LA FIRMA INVITADA

PACIENTE IMPACIENTE
Rolando Martiñá

Las ilustraciones son fotogramas EQUILIBRIUM, el episodio de la película EROS realizado por Steven Sordebergh y protagonizado por Alan Arkin y Robert Downey jr. como psiquiatra y paciente.

No me resultó difícil hacer el diagnóstico. Aunque sí sobrellevar la entrevista, a pesar de mis largos años de experiencia. Me abrumaba con información, las más de las veces innecesaria y a menudo contradictoria; trataba por todos los medios de impresionarme, de no dejarme desconectar de ella ni un segundo. Sus mohines y aspavientos también jugaban a favor de eso, subrayando hasta la saturación cada palabra y cada frase. Como actriz sobreactuadora que busca, en el fondo, destacarse del resto, y aún de la obra. O quizá, como inexperta que se confunde con el personaje y no puede salir nunca de él y, mucho menos, mirarse actuar. El tono era casi siempre patético y, si por momentos incursionaba en el humor, lo hacía en un tono desdeñoso dirigido a alguno de sus innumerables victimarios.
Su aspecto desconcertaba de tal modo que resultaba casi imposible establecer con certeza su edad: por momentos parecía una niña desvalida, por momentos una anciana resignada, por momentos una adolescente granuja y desafiante. Sólo en breves interludios, una adulta madura y estable. Mientras la escuchaba, recordé que ya había presentido esta situación cuando me llamó por teléfono: me tuvo como veinte minutos, dándome puntillosas explicaciones y, lo que es peor, urgiendo ya las mías acerca de todo lo que me contaba. "En realidad - recuerdo que pensé - es como si estuviera ahorrándose una sesión..." Pero me abstuve siempre de decírselo, porque imaginé que hubiera rechazado como una ofensa la simple insinuación. Y hubiera sido sólo una pérdida de tiempo.
Esos cincuenta minutos que compartimos fueron realmente intensos y tuve más de una vez la sensación de que era imposible relacionarse de un modo no intenso con ella. "Tengo que hacerme a la idea - me decía a mí mismo - de que esto va a ser así, de que no va a parar de hablar y de escucharse a sí misma con fruición, pidiéndome, a la vez, que le diga qué se supone que debe hacer respecto de sus problemas..." Así que me dispuse a tratar de escuchar la melodía esencial, en medio de la barahúnda de variaciones interminables, acordes disonantes y percusiones estruendosas. Y a no desperdiciar palabras. A hablar sólo cuando tuviera algo rotundo y preciso para decir.
Una de las primeras cosas que me dijo fue que no toleraba las rutinas ni los esfuerzos prolongados. Que le gustaba soñar y que, según sus palabras, "si la realidad no coincidía con sus sueños, peor para la realidad". La triste y mediocre realidad. No la toleraba, y tanto era así que muchas veces reconocía confundirse respecto de si las cosas estaban dentro o fuera de su cabeza. De si tenían una existencia material, independiente de ella, o eran producto de su imaginación febril. "¿Como los espejismos del desierto, vio?" necesitó aclarar. Y agregó - según comprobé que era su costumbre - algunas citas eruditas para autoconfirmarse: "la vida es sueño", "sean realistas, pidan lo imposible", "se rompe pero no se dobla", etc. etc.
"¿Usted cómo me ve?" repetía a cada rato. Y yo trataba de ser elusivo, porque estaba seguro de que de ningún modo estaba dispuesta a escuchar lo que verdaderamente yo veía en ella. En realidad buscaba afanosamente confirmar la idea grandiosa que tenía de sí misma, y para eso, muchas veces sin esperar siquiera mi respuesta, abundaba en relatos donde aparecían resaltados sus innumerables talentos. Algunos de los cuales, por supuesto, me sonaban como realmente auténticos: pese a su gesto de disgusto, lucía bonita y para nada tonta. Seguramente, alguna vez sacaba un conejo de la galera y sorprendía a todo el mundo. Seguramente, debía tener momentos de brillantez y creatividad, sobre algunos de los cuales no dejó de abundar. Sólo que daba la impresión de no tolerar la idea de que, junto a ellos, hubiera otros en los que parecía comportarse realmente como una idiota.
Era obvio que sufría. Y también que el sufrimiento había llegado a un punto en el que al menos debió reconocer que necesitaba ayuda; pero uno de los rasgos que apareció con nitidez al respecto fue una sorprendente desconexión entre el sufrimiento y las posibles causas. O sea: parecía querer reducir sus penurias, pero sin aceptar que algo tenían que ver con ellas sus propias decisiones. Por lo tanto, siempre había alguien que tenía la culpa de lo que le pasaba. Algún Poder, que le era impuesto de modo absoluto, y que con sus oscuras maniobras escamoteaba la Verdad. La Verdad de la que, en el fondo, se sentía poseedora. Y la Felicidad. La que le estaba destinada, la que le correspondía por algún designio del Destino que resultaba muy difícil de entender para cualquiera que no fuera ella.
"Algo que me pasa - me dijo - es que muchas cosas me ocurren como si fuera la primera vez, aunque no lo sea. Es como que todo me toma de sorpresa, todo es nuevo... Lo cual, no me va a negar que es excitante, pero me trae algunos problemas... “Ahí me animé, y sin saber muy bien por qué, le dije: "claro, y como la excita, no estará muy dispuesta a cambiarlo... a pesar de los problemas..." ¡Para qué! Yo que había tenido tanto cuidado, caí sin embargo en la trampa: tuve que contener un ataque de indignación como había visto pocos. Me acusó de haberla acusado de cosas horribles; en particular de mentir respecto de sus intenciones, justamente a ella que si por algo se había destacado durante los últimos treinta años, era por la obstinada búsqueda de su verdad interior. Y dijo esto con tanto énfasis, con tanta convicción, que sentí que confrontarlo era como tratar de convencer a un mormón de que el verdadero libro sagrado no es la Biblia sino el Corán
"Hay que buscar otra vía - me dije a mí mismo - debo aplicar el principio "jiu-jitsu": "aprovecha la fuerza de tu adversario...” ¿Mi adversario? Por Dios, esto se estaba volviendo algo serio). Tomé fuerzas y pregunté a qué atribuía ella esa dificultad. "No sé... -contestó en tono melodramático - No sé... ¿Cree que si lo supiera estaría acá?" La trampa se había cerrado: ella no sabe y si yo le digo algo que creo saber, se enoja. ¿Qué hacer? Decidí apostar fuerte: "entonces, aparentemente esto es un misterio insoluble - dije con firmeza - será usted tan especial que le pasan cosas que ni usted ni nadie pueden explicar". Lejos de amilanarse, respondió casi sonriendo: "puede ser, no vaya a creer que no lo he pensado..." Estábamos en punto muerto.
Sin embargo, era tal su afán de protagonismo que ella misma se encargó de volver a poner la cosa en movimiento: "¿Sabe cuál creo que es mi problema, el núcleo de mi problema? Que soy demasiado buena... Eso, demasiado buena" se respondió, mientras movía de una lado a otro la cabeza. "Otra trampa - pensé yo - cómo se le dice a alguien que para mejorar su vida tiene que ser "un poco menos buena?". Volví a preguntar acerca de eso. Y me espetó un largo y fastidioso relato de su vida, repleto de situaciones en las que le había creído a gente que la traicionó, en las que perdió cosas porque no estuvo dispuesta a ceder en algo, en las que rompió relaciones porque no toleraba "cosas a medias", porque ella creía que en la vida había que jugarse siempre a "todo o nada"... En fin, que ella parecía no encajar en este mundo... "Es que el mundo no la estaba esperando, amiga mía - le dije al fin, ya casi en el límite de mi paciencia - el mundo es como es, y puede seguir adelante sin usted ...( y sin mí)... " Esto sí le pegó, y necesitó unos minutos para recuperarse. Casi podía oírse el rechinar de su disco duro, haciendo esfuerzos denodados por procesarlo todo y producir un "output" tolerable para ella. Esperé. Pero reconocí que esta paciente impaciente estaba logrando impacientarme. Finalmente, habló:
"Sabe qué? Me parece increíble, pero su postura suena a un tremendo conformismo. Discúlpeme, no quiero ofenderlo... No es mi estilo, si algo me ha caracterizado siempre..." Harto ya de tanta autorreferencia, hice algo que no suelo hacer: la interrumpí, diciendo "Sí, sí, supongo que es usted una persona respetuosa e intachable, pero dígame, por favor, en qué le parece conformista mi posición?" Me miró algo extrañada, hizo un par de gestos de tímida que se atreve y respondió: " Bueno, si el mundo no nos gusta, nuestro deber es cambiarlo. No adaptarnos a él, creo yo... Uno debe asumir un compromiso, jugarse por lo que cree... Eso es lo que han hecho todos los que hicieron progresar a la humanidad a lo largo de la historia..." Era increíble: estaba predicando! Se la veía claudicante, dolorida, vulnerable, insegura, autodestructiva... Y me estaba predicando!
No era una novedad para mí, pero nunca como en esta ocasión, sufrí en carne propia algo que teóricamente todos sabemos: cambiar es difícil, curarse también. Muchas veces se rechaza tanto la enfermedad como la medicina. Las creencias nucleares de las personas suelen volverse irreductibles, etc. etc. Traté de tranquilizarme. Apelé a mis mejores reservas y decidí cambiar de rumbo, después de mover varias veces mi cabeza en gesto afirmativo y repetir con la boca cerrada "ajá", "ajá", recurso casi infalible, si los hay. Así que, aún bajo la sospecha de estar siendo cómplice de su síntoma, pregunté con cara de nada: "qué puede contarme de su familia?"
"Ay, doctor... Ese sí que es un tema..! Si le habré dedicado horas durante los últimos treinta años... Pero se lo puedo resumir bastante rápido: tuve padres terribles, que me maltrataron y me abandonaron reiteradamente. Muy decepcionante. Vio que uno sufre mucho cuando se entera de que los Reyes Magos son lo padres? Bueno, yo, ni eso... Ni Reyes, ni Magos, ni padres... Me ofrecían el oro y el moro, y después, nada...Y además peleaban entre ellos todo el tiempo, es decir, todo el tiempo en que no se estaban yendo...Un desastre... Salvo algunos pocos momentos, tan pocos, que los conservo como relicarios, les rindo culto, los inflo, les doy brillo, como a la vajilla de lujo que heredé de mi abuela...No permito que nadie me los toque... Daría la vida por defenderlos..!...En honor a la verdad, también debo confesarle que mucha gente piensa que me quejo de llena, que nunca sufrí de verdad, que nunca tuve realmente miedo ni hambre... Que nunca pasé una guerra.... En fin, son puntos de vista..."- terminó descartando como si nada.
"Por otro lado, oscilé durante años entre dos amores, (a veces, simultáneos, aunque le confieso que llena de culpa): uno, aunque me exigía bastante y no siempre era justo conmigo, me daba protección, me hacía sentir parte de su mundo, estaba pronto a ayudarme cuando necesitaba y me permitía sentirme diferente de mis vecinas. El otro, un romántico, un lírico, pobre pero digno, con su cabellera al viento y su mirada al infinito. Uno me ofrecía un mañana seguro y el otro un futuro paradisíaco. Se da cuenta? Juntaba lo imposible de juntar..! Lo tenía todo...Debo decir, con cierta vergüenza, que a veces con la plata de uno financiaba mis coqueteos con el otro. Pero claro, yo me sentía radiante, plena, completa...Y además, me parecía justo..." Mientras trataba de imaginar cómo sería el ícono "sentimiento de culpa" en esa cabeza, le permití una breve pausa y luego pregunté por sus hijos. "Oh! Esa también es una historia tremenda... ", comenzó a decir, con los ojos húmedos y una ternura incipiente que no había aparecido hasta ahí. "Tuve varios hijos, pero sólo pude conservar uno a mi lado..." Por primera vez, tuve la clara sensación de que por debajo de toda su parafernalia, asomaba el reflejo de una herida y genuina bondad.
"Todos se fueron de mi lado – continuó - a ninguno pude ofrecer una vida atrayente, a pesar de haberles dado mucha educación...No me tenían confianza, me decían que era demasiado variable, que los desconcertaba con mis bruscos cambios de humor y que, además, me dejaba convencer por cualquiera...Y el que quedó, se la pasa quejándose, cada tanto me hace alguna escena violenta, y no sé cuánto más se quedará... Y yo no sé qué hacer, doctor, verdaderamente estoy desesperada: no sé qué hacer...!"
"Por fin - me dije - por fin puedo empezar a quererla... " Y me dispuse a aprovechar esos vientos favorables en el sentido de mi misión. Sin embargo, me esperaban nuevas sorpresas. Tras un silencio prolongado, declaró como si discutiera con alguien que no era yo: "Después de todo, no sé que esperaban de mí… Yo además estaba resolviendo mis propias cosas... Siempre había algún incendio que salir a apagar... No había mucho tiempo para sentarse y conversar ... Pero bueno, yo no inventé la espantosa historia que me tocó... Y tengo también el derecho de ser feliz...!"
Hubo otro silencio incómodo. No dije nada porque no sabía qué. Y ella, ( pude percatarme por lo que siguió), estaba tomando fuerzas para otra embestida: "Y quiere que le diga más? No está en mí ofender, (como ya le dije), pero ustedes, los doctores, los estudiosos, también son culpables de esto que me pasa... Me vendieron de todo y yo compré. Inocentemente, compré : teorías, recetas, “slogans”, consignas, “grafitis”, interpretaciones... Claro, siempre creyendo que todos son como yo, bienintencionados y generosos... Pero no, una de las cosas que me causó más dolor fue comprobar que cada cual hacía su negocio, que no había un verdadero desinterés, una auténtica entrega a los otros... Y, como si todo eso fuera poco, usted además me dice que uno debe adaptarse a un mundo así? "
Guardé silencio. Obviamente ella esperaba una respuesta, pero yo, ahí, no la tenía. Varias veces abrí la boca como para decir algo, pero nada. Comencé a sentirme mal. La angustia, como un río de lava, parecía no tolerar más la cárcel de su cuerpo y se derramaba a su alrededor, incontenible. Yo, inmóvil, la veía avanzar sobre mí sin poder evitarlo. Alcancé a escuchar algo así como "entonces, me mataré". Quise intervenir, aferrarla, impedirle la salida, decirle algo, pero fue inútil: estaba totalmente paralizado viéndola dirigirse al balcón y sintiéndome, casi inexplicablemente, responsable de su destino...

Me desperté gritando "No! No!" bañado en sudor y moviendo los brazos. Mi mujer, que dormía a mi lado, atinó a preguntarme algo sobresaltada: "pasa algo?" "No, no - le dije - tuve una pesadilla... Una paciente". "Qué raro - dijo ella, aún algo aturdida - no suele ocurrirte... Con tu experiencia". "Es que es una paciente muy especial..." La fría mañana madrileña asomaba por el balcón. Me levanté maquinalmente y me acerqué a él ante la mirada absorta de la fiel compañera de mis duros años de emigración. Eché un vistazo y volví a la cama. Antes de sentarme en ella, sin darme cuenta, pisé el diario que había estado leyendo hasta altas horas de la noche. Estaba abierto en una página donde saltaba a la vista un título catástrofe: "ARGENTINA NECESITA UN PSIQUIATRA".

Rolando Martiñá (Buenos Aires) es psicólogo y ha publicado, entre otros libros, Nosotros educadores (Miño y Davila, 1991), Escuela hoy: hacia una cultura del cuidado (Kapelusz, 1992), Formación ética y ciudadana para EGB (Bonum, 1998), Escuela y Familia: una alianza necesaria, (Troquel, 2003), Adolescencia y Salud (Tinta Fresca, 2006), La comunicación con los padres, (Troquel, 2007) Acaba de publicar La paciente impaciente y otros relatos de consultorio (Ed. Del Nuevo Extremo, 2009) sobre sus experiencias personales en el ejercicio de su profesión.

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