LAS PELICULAS
UN PROFETA
Jacques Audiard
Condenado a seis años de prisión por un delito de lesiones y resistencia a la autoridad, Malik El Djebena (Tahar Rahim, un fresco descubrimiento del cine galo) es un joven magrebí de 19 años, marginado y delincuente de poca monta, que no sabe leer ni escribir. Cuando llega a la cárcel, sin ningún tipo de relación con los enclaustrados, parece la típica presa fácil que será devorada por el duro entorno de delincuentes aguerridos que se distribuyen sus áreas de poder en el presidio con la connivencia de funcionarios corruptos. Uno de los capos de la prisión, Cesar Luciani (Niels Arestrup en una interpretación inquietante), el cabecilla de la banda de corsos nacionalistas con turbios negocios mafiosos en donde política y delito van de la mano ─ lo que ha provocado las protestas de los grupos independentistas de la isla francesa ─, lo somete y le obliga a cometer una ejecución espantosa de un confidente que debe morir porque su testimonio podría perjudicarle. Ese crimen, impune ─ ahí está el único error de la película─, lo convierte en uno más de la banda de los corsos, en el criado fiel y manso de su tétrico jefe para el que trabajará en sus salidas de prisión en ajustes de cuentas, hasta que el siervo se rebela contra su amo y usurpa su trono.
La historia de Un profeta, críptico y no muy afortunado título, no es novedosa, pero sí la forma en que Jacques Audiard la aborda. El criminal que la protagoniza, de una aguda inteligencia aunque carezca de cultura, demuestra ser un tipo de fría cabeza, dispuesto a todo para sobrevivir. El criminal se redime, y la película tiene, incluso un cínico final feliz, que sería impensable en una película norteamericana, a través del delito, del que no abjura sino todo lo contrario, en el que escala socialmente hasta conseguir una ansiada independencia y trabajar por su cuenta en el mercadeo del tráfico de drogas a gran escala.
Jacques Audiard ─ Un héroe muy discreto, Lee mis labios y De latir mi corazón se ha parado ─ combina acción, escenas carcelarias de alto contenido violento, que obligan a cerrar los ojos ─ el protagonista, convertido en sicario, secciona limpiamente la carótida del confidente con una cuchilla que esconde debajo de la lengua ─ con otras de realismo mágico ─ víctima y verdugo dialogan, y la primera se erige como conciencia de su asesino ─ y una trama negra más convencional que describe las fechorías del magrebí Malik El Djebena por cuenta ajena y propia aprovechando sus permisos carcelarios .
Audiard no huye nunca de las convenciones del género, por el que transita con comodidad, sin necesidad de subrayados, y aporta una mirada lúcida y un tanto cínica a esa historia de un pequeño delincuente que verá recompensado su tránsito por la cárcel, una escuela de aprendizaje, con una familia ─ la guapa viuda de un colega enfermo terminal de cáncer y su hijo─ y su ascenso en el estatus de fuera de la ley. En esa lucha por espacios de poder que es la cárcel, un microcosmos cerrado que repite, sin maquillajes embellecedores, la crueldad de la lucha por la supervivencia del mundo externo, Audiard toma partido por ese lumpen delincuente, aparentemente anodino, con crisis de identidad ─ no sabe bien si es árabe o corso ─ que se rebela contra la férrea dictadura imperante e impone su voluntad a costa de sufrir un sinfín de humillaciones ─ como cuando Cesar Luciani, en un violento ataque de ira y en su afán por reafirmar su autoridad, está a punto de sacarle el ojo a su discípulo con una cucharilla ─ para luego tomarse, en frío, su vaso de venganza.
Cine negro del bueno con denominación de origen europea.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Jacques Audiard
La solvencia del cine francés para abordar el cine policiaco está fuera de toda duda y de Francia salió, posiblemente, uno de los mejores realizadores de ese género: Jean Pierre Melville, todo un icono. De su vinculación al polar hizo la nouvelle vague uno de sus más atractivos banderines de enganche y A bout de soufflé, puro cine negro, fue, para mí, la mejor película de Jean Luc Godard. Esa buena relación de la cinematografía gala con los textos negros sigue hasta nuestros días y Un profeta, la última película de Jacques Audiard, es un buen ejemplo de ello. Este drama carcelario, tan áspero como cortante, y esto último lo digo en doble sentido, coincide en cartelera con otra película negra española y parecida temática, Celda 211, que uno piensa habría tenido mejor suerte en los óscar a la mejor película extranjera que la seleccionada El baile de la victoria de Fernando Trueba. Como Celda 211, el film de Audiard retrata el mundo carcelario con una mirada realista y el espectador pasea, cogido de la mano del director, por una realidad ajena pero próxima.
Condenado a seis años de prisión por un delito de lesiones y resistencia a la autoridad, Malik El Djebena (Tahar Rahim, un fresco descubrimiento del cine galo) es un joven magrebí de 19 años, marginado y delincuente de poca monta, que no sabe leer ni escribir. Cuando llega a la cárcel, sin ningún tipo de relación con los enclaustrados, parece la típica presa fácil que será devorada por el duro entorno de delincuentes aguerridos que se distribuyen sus áreas de poder en el presidio con la connivencia de funcionarios corruptos. Uno de los capos de la prisión, Cesar Luciani (Niels Arestrup en una interpretación inquietante), el cabecilla de la banda de corsos nacionalistas con turbios negocios mafiosos en donde política y delito van de la mano ─ lo que ha provocado las protestas de los grupos independentistas de la isla francesa ─, lo somete y le obliga a cometer una ejecución espantosa de un confidente que debe morir porque su testimonio podría perjudicarle. Ese crimen, impune ─ ahí está el único error de la película─, lo convierte en uno más de la banda de los corsos, en el criado fiel y manso de su tétrico jefe para el que trabajará en sus salidas de prisión en ajustes de cuentas, hasta que el siervo se rebela contra su amo y usurpa su trono.
La historia de Un profeta, críptico y no muy afortunado título, no es novedosa, pero sí la forma en que Jacques Audiard la aborda. El criminal que la protagoniza, de una aguda inteligencia aunque carezca de cultura, demuestra ser un tipo de fría cabeza, dispuesto a todo para sobrevivir. El criminal se redime, y la película tiene, incluso un cínico final feliz, que sería impensable en una película norteamericana, a través del delito, del que no abjura sino todo lo contrario, en el que escala socialmente hasta conseguir una ansiada independencia y trabajar por su cuenta en el mercadeo del tráfico de drogas a gran escala.
Jacques Audiard ─ Un héroe muy discreto, Lee mis labios y De latir mi corazón se ha parado ─ combina acción, escenas carcelarias de alto contenido violento, que obligan a cerrar los ojos ─ el protagonista, convertido en sicario, secciona limpiamente la carótida del confidente con una cuchilla que esconde debajo de la lengua ─ con otras de realismo mágico ─ víctima y verdugo dialogan, y la primera se erige como conciencia de su asesino ─ y una trama negra más convencional que describe las fechorías del magrebí Malik El Djebena por cuenta ajena y propia aprovechando sus permisos carcelarios .
Audiard no huye nunca de las convenciones del género, por el que transita con comodidad, sin necesidad de subrayados, y aporta una mirada lúcida y un tanto cínica a esa historia de un pequeño delincuente que verá recompensado su tránsito por la cárcel, una escuela de aprendizaje, con una familia ─ la guapa viuda de un colega enfermo terminal de cáncer y su hijo─ y su ascenso en el estatus de fuera de la ley. En esa lucha por espacios de poder que es la cárcel, un microcosmos cerrado que repite, sin maquillajes embellecedores, la crueldad de la lucha por la supervivencia del mundo externo, Audiard toma partido por ese lumpen delincuente, aparentemente anodino, con crisis de identidad ─ no sabe bien si es árabe o corso ─ que se rebela contra la férrea dictadura imperante e impone su voluntad a costa de sufrir un sinfín de humillaciones ─ como cuando Cesar Luciani, en un violento ataque de ira y en su afán por reafirmar su autoridad, está a punto de sacarle el ojo a su discípulo con una cucharilla ─ para luego tomarse, en frío, su vaso de venganza.
Cine negro del bueno con denominación de origen europea.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
SHUTTER ISLAND
Martin Scorsese
El brillo de toda una generación de cineastas norteamericanos surgidos durante la década de los 70’s se marchita de forma irreparable. Poco queda de esa generación con talento y atrevida que cimentara una nueva manera de hacer cine en Hollywood. Todos aquellos directores que formaron el grupo conocido por los “golden boys”, están en plena decadencia creativa. Así lo demuestra Francis Ford Coppola con su última película, Tetro. O antes que él Brian de Palma con Redacted y Femme Fatale. Tampoco debió contentar a sus seguidores, George Lucas con su segunda fase de La Guerra de las galaxias. Incluso el rey Midas Spielberg decepcionó cuando recuperó a Indy, a pesar de ello, el director de Tiburón es el mejor posicionado entre sus compañeros para mantener en el espectador el interés creado a lo largo de su exitosa trayectoria. Otro que parecía mantener intacta su reputación, y al que muchos consideran el más talentoso de todos los citados, parece estar abocando su carrera hacía la deriva, o como mínimo hacía el estancamiento.
A pesar de que con Infiltrados, Martin Scorsese consiguió su tan ansiado, y merecido, Oscar a la mejor dirección, el neoyorquino ha llevado a término una carrera errática desde el cambio de siglo; cuyos primeros signos se vieron con Gangs of New York, película que supuso el inicio del idilio con Leonardo Di Caprio. No es que el director de Taxi Driver haga películas fallidas, simplemente parece haber perdido todo el potencial que atesoraba, incluso, la tan aplaudida y premiada Infiltrados, no deja de ser una correcta película. Ahora regresa con su último trabajo, el thriller psicológico Shutter Island, con el que ha demostrado que su carrera sigue avanzando con gran productividad pero poca consistencia.
Martin Scorsese
El brillo de toda una generación de cineastas norteamericanos surgidos durante la década de los 70’s se marchita de forma irreparable. Poco queda de esa generación con talento y atrevida que cimentara una nueva manera de hacer cine en Hollywood. Todos aquellos directores que formaron el grupo conocido por los “golden boys”, están en plena decadencia creativa. Así lo demuestra Francis Ford Coppola con su última película, Tetro. O antes que él Brian de Palma con Redacted y Femme Fatale. Tampoco debió contentar a sus seguidores, George Lucas con su segunda fase de La Guerra de las galaxias. Incluso el rey Midas Spielberg decepcionó cuando recuperó a Indy, a pesar de ello, el director de Tiburón es el mejor posicionado entre sus compañeros para mantener en el espectador el interés creado a lo largo de su exitosa trayectoria. Otro que parecía mantener intacta su reputación, y al que muchos consideran el más talentoso de todos los citados, parece estar abocando su carrera hacía la deriva, o como mínimo hacía el estancamiento.
A pesar de que con Infiltrados, Martin Scorsese consiguió su tan ansiado, y merecido, Oscar a la mejor dirección, el neoyorquino ha llevado a término una carrera errática desde el cambio de siglo; cuyos primeros signos se vieron con Gangs of New York, película que supuso el inicio del idilio con Leonardo Di Caprio. No es que el director de Taxi Driver haga películas fallidas, simplemente parece haber perdido todo el potencial que atesoraba, incluso, la tan aplaudida y premiada Infiltrados, no deja de ser una correcta película. Ahora regresa con su último trabajo, el thriller psicológico Shutter Island, con el que ha demostrado que su carrera sigue avanzando con gran productividad pero poca consistencia.
Shutter Island sorprende de entrada por ser la primera incursión de su director en los terrenos del terror y el suspense. La historia de dos agentes federales (interpretados por Leonardo Di Caprio y Mark Ruffalo) que son enviados en una isla donde se encuentra el psiquiátrico de Shutter Island para investigar la desaparición de una peligrosa paciente, y los diversos secretos que esconde la isla y sus isleños, le sirve de base al director de Boxcar Berta para construir un thriller psicológico con tintes de terror.
A pesar de tener una introducción prometedora, con claras referencias al Resplandor de Stanley Kubrick con ese majestuoso plano aéreo reforzado por un score calcado al “Rocky Mountains” de Wendy Carlos y Rachel Elkind, la película decae por un acantilando sin fondo. Culpa de ello hay que buscarlo en un guión caótico y tramposo, que juega a presentarnos hechos y acciones, que ni el propio protagonista controla. Pero además se retuerce en exceso en esos momentos oníricos, que no aportan mayor contenido narrativo, y se quedan como una estampa hollywoodiense del terror más comercial e inofensivo. El filme sólo mantiene la tensión, y con ello, el interés cuando circula por los cauces del thriller de investigación, con algún toque sobrante de ese terror, que parece un cruce entre la serie B (Hammer) y el terror teen de susto fácil, ya saben aparición por aquí, y subida de audio contundente (incluso al encenderse una cerilla). Pero el mayor problema con el que Scorsese debe hacer frente, es con su embaucador giro final, que en lugar de encajar las piezas, produce una quebradiza total.
Scorsese no termina de acertar con una puesta en escena que bebe del gótico, del terror oriental, y del pastiche de serie B. Tampoco logra mantener un ritmo equilibrado, ya que los momentos ásperos y aburridos se reproducen. Algo tiene que ver la reiterativa composición / homenaje de su banda sonora, con evidentes reminiscencias a la música de El Resplandor. Quizás el que más bien parado sale de esta representación excesiva es Leonardo Di Caprio y su compañero, el siempre infatigable, Mark Ruffalo. Tanto que no pueden anotarse un Ben Kingsley caricaturesco, ni el veterano Max Von Sydow, o la actriz Michelle Williams.
Scorsese no termina de acertar con una puesta en escena que bebe del gótico, del terror oriental, y del pastiche de serie B. Tampoco logra mantener un ritmo equilibrado, ya que los momentos ásperos y aburridos se reproducen. Algo tiene que ver la reiterativa composición / homenaje de su banda sonora, con evidentes reminiscencias a la música de El Resplandor. Quizás el que más bien parado sale de esta representación excesiva es Leonardo Di Caprio y su compañero, el siempre infatigable, Mark Ruffalo. Tanto que no pueden anotarse un Ben Kingsley caricaturesco, ni el veterano Max Von Sydow, o la actriz Michelle Williams.
En su último trabajo parece como si Scorsese hubiera querido pasar de El Resplandor a Alguien voló sobre el nido del cuco, y salir airoso con un final, que si de verdad encajara con el relato y todo lo visto con anterioridad, se acertaría más a la lógica resolutiva de las Dos caras de la verdad o El Sexto sentido, que al revisarlas observas cómo toda la trama tiene sentido y encaja. Aquí hay poco sentido y mucho desajuste, se entienda como se entienda la historia.
Simplemente, confiemos en que este gran artista cinéfilo recupere el pulso de su cinematografía con su reconocible mapa genérico juntándose de nuevo con Robert de Niro. Es Scorsese y se puede permitir experimentos en otros géneros ajenos, pero no por llevar su firma, hay que comerse con buena cara sus propuestas. Necesitamos peliculones suyos, como la lejana Casino.
MARC MUÑOZ
Ryan Bingham (George Clooney) es un especialista en recortes financieros, macabro eufemismo, que se dedica a hacer más llevaderos los reajustes de empleo de empresas en crisis, algo que, según su propia expresión, no tienen huevos de hacer los empresarios afectados: despedir a la gente, situación que él enfrenta con grandes dosis de psicología, humor y humanidad, según quien tenga delante al dar tan traumática noticia que puede provocar hundimiento psicológico, ira ciega o desesperación de los afectados, porque nadie afronta con el mismo talante una mala noticia de esa envergadura. Pero es un empleo que a Ryan le gusta, y con el que disfruta pese al dolor que causa, porque le permite tener un despreocupado estilo de vida, transitar por aeropuertos, hoteles y coches de alquiler mientras va de un lado a otro del país, tener asiento bisness y disfrutar de trato preferencial en las mejores compañías aéreas, y acumular puntos en su tarjeta exclusiva de cliente a la que le falta poco para alcanzar el objetivo de su vida: 10 millones de millas. Todo lo que necesita le cabe en esa maleta con ruedas que es una extensión de su brazo y maneja como si fuera su propia mano. En uno de esos fugaces viajes de punta a punta de Estados Unidos se encuentra con la horma de su zapato, Alex (Vera Farmiga), una simpática, elegante y seductora alta ejecutiva, con tanto glamour y tarjetas exclusivas como él ─ hilarante la secuencia en la que ambos vacían sobre la mesa las tarjetas de sus billeteros para ver quién tiene más ─ de la que, tras unos cuantos escarceos frívolos en las camas de los hoteles, se enamora a su pesar. La vida laboral de este ejecutivo peligra cuando su jefe (Jason Bateman) le anuncia que lo van a sustituir por un empleado virtual que hará sus funciones desde la pantalla de un ordenador, un invento de Natalie Kenner (Anna Kendrick), una joven y agresiva ejecutiva recién ingresada en la plantilla de la empresa que quiere economizar gastos y amenaza con convertirlo en un empleado estable recluido en una oficina, algo que él no está dispuesto a aceptar. Las tensas relaciones de Ryan Bingham, que ve peligrar su estatus exclusivo y su forma de vida, con esa joven y advenediza experta en eficiencia, cuyos métodos trata él de dejar desacreditar y dejar en evidencia, centran la parte media y final de la película.
El canadiense Jason Reitman ( Juno, Gracias por fumar) maneja a la perfección el lenguaje fílmico ─ modélica la secuencia en la que Ryan Bingham da una lección magistral de cómo tiene medidos los tiempos para circular por los aeropuertos, su verdadera casa de la que conoce todos sus trucos, y que filma con el ritmo de un ballet sincopado ─ y los resortes de esta comedia romántica, de cuyo guión es coautor, que cuenta con dos actores perfectos, el siempre efectivo George Clooney, sin duda el heredero indiscutible de ese otro gran cómico que era Cary Grant, y la muy atractiva y luminosa Vera Farmiga, que opta a un óscar por su interpretación de la versión femenina, y más dura, de Clooney: amarga la decepción la que experimenta el soltero ejecutivo, cansado de serlo que es Ryan Bingham, cuando llama a la puerta del hogar de su glamurosa amante de hoteles y restaurantes y descubre que está felizmente casada.
Simplemente, confiemos en que este gran artista cinéfilo recupere el pulso de su cinematografía con su reconocible mapa genérico juntándose de nuevo con Robert de Niro. Es Scorsese y se puede permitir experimentos en otros géneros ajenos, pero no por llevar su firma, hay que comerse con buena cara sus propuestas. Necesitamos peliculones suyos, como la lejana Casino.
MARC MUÑOZ
UP IN THE AIR
Jason Reitman
Un plano cenital de la tierra vista desde el aire, desde un avión, la casa en donde más tiempo pasa el protagonista de esta película, nos describe perfectamente el escenario por donde se moverá este film, de ritmo casi perfecto e inteligentemente divertido, de sonrisa que no de carcajada, que rezuma por todos los poros de su celuloide la suficiente dosis de mala leche como para que sea considerada una comedia modélica: el territorio neutro de los aeropuertos, las cadenas hoteleras y los exclusivos restaurantes.
Jason Reitman
Un plano cenital de la tierra vista desde el aire, desde un avión, la casa en donde más tiempo pasa el protagonista de esta película, nos describe perfectamente el escenario por donde se moverá este film, de ritmo casi perfecto e inteligentemente divertido, de sonrisa que no de carcajada, que rezuma por todos los poros de su celuloide la suficiente dosis de mala leche como para que sea considerada una comedia modélica: el territorio neutro de los aeropuertos, las cadenas hoteleras y los exclusivos restaurantes.
Ryan Bingham (George Clooney) es un especialista en recortes financieros, macabro eufemismo, que se dedica a hacer más llevaderos los reajustes de empleo de empresas en crisis, algo que, según su propia expresión, no tienen huevos de hacer los empresarios afectados: despedir a la gente, situación que él enfrenta con grandes dosis de psicología, humor y humanidad, según quien tenga delante al dar tan traumática noticia que puede provocar hundimiento psicológico, ira ciega o desesperación de los afectados, porque nadie afronta con el mismo talante una mala noticia de esa envergadura. Pero es un empleo que a Ryan le gusta, y con el que disfruta pese al dolor que causa, porque le permite tener un despreocupado estilo de vida, transitar por aeropuertos, hoteles y coches de alquiler mientras va de un lado a otro del país, tener asiento bisness y disfrutar de trato preferencial en las mejores compañías aéreas, y acumular puntos en su tarjeta exclusiva de cliente a la que le falta poco para alcanzar el objetivo de su vida: 10 millones de millas. Todo lo que necesita le cabe en esa maleta con ruedas que es una extensión de su brazo y maneja como si fuera su propia mano. En uno de esos fugaces viajes de punta a punta de Estados Unidos se encuentra con la horma de su zapato, Alex (Vera Farmiga), una simpática, elegante y seductora alta ejecutiva, con tanto glamour y tarjetas exclusivas como él ─ hilarante la secuencia en la que ambos vacían sobre la mesa las tarjetas de sus billeteros para ver quién tiene más ─ de la que, tras unos cuantos escarceos frívolos en las camas de los hoteles, se enamora a su pesar. La vida laboral de este ejecutivo peligra cuando su jefe (Jason Bateman) le anuncia que lo van a sustituir por un empleado virtual que hará sus funciones desde la pantalla de un ordenador, un invento de Natalie Kenner (Anna Kendrick), una joven y agresiva ejecutiva recién ingresada en la plantilla de la empresa que quiere economizar gastos y amenaza con convertirlo en un empleado estable recluido en una oficina, algo que él no está dispuesto a aceptar. Las tensas relaciones de Ryan Bingham, que ve peligrar su estatus exclusivo y su forma de vida, con esa joven y advenediza experta en eficiencia, cuyos métodos trata él de dejar desacreditar y dejar en evidencia, centran la parte media y final de la película.
El canadiense Jason Reitman ( Juno, Gracias por fumar) maneja a la perfección el lenguaje fílmico ─ modélica la secuencia en la que Ryan Bingham da una lección magistral de cómo tiene medidos los tiempos para circular por los aeropuertos, su verdadera casa de la que conoce todos sus trucos, y que filma con el ritmo de un ballet sincopado ─ y los resortes de esta comedia romántica, de cuyo guión es coautor, que cuenta con dos actores perfectos, el siempre efectivo George Clooney, sin duda el heredero indiscutible de ese otro gran cómico que era Cary Grant, y la muy atractiva y luminosa Vera Farmiga, que opta a un óscar por su interpretación de la versión femenina, y más dura, de Clooney: amarga la decepción la que experimenta el soltero ejecutivo, cansado de serlo que es Ryan Bingham, cuando llama a la puerta del hogar de su glamurosa amante de hoteles y restaurantes y descubre que está felizmente casada.
Quizá el único punto débil de la película se situé cuando Ryan Bingham, solterón modélico, deba convencer a su futuro cuñado de las bondades de un matrimonio que no conoce pero empieza a plantearse para dar sentido a una vida vacía. Ahí se produce un pequeño chirrido del ritmo trepidante de Up in the air que no ensombrece sus muchos hallazgos.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
La película se presenta a través de diferentes capítulos que recogen las distintas etapas del músico, que a su vez están interpretadas por diferentes actores, y actriz. Así pues podemos ver a Christian Bale en el papel del joven cantante cuando era el abanderado del folk, o a Cate Blanchett haciendo gala de una enorme capacidad interpretativa para copiar los gestos, dicción y actitud de un Dylan insolente y vividor en su etapa rockera. O incluso hay momentos para el actor de color Marcus Carl Franklin haciendo del cantante de Minnesota en su niñez, o un Richard Gere en una especie de homenaje a su intervención en Pat Garrett & Billy the kid, que le sirve a la vez, para ilustrar el retorno del músico a sus raíces musicales.
Ante esta enrevesada telaraña de actores y etapas musicales, Haynes construye a su gusto, pero con admirable criterio, una película que intenta acercarse al mito desde una perspectiva lejana, podríamos decir que hasta fantástica (no estamos ante un nuevo No direction home, pero sí que el documental de Scorsese parece servir de referencia para impregnar de veracidad el relato, sin ser ese el objetivo). No se busca ni el realismo, ni el rigor al explicar su vida, simplemente se repasan sus edades más significativas a través del imaginario visual planteado por su director. Y resulta paradoxal, que con ello, el espectador se acerca de manera muy acurada a las motivaciones, raíces y consecuencias que parecen haber marcado las diferentes vidas de este cantautor imprescindible.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
I’m not there
Todd Haynes
Con casi tres años de retraso nos llega el personal y experimental biopic que Todd Haynes dedicó a la figura de Bob Dylan, uno de los artistas más relevantes, respetados, e influyentes de nuestros días. Pero a la vez siempre ha sido un personaje cambiante, con múltiples registros. Y es precisamente esto lo que le sirve a Haynes para determinar la estructura de I’m not there.Todd Haynes
La película se presenta a través de diferentes capítulos que recogen las distintas etapas del músico, que a su vez están interpretadas por diferentes actores, y actriz. Así pues podemos ver a Christian Bale en el papel del joven cantante cuando era el abanderado del folk, o a Cate Blanchett haciendo gala de una enorme capacidad interpretativa para copiar los gestos, dicción y actitud de un Dylan insolente y vividor en su etapa rockera. O incluso hay momentos para el actor de color Marcus Carl Franklin haciendo del cantante de Minnesota en su niñez, o un Richard Gere en una especie de homenaje a su intervención en Pat Garrett & Billy the kid, que le sirve a la vez, para ilustrar el retorno del músico a sus raíces musicales.
Ante esta enrevesada telaraña de actores y etapas musicales, Haynes construye a su gusto, pero con admirable criterio, una película que intenta acercarse al mito desde una perspectiva lejana, podríamos decir que hasta fantástica (no estamos ante un nuevo No direction home, pero sí que el documental de Scorsese parece servir de referencia para impregnar de veracidad el relato, sin ser ese el objetivo). No se busca ni el realismo, ni el rigor al explicar su vida, simplemente se repasan sus edades más significativas a través del imaginario visual planteado por su director. Y resulta paradoxal, que con ello, el espectador se acerca de manera muy acurada a las motivaciones, raíces y consecuencias que parecen haber marcado las diferentes vidas de este cantautor imprescindible.
Además para enmarañar más la propuesta, y complicar su estructura interna, pero con un resultado muy inspirador, su director opta por una línea variable, no hay una trama secuencial ni cronológica de los hechos, sino constantes saltos en el tiempo.
Sólo por su estupenda banda sonora, cargada de temas del hombre sobre el que gira la historia y de fantásticos covers de Calexico, Jim James, Anthony y Sonic Youth, entre otros, la espera ha valido la pena. Pero además supone una de las últimas oportunidades, por no decir la última, de ver a Heath Ledger en el cine, interpretando a Bob Dylan en otra de sus etapas.
Sólo por su estupenda banda sonora, cargada de temas del hombre sobre el que gira la historia y de fantásticos covers de Calexico, Jim James, Anthony y Sonic Youth, entre otros, la espera ha valido la pena. Pero además supone una de las últimas oportunidades, por no decir la última, de ver a Heath Ledger en el cine, interpretando a Bob Dylan en otra de sus etapas.
Comentarios
Saludos, colega.
Empar Fernández
Espero verte por Sant Jordi o en la Semana Negra.
Un abrazo.
José Luis