LA FIRMA INVITADA

La Jornada, México D.F., 20.3.2005
MANERAS DE RECORDAR A SUSAN SONTAG

por Ricardo Bada


Tuvimos en Colonia a fines del 2004, en el Museo Ludwig, una exposición de sesenta cuadros de Edward Hopper que me dejó boquiabierto: ¿cómo es posible llegar a ser un tan gran artista sin pintar otra cosa que lo que veía? Pero la reflexión inmediata no era otra sino ésta: ¿De qué otro modo pintaron Velázquez, Goya, Rembrandt, Vermeer, Durero, Renoir?

El hecho de sobrevivir en Colonia y que la exposición Hopper fuese aquí, y que vinieran tantos amigos desde tantos lugares tan distintos y tan sólo para verla, se tradujo en que nolens volens también yo la gozase. Con harta suerte, porque la verdad es que acudí allí acompañando a una amiga argentina, tan sólo para dejarla en la cola, pero al darme cuenta de que excepcionalmente no había cola (¡éso es lo que llamo harta suerte!), entré con ella al sancta sanctorum.

Y fue bueno que así fuese porque me llamó la atención un hecho que nunca había percibido
a pesar de conocer bien la obra de Hopper, aunque sólo en reproducciones. Recién acá, en el Museo Ludwig, enfrentado a los originales, fue donde me saltó a la vista. En toda la obra de Hopper hay un único varón que está leyendo, y lo hace por motivos profesionales, pues se trata de un contable, en una oficina. A cambio son muchas las mujeres que aparecen leyendo en sus cuadros, y todas, todas, todas, sin excepción, lo hacen por gusto, por placer, porque les da la real y republicana gana de hacerlo. Y en el momento de descubrirlo (puede que se trate de un mediterráneo, de la pólvora, puede que lo hayan descubierto antes que yo muchos críticos y analistas de la obra de Hopper, pero no me importa, porque yo lo hice por mis propios medios visuales y sin tener ninguna infraestructura informativa al respecto), en ese momento, les digo, se lo crean o no, pensé en Susan Sontag: “Seguro que ella ya lo descubrió”. No podía saber que estaba muriéndose, y de hecho murió pocos días después de que yo hiciera esa observación.

Una sola vez en mi vida la vi a Susan Sontag, y fue cuando la presentación de la traducción al español de su novela En América, que congruentemente se llevó a cabo en la Casa de América, en Madrid. Si la memoria no me falla, en abril o mayo del 2003. Y aquella presentación se hizo en forma de un diálogo que mantuvo con José Luis Cebrián, académico de la Española y primer director que fue del diario El País. Y lo que recuerdo de aquella paupérrrima performance, que era como si un peso pesado se batiese (con una mano atada a la espalda) contra un peso mosca,
es que en un momento determinado el peso pesado interrumpió lo que estaba contando y le preguntó a su interlocutor que cuándo fue que las mujeres habían conseguido el derecho al voto en España. A lo que el señor Cebrián contestó que después de la muerte de Franco. Y lo peor
del caso es que sólo fuimos tres o cuatro las personas que protestamos diciendo en voz alta:
“No, no, no, en 1931, con la República”. Pero como siempre sucede en estos eventos oficiales, a menos que quieras armar un escándalo, nuestras voces pasaron desapercibidas.

Desde ese día tuve la convicción de que Susan Sontag vivía con un montón de ideas inexactas acerca de la historia de España, y –por extensión– no sólo de ella. Pero el patriarca de las letras chicanas, el gran narrador Rolando Hinojosa, a quien se lo conté cuando ella murió, me replica por e-mail desde Austin/Texas que no, y me arguye por qué:

“Lo de Cebrián me hizo recordar lo que escribió Nicolás de Cusa en su trabajo On Learned Ignorance, es decir, Ignorancia aprendida. Cita, entre otros (Pitágoras, Sócrates, Salomón), a Aristóteles, que nos dice que debemos saber que somos ignorantes. También cabe decir que aunque ella no haya dicho nada, también puede ser que haya oído las tres protestas. ¿Por qué? Porque eran una minoría y ella era una campeona de los que no sólo no tienen voz, sino que tampoco tienen público. Lo más lógico era que ella ya sabía la respuesta y que cuando Cebrián metió la pata, pensó: Si se debate con un ignorante, mejor es no meneallo. Para mí que no hizo la pregunta porque no sabía. Era una oportunidad de abrir más el diálogo. Cuando Cebrián lo cerró, y la mayoría, ella hizo lo que hace cualquier huésped invitado. No se puede decir que no habló por cobardía, y el que lo piense es que no la conocía a fondo. Cuando este país metía la pata, fuera quien fuera, ella era una de las primeras voces, y muchas veces la primera y desgraciadamente– la única hasta que otros veían cómo iba la corriente y se trepaban al tren”.

Me parece que Rolando tiene razón y que es más gentil recordarla así, por su coraje y su valor personales, por sus méritos incuestionables. Sobre todo porque la veo como alguien que leía por gusto, por placer, en un Hopper. Por cierto, también la veo como protagonista de uno de los relatos menos conocidos de Julio Cortázar, Fantomas contra los vampiros multinacionales, publicado en México el año 1975: es un relato que incluye varias ilustraciones tipo cómic,
y en una de ellas se ve a Susan Sontag en una clínica de Los Ángeles, con las dos piernas escayoladas, hablando al teléfono con el narrador (en el que reconocemos al propio padre de
los cronopios), a quien una vez increpa como “dromedario argentino” y otra como “gaucho insípido”. En la última viñeta del cómic Susan pregunta: “Fantomas... ¿vendrás a verme?”.

Es mucho lo que he leído acerca de ella con motivo de su muerte. Pero al pensar en lo que fue su vida, en lo que fue su lucha contra el establecimiento estadounidense, inevitablemente se me vienen a la memoria unos versos de T.S. Eliot que ella con toda seguridad también suscribiría:
“En un mundo de fugitivos, / el que marcha en dirección contraria / parece que huye”.


RICARDO BADA Nació en Huelva en 1939. Escritor y periodista, reside en Alemania desde 1963.
Obra publicada: "La generación del 39", (cuentos). Nueva York, 1972 "Lorelei-Express", (radioteatro). Hilversum, 1978 "GBZ contra E", (radioteatro). Colonia, 1979 "Jakob y el otro", (radioteatro sobre un cuento de Juan Carlos Onetti). Colonia, 1981 "Kabarett para tiempos de krisis", (espectáculo teatral). Madrid, 1984 "Basura cuidadosamente seleccionada" (poesía). Huelva, 1994 "Amos y perros" (cuento). Huelva, 1997 "Me queda la palabra" (conferencias). Huelva, 1998 "Los mejores fandangos de la lengua castellana" (parodias). Madrid, 2000.
"La serenata de Altisidora", (libreto de ópera, música de David Graham). Camagüey, 2000.
"Cuaderno de Bitácora", (diario de un viaje). Madrid, 2003.
Tiene en su haber dos antologías de literatura española contemporánea, realizadas en colaboración con Felipe Boso y ambas publicadas en Alemania, y ha traducido por placer gratuito a grandes poetas de esa lengua: Goethe, Theodor Fontane, Else Lasker-Schüler, Gottfried Benn, Bertolt Brecht, Erich Fried, Hans Magnus Enzensberger, etc.
Ha cuidado en Alemania la selección y edición de la obra periodística de Gabriel García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela; en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú, y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll ("Don Enrique" , La Paz, 1995).

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