EL DVD
MULHOLLAND DRIVE
David Lynch
La devoción de David Lynch por su peculiar universo es casi una excentricidad en una cinematografía como la norteamericana mayoritariamente dedicada a ofrecer productos planos y masticados a sus masivos y poco exigentes espectadores. A lo largo de una ya dilatada carrera, el director de “Terciopelo azul” se ha mostrado fiel a su estilo narrativo - desde su ópera prima en blanco y negro, la kafkiana “Cabeza borradora” – y seducido por el lado oscuro de la personalidad humana. Su peculiar forma de filmar, intransferible, le permite envolver con papel couché fascinantes historias que nunca son lineales y siempre se mueven en el mundo de la sugerencia. Denuncian los detractores del James Stewart de Marte - como lo denomina Mel Brooks, uno de sus mentores y productor de “El hombre elefante”-, que tras el virtuosismo de sus elaboradas y enfáticas imágenes no hay absolutamente nada, que su cine es como un queso hueco, una mera vestimenta que palia los muchos fallos de guiones poco creíbles que de otra manera no podrían ser aceptados por el público. Puede que en parte tengan razón y que su cine sea sustancialmente formal, pero detrás de esas eficaces imágenes, de los inquietantes encuadres subrayados por la música de Angelo Baladamanti, hay una materia inaprensible que escapa del celuloide y va directamente a la mente del espectador.
Lynch no sería el que es sin el éxito sin precedentes de la serie de culto “Twen Peeks”, fenómeno sociológico a tener en cuenta por cuanto casi todos los millones de espectadores que siguieron, semana tras semana, el famoso melodrama urdido alrededor de la muerte de Laura Palmer no entendieron absolutamente nada de lo que decía Lynch, si es que el realizador de “Cabeza borradora” intentaba contar algo mínimamente coherente. Pero poco importaba lo que se explicaba cuando tanto peso tenía el cómo. Y en definitiva en eso consiste el cine, o la literatura, en contar un argumento, muchas veces contado – todas las historias están contenidas en los clásicos griegos o, si se quiere, en Shakespeare – con fórmulas originales, y a originalidad y capacidad de fascinación pocos hay que le puedan ganar la partida a Lynch.
En “Mullholand drive” el director norteamericano vuelve a sus temas más queridos, tras el punto y aparte que supuso esa obra maestra del cine inteligible y lineal, “Una historia verdadera”, que parecía dedicado a aquellos que dudaban que pudiera contar una historia a la manera clásica. Tiene mucho la última película de Lynch de “Terciopelo azul”, pero más de “Carretera perdida”. Un accidente de coche vuelve amnésica a una hermosa morena llamada Rita (inquietante debut de Laura Harring) que se refugia en el apartamento de una pizpireta muchacha rubia llamada Betty (Naomi Watts) que llega a Los Ángeles con el sueño de convertirse en una estrella de cine. Entre ambas muchachas se establece algo más que una amistad mientras Rita cree recordar pasajes de su vida pasada y otra relación con una muchacha rubia muy parecida a la que la acoge y la ayuda en la búsqueda de su identidad.
Lynch construye una historia laberíntica, que admite infinidad de lecturas – él da la propia, pero cada espectador es libre de coger la que más le guste –, en la que se entrecruzan el presente, el pasado, los sueños y los deseos. Brilla con fuerza el talento de este inclasificable director en esta película que versa sobre el mundo de Hollywood – la mafia que manipula el rodaje de la película que debe rodar Adam; el casting impagable de Naomi Watts con un rijoso galán maduro; las fiestas en la casa de la piscina - con algún homenaje al mago del suspense – la mujer morena se convierte en rubia, como Kim Novak en“Vértigo” – y divertidos guiños cómicos– el estúpido director de cine Adam sorprendiendo a su mujer con su amante; el gigante mafioso sacudiendo a la esposa histérica que se le encarama en la espalda; Adam sumergiendo las joyas de su infiel esposa en un cubo de pintura rosa - que parecen extraídos del cine italiano.
Algo parece haber cambiado entre las bambalinas de Hollywood cuando un film tan transgresor – por lo que cuenta y cómo lo cuenta – como “Muholland drive” haya estado, aunque finalmente haya sido derrotado, en la carrera de los oscars. Y un último apunte: sólo un genio consigue remontar el puzzle de lo que iba a ser una serie para televisión – que sesudos empresarios del show bussines rechazaron – y hacer con esos retales de celuloide, más nuevos planos rodados gracias a capital francés que confió en él, esta inclasificable joya cinematográfica. “Mulholland drive” es una bella pieza de cine mayúsculo, tan exquisita como morbosa, un rompecabezas que cada uno ordena a su manera y que aconseja quizá más de un visionado. Tiene el espectador, al abandonar la sala, la sensación de haber sucumbido a una sesión de hipnosis de la que no acaba de despertar y cuyo efecto se prolonga durante días. Cine que transciende, en definitiva. JOSÉ LUIS MUÑOZ
La devoción de David Lynch por su peculiar universo es casi una excentricidad en una cinematografía como la norteamericana mayoritariamente dedicada a ofrecer productos planos y masticados a sus masivos y poco exigentes espectadores. A lo largo de una ya dilatada carrera, el director de “Terciopelo azul” se ha mostrado fiel a su estilo narrativo - desde su ópera prima en blanco y negro, la kafkiana “Cabeza borradora” – y seducido por el lado oscuro de la personalidad humana. Su peculiar forma de filmar, intransferible, le permite envolver con papel couché fascinantes historias que nunca son lineales y siempre se mueven en el mundo de la sugerencia. Denuncian los detractores del James Stewart de Marte - como lo denomina Mel Brooks, uno de sus mentores y productor de “El hombre elefante”-, que tras el virtuosismo de sus elaboradas y enfáticas imágenes no hay absolutamente nada, que su cine es como un queso hueco, una mera vestimenta que palia los muchos fallos de guiones poco creíbles que de otra manera no podrían ser aceptados por el público. Puede que en parte tengan razón y que su cine sea sustancialmente formal, pero detrás de esas eficaces imágenes, de los inquietantes encuadres subrayados por la música de Angelo Baladamanti, hay una materia inaprensible que escapa del celuloide y va directamente a la mente del espectador.
Lynch no sería el que es sin el éxito sin precedentes de la serie de culto “Twen Peeks”, fenómeno sociológico a tener en cuenta por cuanto casi todos los millones de espectadores que siguieron, semana tras semana, el famoso melodrama urdido alrededor de la muerte de Laura Palmer no entendieron absolutamente nada de lo que decía Lynch, si es que el realizador de “Cabeza borradora” intentaba contar algo mínimamente coherente. Pero poco importaba lo que se explicaba cuando tanto peso tenía el cómo. Y en definitiva en eso consiste el cine, o la literatura, en contar un argumento, muchas veces contado – todas las historias están contenidas en los clásicos griegos o, si se quiere, en Shakespeare – con fórmulas originales, y a originalidad y capacidad de fascinación pocos hay que le puedan ganar la partida a Lynch.
En “Mullholand drive” el director norteamericano vuelve a sus temas más queridos, tras el punto y aparte que supuso esa obra maestra del cine inteligible y lineal, “Una historia verdadera”, que parecía dedicado a aquellos que dudaban que pudiera contar una historia a la manera clásica. Tiene mucho la última película de Lynch de “Terciopelo azul”, pero más de “Carretera perdida”. Un accidente de coche vuelve amnésica a una hermosa morena llamada Rita (inquietante debut de Laura Harring) que se refugia en el apartamento de una pizpireta muchacha rubia llamada Betty (Naomi Watts) que llega a Los Ángeles con el sueño de convertirse en una estrella de cine. Entre ambas muchachas se establece algo más que una amistad mientras Rita cree recordar pasajes de su vida pasada y otra relación con una muchacha rubia muy parecida a la que la acoge y la ayuda en la búsqueda de su identidad.
Lynch construye una historia laberíntica, que admite infinidad de lecturas – él da la propia, pero cada espectador es libre de coger la que más le guste –, en la que se entrecruzan el presente, el pasado, los sueños y los deseos. Brilla con fuerza el talento de este inclasificable director en esta película que versa sobre el mundo de Hollywood – la mafia que manipula el rodaje de la película que debe rodar Adam; el casting impagable de Naomi Watts con un rijoso galán maduro; las fiestas en la casa de la piscina - con algún homenaje al mago del suspense – la mujer morena se convierte en rubia, como Kim Novak en“Vértigo” – y divertidos guiños cómicos– el estúpido director de cine Adam sorprendiendo a su mujer con su amante; el gigante mafioso sacudiendo a la esposa histérica que se le encarama en la espalda; Adam sumergiendo las joyas de su infiel esposa en un cubo de pintura rosa - que parecen extraídos del cine italiano.
Algo parece haber cambiado entre las bambalinas de Hollywood cuando un film tan transgresor – por lo que cuenta y cómo lo cuenta – como “Muholland drive” haya estado, aunque finalmente haya sido derrotado, en la carrera de los oscars. Y un último apunte: sólo un genio consigue remontar el puzzle de lo que iba a ser una serie para televisión – que sesudos empresarios del show bussines rechazaron – y hacer con esos retales de celuloide, más nuevos planos rodados gracias a capital francés que confió en él, esta inclasificable joya cinematográfica. “Mulholland drive” es una bella pieza de cine mayúsculo, tan exquisita como morbosa, un rompecabezas que cada uno ordena a su manera y que aconseja quizá más de un visionado. Tiene el espectador, al abandonar la sala, la sensación de haber sucumbido a una sesión de hipnosis de la que no acaba de despertar y cuyo efecto se prolonga durante días. Cine que transciende, en definitiva. JOSÉ LUIS MUÑOZ
Comentarios
Es verdad que el lenguaje narrativo de Lynch tiene una cierta cualidad hipnótica: salvando las distancias, a mi me recuerda a la prosa de Auster. También es cierto que la aparente profundidad lo que en realidad encierra es vacuidad, una falta de propósito lineal en la obra.