CINE / SUITE FRANCESA, DE SAUL DIBB
SUITE FRANCESA
Saul Dibb
Publicado en Tarántula, El Destilador Cultural y El Cotidiano
Habría
que separar de una vez por todas el romanticismo de lo cursi o rosa, que es
como la pornografía con respecto al erotismo. Quizá el espectador que vea Suite francesa entienda de forma muy
clara que son cosas muy diferentes. Un director no muy prestigioso, Saul Dibb (Londres, 1968)—La duquesa (2008), su anterior
trabajo, era bastante mediocre— convierte en imágenes una soberbia novela romántica y sale airoso del
envite. Suite francesa es una
película que hace una cierta apología del amor desinteresado en tiempos de
violencia y locura colectiva: la Segunda Guerra Mundial.
Podíamos
definir Suite francesa como una
película en la que nada es lo que parece. Bussy, la pequeña y encantadora población francesa
próxima a París en donde transcurre la historia, es un reducto de paz hasta que
deja de serlo. La angelical Lucille Angellier (Michelle Williams, a quien hemos visto en Brokeback Mountain, Shutter
Island, Blue Valentine o haciendo
de Marilyn Monroe en Mi semana con
Marilyn) deja de soñar en cuanto se compromete y empuña una pistola. La adusta
Madame Angellier (Kristian Scott Thomas)
demuestra tener más sentimientos de los que aparenta al proteger al partisano Benoit
Labarie (Sam Riley) y dar refugio en
su casa a una niña judía. El apuesto
oficial alemán Bruno von Falk (el actor belga Matthias Schoenaerts, protagonista de De óxido y hierro y villano de tres al cuarto en La entrega) no es un duro como aparenta
o su uniforme le obliga. El tosco y resentido campesino Benoit Labarie, que
roba gallinas a sus señores, se convierte en un luchador antifascista. El
vizconde de Montmort (Lambert Wilson),
y alcalde de Bussy, colaboracionista del ocupante, demuestra tener una enorme
dignidad en su último momento.
Francia
1940. El ejército alemán toma París y las colas de los refugiados que huyen con
todo lo que pueden a cuestas colapsan—impactante la secuencia
del bombardeo aéreo de la carretera—ese pequeño enclave francés de vida apacible llamado Bussy. Un
regimiento alemán se instala en el pueblo—los feligreses reunidos en la iglesia mientras sus muros tiemblan por
los tanques que ocupan la plaza es otra de sus buenas secuencias— y sus oficiales se
alojan en sus mejores casas. Entre la joven y atractiva Lucille Angellier, que
espera el regreso de su marido del frente y vive agobiada en la casa familiar
vigilada por su severa suegra Madame Angellier, y el teniente Bruno von Falk,
que les toca en suerte alojarlo, surge el chispazo a pesar de ser él el enemigo
ocupante y ella su víctima ocupada. La sensibilidad musical traza un puente
entre ellos: la Suite francesa que
compone el militar—algo del oficial alemán de El
pianista de Roman Polanski hay
en él— mientras está
hospedado a la fuerza entre las cuatro paredes del lujoso castillo. Y el amor,
como un estallido irracional que no entiende de bandos, zarandea a ambos hasta
el punto de no verlo ella como enemigo o cuestionarse él su rígida disciplina
prusiana. Montescos y Capuletos de Romeo
y Julieta; Sharks y Jets de West Side
Story; el oficial nazi interpretado por Ralph Fiennes enamorado de su sirvienta judía en La lista de Schindler.
Suite francesa
pasa levemente por lo insoportable que es para una población sentir el ruido de
las botas de los invasores (aunque con Francia la Alemania hitleriana actuara
con guante de seda si comparamos lo que hizo en el frente del Este) para centrarse,
sobre todo, en personas cuyos sentimientos están por encima de banderas,
uniformes e ideologías y ofrece una visión en clave femenina de la resistencia
ante el invasor. Hay en la película todo un importante plantel de mujeres
decididas, aparte de las citadas, como Madeleine Labarie (Ruth Wilson), que aguanta la tortura y suspira de alivio cuando la
protagonista le dice que su marido vive, o la judía Leah (Alexandra María Lara), apresada mientras pone a salvo a su hija,
que nos hablan del coraje femenino. Y hay también una crítica a la mezquindad
del género humano representada en esa montaña de denuncias anónimas de
colaboracionistas que reciben los invasores, y que acaba quemando un Bruno von
Falk asqueado, con las que se dirimen viejas rencillas.
La
historia de Suite francesa parece una
cruel paradoja y tiene su origen en Irène
Némirowsky, novelista judía ucraniana refugiada en Francia, cuyo manuscrito
olvidado fue encontrado por su hija Denise
Epstein en un almacén de Auschwitz y fue publicado con enorme éxito en 2004.
Quien escribiera esta bellísima e inacabada—la novela debía tener cinco partes y se quedó con dos y el esbozo de
la tercera por la muerte a causa de tifus de su autora—historia de amor
romántico entre un ocupante y una ocupada, escrita durante la invasión nazi de
su país, fue víctima de la iniquidad del ser humano, en el que ingenuamente
confiaba, mientras redactaba las páginas de esta Suite francesa, y murió en el templo de todos los horrores: Auschwitz.
Así es que es una obra de esperanza escrita por una víctima de la desesperanza.
Saul Dibb,
sin obviar ciertos convencionalismos—los amantes frustrados son extraordinariamente bellos y glamurosos—, conduce con acierto
esta película intimista en tiempos de guerra retratando un amor romántico que
cobra inusitada fuerza en un final redondo. Suite
francesa, cuyo diseño de producción es impecable, va creciendo a medida que
avanza y adquiere toda su extraordinaria tensión dramática en su último tercio,
cuando la armonía entre ocupantes y ocupados se trunca por un incidente
estúpido. Hay un buen trabajo actoral—Kristian Scott Thomas secándose esa lágrima que suaviza su rostro hierático cuando abraza a
Benoit Labarie que le recuerda a su hijo—y que buena parte de que la película funcione hay que achacarlo a la
interpretación impecable de Michelle
Williams, y, sobre todo, al de Matthias
Schoenaerst que da todo un recital de lo que es su personaje en la escena
del tiro de gracia, una de las mejores de Suite
francesa, pura gestualidad de quien detesta la violencia y sin embargo ha
de aplicarla.
Es una sensación extraordinaria haber resucitado la
obra de mi madre. Demuestra que los nazis no lograron realmente acabar con
ella. No sirve de venganza, pero no deja de ser una victoria, dijo Denise Epstein, la
hija de Irène Némirowsky, a quien va
dedicada esta notable producción británica que no pudo ver porque murió antes
de que se empezara a rodar.
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La
vida de Arturo O`Keefe, un prestigioso publicista español de padre
norteamericano, empieza a torcerse en cuanto frecuenta los ambientes de la
prostitución y asume su doble vida. Comprar sexo y convertir a esas mujeres en
esclavas le proporciona un retorcido placer al mismo tiempo que lo aleja de su
familia y su trabajo. De forma imparable, y sin que pueda evitarlo, esas
relaciones con mujeres venales, que son cada vez más violentas, le crean una
adicción y harán que salga lo peor de él, una tara genética que ya tuvo su
padre y él ha heredado intentado, en vano, ocultarla.
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