CINE / QUÉ DIFÍCIL ES SER UN DIOS, DE ALEKSEI GERMAN
QUÉ DIFÍCIL ES SER UN DIOS
Aleksei German
Publicado en Revista
Tarántula, El Destilador Cultural y El Cotidiano
Mientras
el cine norteamericano es, salvo muy honrosas excepciones, una boyante
industria, el de los países del Este de Europa, y, concretamente, el que sale
de Rusia, a pesar de Putin y de la anterior férrea censura política del período
soviético, sigue apuntando hacia el arte y es una pena que nos llegue con
tantas dificultades y con cuentagotas lo que allí se produce. La huella de los
cineastas soviéticos Serguei M. Eisenstein,
Vsévolod Pudvodkin o Dziga Vértov sigue muy presente en un
arte cinematográfico que no busca el éxito de la taquilla sino la creación pura
y simple, y la experimentación como es el caso de Aleksei German o Aleksandr
Sokúrov.
Durante
casi ciento ochenta minutos los seres terroríficos—ni en las más extravagantes pesadillas fellinianas habíamos visto un
muestrario semejante, así es que mi aplauso al director de casting— que pueblan las imágenes
inclasificable de Qué difícil es ser un
dios, deformes, cojos, mancos, leprosos, enanos, gordos sebosos, hermafroditas,
famélicos con pústulas, chapotean en un lodazal infecto, el de su espantoso
hábitat rural barrido por la lluvia y la niebla, entre barro, heces, vómitos,
esputos, sangre y leche. Los humores humanos, las tripas, y hablo en sentido
literal, forman una argamasa compacta con la tierra de las casas que se
desmoronan con la lluvia. Brueghel, El Bosco y Dante, como referentes
imaginarios y literarios de un fresco terrorífico, y seguramente realista, de
la Edad Media, la época del oscurantismo que sucedió a la caída del imperio
romano y alumbró luego el espléndido Renacimiento.
Pero,
¿qué hubiera pasado si esa Edad Media se hubiera prolongado en el tiempo y el
Renacimiento, por la eliminación física de los pensadores y artistas que
quisieron alumbrarlo, nunca hubiera llegado? De esa premisa, de la adaptación
de la novela futurista de Arkadiy y Boris Strugatskiy—anteriormente adaptada
por el director germano Peter
Fleischmann en 1989, El poder de un
dios, película que los hermanos y escritores rusos repudiaron—, que transcurre en un
planeta anclado en una eterna Edad Media, sin futuro de progreso, nace este
fresco épico que constituye el testamento cinematográfico de Aleksei German, en el que este director
de obra tan escasa, sólo cuatro películas—La séptima compañía, Control en los caminos, Veinte días sin guerra, Mi amigo Iván Lapshin—, invirtió nada menos
que trece años de rodaje tras pasar cuarenta años obsesionado por adaptar el
texto literario.
Pocas
películas pueden parecer, a priori, tan desagradables como ésta—afortunadamente está rodada
en un extraordinario blanco y negro—y ser, al mismo tiempo, tan hipnóticas. Imposible dejar de contemplar
un segundo la pantalla, atrapado por la vorágine de imágenes que literalmente
estallan, provocan y arrastran, que hieden desprendiendo miasmas, en las que
entra, si se rinde y entrega, como en una pesadilla que no tiene fin.
A
través del personaje de Don Rumata (Leonid
Yarmolnik), un terrestre que llega a ese planeta, Arkanar, haciéndose pasar
por hijo de dios y se convierte en un noble señor feudal dueño de la vida y la
muerte de sus desventurados súbditos que malviven en una pútrida aldea, Aleksei German traza una alegoría sobre
el poder absoluto, sustentado en la fuerza física, la capacidad de liderazgo y
en un superior conocimiento, para subyugar a la plebe representada por una masa
amorfa y embrutecida—pienso en Brutos, feos y malos
de Ettore Scola mientras me
sobrecojo con los personajes de ese hormiguero inhumano—incapaz del menor
pensamiento. Con sus poderes sobrenaturales, el noble déspota somete a los suyos,
hace con ellos lo que le viene en gana y sólo una secta de monjes soldados, que
invaden su territorio, pondrá en entredicho su poderío.
Pocas
veces un realizador había conseguido transmitirnos de forma tan física la
sensación de putrefacción de un sistema (¿la Rusia actual?) y una época. Paul Verhoeven en su notable Los señores del acero huía de
estereotipos que presentaban a los señores nobiliarios como caballeros y los
reducía al papel de villanos, salteadores, asesinos y violadores en las
antípodas de los libros de caballerías que los ensalzaban. Parte de esa
suciedad medieval, y también en blanco y negro, y con una potencia de imágenes
tremenda, encontrábamos en la magistral película de Orson Welles Campanadas a
medianoche sobre textos de William Shakespeare. Pero la película póstuma de
Aleksei German, fábula sobre el
poder y el embrutecimiento de las masas para que ese poder no sea nunca
cuestionado, supera todo lo imaginable y con poderosas imágenes, una cámara que
nunca se está quieta y diálogos entrelazados sin fin, en interminables planos
secuencias que transcurren por pasadizos de castillos, infectas mazmorras o
pasan a través de ahorcados putrefactos que penden cubiertos de escamas para
que los cuervos saquen sus ojos, nos sumerge en el infierno de Dante en un
ejercicio de feísmo arriesgado del que emerge como obra de arte incuestionable.
Qué difícil es ser un dios es una de las obras cinematográficas más impresionantes que se hayan
rodado últimamente. Como el aullido de una gárgola.
Llega
mi última novela negra en formato ebook a Estados Unidos publicada por
Sub-Urbano Ediciones de Miami y descargable al precio de 3,99 USD clicando a
continuación. descargar LA DOBLE VIDA
La
vida de Arturo O`Keefe, un prestigioso publicista español de padre
norteamericano, empieza a torcerse en cuanto frecuenta los ambientes de la
prostitución y asume su doble vida. Comprar sexo y convertir a esas mujeres en
esclavas le proporciona un retorcido placer al mismo tiempo que lo aleja de su
familia y su trabajo. De forma imparable, y sin que pueda evitarlo, esas
relaciones con mujeres venales, que son cada vez más violentas, le crean una
adicción y harán que salga lo peor de él, una tara genética que ya tuvo su
padre y él ha heredado intentado, en vano, ocultarla.
Comentarios