LITERATURA / INSOMNES, DE VIOLEIDA SÁNCHEZ SOCARRÁS
No es habitual encontrar en una novela negra tanta crudeza
en los detalles sobre desmembramientos de cadáveres como en este sorpresivo
relato llamada Insomnes, pero dada a la profesión de su autora se
entiende. Violeida Sánchez Socarrás (Artemisa, Cuba, 1969) es médico y trabajó
como profesora universitaria en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La
Habana hasta el 2002 que decidió emigrar a España en donde combina su labor
como médico de cabecera con la docencia universitaria, y eso quiere decir que
de anatomía humana va sobrada: Junto a la cabeza, estaban los brazos que
parecían haber sido arrancados del tronco con brusquedad tirando de ellos hasta
que la carne se desprendió en colgajos. El tronco parecía intacto con los
pechos robustos y limpios. Los muslos y las piernas habían caído en el extremo
opuesto a la cabeza, descansaban sobre una superficie verde sembrada de piñas
silvestres.
Pero lo que es menos habitual es que la autora, que tiene
en su haber dos novelas policiales, Añoranza
y Flagelos, y el compendio de relatos Soy inmigrante y ¿qué?
sobre su experiencia migrante, todas autopublicadas, tenga tal pericia
narrativa y literaria como para montar una excelente novela criminal que gira
en torno a la psicopatía y tiene mucho que ver con el estamento médico: el
asesino en serie lo es, y la mujer que quiere tratar de encontrar una
explicación a esa conducta atroz y se pone en contacto con él, también.
La doctora Amaral San José, una psiquiatra que investiga
los trastornos del sueño, se pone en contacto con Simón, un colega de profesión encerrado en la
cárcel que ha confesado cuatro asesinatos y lleva años sin poder dormir. A lo
largo de sus entrevistas, el asesino en serie le habla de sus recuerdos de
infancia que parecen haberlo predestinado hacia su afición por descuartizar —Movió
las manos y los dedos compulsivamente rasgando las hojas de papel con los
rotuladores, emborronando cuartillas tras cuartilla, dibujándolos a todos una y
otra vez, sin brazos, sin piernas, sin cabeza, sin boca, sin manos.—, con
aparente tranquilidad, y sin demostrar arrepentimiento, le detalla sus hazañas
—Diez años hacía desde la muerte de Estela. Su cabeza olía a plástico. Ocho
años desde Joao. Ardió en segundos sin chistar. Dos años desde Sabina. De ella
no han conseguido encontrar ni un dedo. Dos días desde Freddy, que espera en la
nevera que bajen las temperaturas para encender el fuego de la chimenea, pensó.—,
y comparte con la psiquiatra su espantoso modus operando sin mostrar la menor
empatía por sus víctimas, y por supuesto nulo arrepentimiento por todas las
atrocidades cometidas: Matar a Freddy le resultó incómodo. Fue un acto
impulsivo, imprevisto y desagradable. Asimismo, le fastidiaba pensar en él a
todas horas y estaba molesto porque era incapaz de hallar el momento adecuado
para deshacerse de la cabeza.
La escritora cubana maneja el lenguaje literario con una
soltura envidiable y no se detiene a la hora de explicitar los más sórdidos
detalles como si fuera Breat Easton Ellis, el autor de American Psycho,
y Simón se diera la mano con el ejecutivo sanguinario de la novela del
norteamericano: Esperaba que por fin bajarán las temperaturas, encender el
fuego y deshacerse de Freddy. Olvidarlo, sacarlo de la nevera y de su cabeza. A
Freddy, una de sus víctimas más llamativas, lo llamaban así en el barrio en
donde desaparece porque se disfrazaba de ese personaje icónico del terror
cinematográfico para asustar al vecindario. El asustado fue él cuando cayó en
las garras del siniestro doctor.
Simón, el médico asesino y psicópata, tiene rasgos de Hannibal
Lecter, es tan encantador como el monstruoso y sofisticado asesino que salió de
la imaginación de Thomas Harris: Los brazos y el tronco de Joao estuvieron
mucho tiempo en la nevera. Creyó que las bajas temperaturas mantendrían
alejadas las ratas, las moscas y las hormigas, pero se equivocó. Cuando por fin
pudo escabullirse del caos de urgencias y encontró la forma de llegar a su casa,
en el sótano era un zoológico maloliente. Ser sanguinario no le impide ser,
al mismo tiempo, amable y educado.
Violeida Sánchez Socarrás crea atmósferas —Apartó con
las manos los arbustos y el crujir de las ramas le trajo de vuelta el recuerdo
de Joao. Imaginó el camino que conducía al lago. Recordó el sendero estrecho
que salía de él, serpenteando entre los pequeños montículos de tierra.—, no
renuncia a ciertos rasgos humorísticos — Alguien tendría que decirle a este
señor que tiene unas arterias tan gordas y grasientas, como su barriga, un
corazón tan perezoso como su perra y un hígado tan grande como su
inconsciencia.— y perfila de forma magnífica a su monstruo que termina
culpando a la sociedad de sus desmanes: Si me hubieran descubierto cuando
maté por primera vez, no habrían muerto tantas personas. A sus ojos, y ahí
la autora es maestra en introducir al lector en un juego perverso, los
cadáveres que tanto horror causan son simple materia biológica que se
descompondría: Estaban muertos. Los muertos solo son cuerpos. Eran carne,
huesos, sangre.
La autora trata de explicar el comportamiento criminal y
psicópata de su protagonista a través de las vivencias de su niñez y el
recuerdo de un adolescente que se convirtió en un adulto resentido, temeroso y
distante. Insomnes es el relato de cómo y por qué un niño de nueve años
que dibuja cuerpos humanos incompletos, que no podía dormir y que soñaba con
ser médico, acabó en la cárcel por haber descuartizado a cuatro personas. Por
desgracia, aunque son minoría, los encargados de salvarnos la vida y curarnos a
veces comenten deliberados desmanes: los denominados ángeles de la muerte.
En sus pesquisas, la
doctora Amaral, que duda que tras la conducta psicopática de su especial
paciente se halle el insomnio que padece — Está claro que el insomnio es una
putada tanto o más que la esquizofrenia, pero ni todos los locos matan, ni por
dejar de dormir vas por ahí, descuartizando a la gente.—es ayudada por el
policía jubilado Mateus Brito — El alcohol, las comilonas, los cigarrillos y
el estrés suponían el cuarenta por ciento del trabajo policial.—, contacta
con los familiares de las víctimas y con las personas que trataron a Simón que
es descubierto no cuando asesina a humanos sino cuando quiere desprenderse del
gato de una vecina que le incordia: Impulsado por aquel recuerdo, metió al
gato en una bolsa, cerró la boca de plástico e hizo un nudo. El bulto se movió
por la alfombra varios pasos cuando lo dejó en el suelo. El gato estaba
luchando por salvarse. Sus movimientos le recordaron a Estela, a Joao, a Freddy
y a Sabina. Una nota de humor negro.
Violeida Sánchez Socarrás ofrece al lector un menú
literario escalofriante a base de cabezas, extremidades y troncos y lo hace sin
descuidar una prosa excelente y aderezar el relato con un ritmo trepidante.
Toda una sorpresa agradable, a pesar de los descuartizamientos, gracias al ojo
clínico de Cosecha Negra, la colección en la que aparece este relato negro
negrísimo. ¿Quién decía que las escritoras son menos sanguinarias que lo
escritores?
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