SOCIEDAD / TRUMP, LA PESADILLA AMERICANA
Trump, la
pesadilla americana
Aquí, entre nosotros, estaba convencido de que el hooligan
Donald Trump iba a ganar estas controvertidas elecciones de Estados Unidos porque
el candidato norteamericana conectaba a la perfección con esa Norteamérica profunda,
inculta, machista y ultranacionalista con su campaña llamativa que buscó, un
día sí y otro también, los titulares en la prensa con sus salidas de tono propias
de un reality show. Para esa América, que es la que detesto, la de la política
y comida basura, la del despilfarro y consumismo desaforado, Trump es uno de los
suyos, como lo fue en su momento George W. Bush, el tipo que leía libros al
revés. El magnate yanqui de flequillo dorado es un tipo duro y lenguaraz que dijo
siempre lo que pensaba sin cortarse un pelo, pasó olímpicamente de lo políticamente
correcto y parecía tener un halo de sinceridad en cada una de las atrocidades
que salían de su boca. En el lado opuesto, la contención de Hillary Clinton, política
profesional cuya carrera ha terminado esta madrugada, con un historial muy cuestionado (no se opuso a la invasión
de Irak; tuvo responsabilidades en el desastre de Libia; arrastra una imagen de
corrupción) que no ha podido movilizar a su favor, ni siquiera, a las minorías ofendidas
por su rival ni a las mujeres, porque millones de ellas han votado al cuestionado
líder republicano, ni a los jóvenes a los que ha decepcionado. Bernie Sanders,
su rival en el Partido Demócrata, la opción progresista de cambio real que tuvo
el valor de declararse socialista, fue ninguneado por la candidata y sus seguidores
se han quedado en casa pasando del mal menor.
Difícilmente podrá cumplir Donald Trump con dos de
sus propuestas más llamativas, la de expulsar a esos once millones de ilegales,
a los que hará la vida imposible para que ellos mismos tomen las maletas y se
marchen del paraíso americano, y la de levantar ese enorme muro, que, en
realidad, ya existe, porque otros lo hicieron sin vocearlo. En Europa también sabemos
mucho de muros y emigrantes.
El Donald Trump bocazas posiblemente no sea tan
letal como lo ha sido para la humanidad George W. Bush y el nefasto Trío de las
Azores, responsables de la inestabilidad de medio mundo y con cientos de miles
de muertos en su haber; no va a embarcarse en guerras como la de Irak o
Afganistán. Donald Trump es un empresario, y qué mejor para ese país, que en
realidad no es país sino un negocio, como dijo Brad Pitt en Mátalos suavemente, que un magnate
multimillonario para regirlo como si fuera una empresa con sus pérdidas y
beneficios. Donald Trump evidencia lo que viene sucediendo en el mundo en las
últimas décadas, que la clase política, tal como se entendía, con su cada vez
más leve ideología (aquí tenemos la vergonzosa deriva del PS0E) es ya perfectamente
prescindible y el capitalismo ya no necesita intermediarios.
La única virtud que tiene Donald Trump es que vocea
a gritos lo que otros políticos callan pero hacen. Tan incomprensible es para
una mentalidad progresista que este tipo, con su discurso xenófobo, reaccionario y
machista, al que siempre reproché su pésimo gusto arquitectónico (la repugnante
Torre Trump es él en rascacielos) que devaluaba la ciudad de Nueva York, haya
llegado a la presidencia de Estados Unidos como que Mariano Rajoy, en España,
siga siendo presidente. Los americanos y los españoles así lo quieren, pues
adelante, son las reglas del juego y cada país tiene a los gobernantes que se
merece y sus ciudadanos son responsables de lo que hagan al haberlos elegido. ¿Es
la democracia un sistema perfecto en una sociedad mundial profundamente
desigual? Evidentemente no. Recordemos, y no es una cuestión baladí, que Adolf
Hitler también llegó al poder por las urnas.
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