la estrella, contra el clan Kennedy, la mafia, la perversión del Hollywood de principios de los años sesenta: drogas, sexo y alcohol. Babilonia, en definitiva.

Yo soy el cancerbero que tuvo cautivo a Hollywood y él, el rastreador de chicas y proveedor de droga de su hermano mayor ¿Quién es dicho hermano mayor? El presidente de Estados Unidos. Parece improbable que un patán de baja estofa como el protagonista de la novela se relacione con los aristocráticos Kennedy, aunque fuera para servirle carnaza fresca: Los Kennedy, dijo Jimmy Hoffa, según me han informado, tu relación con esos mangantes viene de lejos. Porque el mafioso sindicalista Hoffa, perseguido por Bob Kennedy, y su asesinato, que no es como Martin Scorsese cuenta en El irlandés, también salen en la novela.


Da la sensación de que Freddy O./ James Ellroy (porque en una entrevista reciente el autor hablaba pestes de ella, la tildaba de frívola y tonta) profesaban un amor/odio a la protagonista de Niágara, más odio que amor: Era una mujer de bandera, un monumento, un bombón y mucho más. Era una tigresa, una serpiente enroscada, una hechicera, el azote de los pelmazos y los casposos. En Los seductores el autor de La Dalia Negra se despacha a gusto con ella: La Monroe se pone hasta las cejas de pastillas. La Monroe es de una impuntualidad crónica. La Monroe sucumbe a dolencias misteriosas. El rodaje va con retraso. El magnate D. F. Zanuck está cabreado. El director George Cuckor se sube por las paredes. Una M.M. alcoholizada: Últimas noticias: Marilyn Monroe se cepilla los dientes con Smirnoff 100. Y ninfómana, por supuesto.


El mundo del cine está muy presente en la novela, como en otras suyas. Se refería al desastre de Cleopatra y a la situación de la Fox, que estaba con la mierda hasta el cuello. Las estrellas de Hollywood se desmitifican ellas solas. Abundan los chismes y el amarillismo en Los seductores: Sinatra se casó con la esposa número dos, Ava Gardner. Luego la sorprendió haciéndole un cunnilingus a Lana Turner y se fue de borrachera con Jacques Gleason. Entraron en un coma etílico y acabaron en el Queen of Angels. Freddy, el protagonista y narrador, es amante de Pat Kennedy y de cuando en cuando da palizas de muerte a su marido Peter Lawford. Peter Lawford suministra a su cuñado Jack drogas y chicas. Te han sustituido en el papel de chulo y proveedor ofícial para el joven senador a mediados de los años cincuenta. Allí, en el mundo de Ellroy, no hay Camelot que valga. Los Kennedy, como la Monroe, porque siempre se refiere a ella así: Quiero que elabores un perfil peyorativo de la Monroe, Jack, Bobby y cualquier otra pájara que esos capullos se estén tirando.


Hollywood es la hoguera de las vanidades. En cierta medida, Ellroy parece un puritano horrorizado/fascinado por ese mundo transgresor que parece el de Hollywood Babylon, la crónica descarnada de Kenneth Anger: Anita Ekberg estaba afectada, y muy triste. Ya, pero, según contó alguien a Lower Far, le contagiaste al presi unas purgaciones y él se las pasó a Jackie. Liz Taylor estaba muy triste, y profundamente afectada. Ya, y Marilyn y Roddy McDowall se mofaban de ti casi a diario. La pareja Taylor / Burton es también una de las dianas sobre las que hace puntería el revólver literario del autor de Seis de los grandes: Liz se reactiva. Habla como una cotorra. Todo es cháchara difamatoria. Richard Burton la tiene más pequeña que el dedo meñique. Nunca se la lava. De ese desmenuzamiento del universo hollywoodiense no se libra ni el propio director de Ciudadano Kane que rueda películas porno para una baraja de cartas exclusiva: Orson Welles manejaba la cámara. Esa era una baraja par cineastas, a nivel mundial. Yo conservé una copia, para mi cartera de inversión. Freddy, el protagonista narrador, frivoliza sobre su faceta de chantajista.


No hay trama policial más allá del secuestro de una starlette que Ellroy relaciona alegremente con Marilyn Monroe, y no acaba de cuadrar. y un asesino psicópata que muerde a sus víctimas. Hay violencia seca, bien narrada, sin circunloquios: Disparé a quemarropa. Le volé la boca y las cuerdas vocales. Una oreja seccionada salió despedida. Sus dientes de tigre estallaron. La pólvora le abrasó los ojos hasta las cuencas. El pelo se le prendió con el fogonazo. Pero nos encontramos a un Ellroy redundante, que repite una y otra vez los mismos mantras, y hasta las mismas escenas, da infinidad de datos que sobran, alumbra infinidad de personajes que no dibuja, se pierde, y nos pierde, en una trama absolutamente deslavazada en la que, de cuando en cuando, alumbra algún fogonazo de su talento. Más de quinientas páginas para no contarnos nada que no sepamos ya: Marilyn sucumbió a una rabieta anti Kennedy, dijo que chantajeaba al presidente. Este se divorciaría de Jackie y se casaría con ella. Marilyn perdió la chaveta.


Se habla de Ellroy como autor popular, heredero del pulp. Pero se supone que un escritor así tiene que alumbrar tramas inteligibles en donde uno no se pierda, agarrado al hilo conductor. Pues no hay más hilo conductor que ese personaje brusco y árido que espía, coloca micrófonos, hace fotos y de cuando en cuando pega palizas brutales o asesina, y el fantasma de la fenecida actriz que se levantaría de su tumba si leyera Los seductores.  Ellroy, cada vez más lacónico, parece odiar la literatura tal como redacta sus frases que a veces quedan reducidas a exabruptos. El escritor se centra en la dureza de sus expresiones que parecen pistoletazos, se asegura de con ellas golpear en el estómago del lector. Y datos, y más datos, y personajes, cientos, tantos que hay un glosario final para los lectores curiosos, y fechas y horas que uno se va preguntando para qué.

Los seductores hace que pierda la fe en uno de los más destacados autores de novela negra que ha dado Estados Unidos. A James Ellroy le sobra el ego y la desmesura. 


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