CINE / LO QUE ARDE, DE ÓLIVER LAXE
Sorprendente minimalismo
el de este filme de Óliver Laxe (París, 1982) de quien recuerdo la fascinante Mimosas
y Todos vosotros sois capitanes, sus únicos y premiados filmes
precedentes. Lo que arde transcurre en la Galicia profunda, pero muy
lejos de los escenarios áridos y brutales de As bestas.
Amador Coro (Amador Arias), sale de la cárcel
tras una condena por incendiario y regresa a su pueblo, a la casa de su anciana
madre Benedicta (Benedicta Coro). Allí reemprende su rutina cuidando las vacas
y viviendo bajo el mismo techo que la anciana, aunque no crucen muchas
palabras. El único incidente digno de mención es que una vaca se mete en un
barrizal y Amador precisa de la ayuda de la veterinaria Elena (Elena Fernández)
para rescatarla. Amador no se mezcla con los demás aldeanos, rechaza tomarse una
copa con ellos cuando se lo proponen. Con la veterinaria cruza alguna mirada,
nada más. Pero cuando se produce un incendio forestal, todos lo culpan a él.
De cómo un guion simple,
unas interpretaciones naturales, porque en realidad el realizador echa mano de
actores no profesionales, como en Mimosas, para que se comporten en
pantalla tal como lo harían en su vida cotidiana, se convierte en una película
a ratos hipnótica, es mérito de este director extraño capaz de embrujarnos con
sus imágenes que parecen más de documental que de ficción, incluido la lucha de
los bomberos contra ese incendio forestal que presumo real.
Lo que arde
es un haiku cinematográfico. Los protagonistas son los árboles, los montes, esa
vida rural que poco a poco se va desvaneciendo. Óliver Laxe retrata la belleza
de ese paisaje envuelto por la bruma, de esos árboles segados por una máquina
taladora (por un momento lo relaciono con El barbero de Siberia de
Nikita Mijalkov) y ese incendio que devora laderas. Podría incluir algún
elemento dramático, algún accidente letal que altere esa aparente calma del
agro gallego, el conflicto consustancia necesario para el hecho narrativo,
tanto en literatura como en cine. No lo hace. El único estallido se produce
cuando uno de los lugareños le lanza un puñetazo a Amador al que acusa de haber
provocado el incendio y Benedicta, su madre, lo levanta del suelo. Y con esos
escasos elementos, se construye una película. Asombroso.
"Tú
estás en Alaska. Estás en un pequeño pueblo de ese remoto estado al que
llegaste bajándote de ese barco que recala una vez a la semana y que lleva las
provisiones, porque aquí apenas hay nada, el terreno es frío y baldío, por la
capa de hielo que hay debajo, y admite pocos cultivos, ninguno más bien. Los
árboles del bosque son raquíticos, boreales, de la altura de un humano. Aquí no
llegará esa puta enfermedad, mascullas con un quejido mientras te quemas los
labios con el café que te has hecho y oyes las noticias, como tampoco llegarán
yihadistas porque no tienen materia prima que exterminar. Un pueblo perdido en
un rincón de la geografía inmensa del estado 49, que mira con cierto desprecio
a los 50 de abajo con los que nada tiene que ver, no interesa a ese virus como
no interesa a los guerreros de Alá ansiosos de provocar masacres en las grandes
aglomeraciones humanas. Poco más de cien casas desperdigadas entre montañas y
bruma perpetua junto a un embarcadero en donde se balancea un puñado de barcas,
la mayor parte de ellas inservibles, y el hidroavión amarillo del sheriff que
hace de ambulancia en el caso de que alguno de los habitantes se encuentre muy
mal."
POESÍA PARA PALESTINA / REFAAT ALAREER
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