DIARIO DE UN ESCRITOR


Arán, 22 de abril de 2012

En la República Independiente de Arán suceden cosas muy extrañas. En ocasiones, bastantes, creo encontrarme en una republica marxista (de Groucho). Sé de mi poca afición al futbol, de la que no me avergüenzo pero tampoco estoy orgulloso. Los colores y la adscripción ciega a un equipo me pueden. No hay cosa que más me divierta que oír a alguien que ganaron, metieron tantos goles y sudaron la camiseta. ¿Desde el sofá de su salón de estar? El último partido de fútbol lo vi con Juan Bas, en la Semana Negra, con sendos gin tónic en la mano, y porque iba a ganar España en el Mundial. Pero no soy sordo, y ayer por la noche los estampidos de los cohetes, muchos, y las tracas nocturnas me hicieron sospechar que el Barça habría ganado a alguien y lo celebraban. Sorpresa mayúscula cuando enciendo el televisor a la mañana siguiente y compruebo que el Real Madrid batió al equipo del exquisito Guardiola. Arán celebra la victoria de los merengues. ¡Fantástico! Me gusta esta tierra de nadie, de sí mismos, que tiene supermercados que se llaman Madrid, apellidos España en cada pueblo, procesiones por Semana Santa y socios del Real Madrid en cada esquina. Los araneses son, primero, araneses; segundo, franceses; tercero, españoles; y, a la fuerza, catalanes. Gentes de la montaña que hablaban euskera hace siglos. Creo que soy consecuente conmigo mismo al fijar mi residencia aquí, en una población regida por un marbellí.
           
Con eso de los libros y Sant Jordi me paso el día subiendo y bajando, buena parte de mis horas en la carretera que va de Arán a Barcelona, de la que conozco cada curva, hasta las copas de los pinos afectadas por la procesionaria. Ayer, sin ir más lejos, estuve siete horas conduciendo que se me hicieron leves escuchando música de Kurdistán por Radio 3, que imagino cerrarán por los recortes. Bajé a Barcelona, firmé tres libros, tres, pero a cambio compartí una comida agradable con Joaquím Carbó, entrañable colega al que hacia lustros no veía (él sigue más o menos igual; yo no) y Pep Albanell, con el que nunca había coincidido. Apunté, mientras comíamos carne a la brasa en el restaurante de la sede social de La Caixa, que la buena literatura se escribía siempre sobre el fracaso. Nadie escribe sobre un personaje de éxito, sobre alguien al que las cosas le van insuperablemente bien (¡qué aburrida es la felicidad!) y las grandes y pequeñas obras de la literatura universal giran casi todas alrededor del fracasado, el infeliz, el marginado… El perdedor tiene un encanto del que carece el triunfador. Estuvieron de acuerdo mis colegas y durante la comida literaria afloraron algunos autores como Coetzee (Me enteré de que el protagonista de la extraordinaria La edad de hierro es blanco cuando yo estaba convencido de que era negro, lo que quizá me mueva a releer la genial novela del premio nobel sudafricano) y Paul Auster, de quien recomendé su Diario de invierno que ninguno de ellos había leído.
 
En mis viajes Arán/Barcelona/Arán, que hice ayer sin cansarme ni darme cuenta (podría ganarme la vida como conductor ya que no me la gano como escritor) advertí, tanto en la bajada a la gran urbe como en la subida (no fue una alucinación) que han vaciado buena parte de los pantanos del alto Pirineo. Acostumbrado a la visión de esos maravillosos embalses que reflejan en sus aguas los bosques de los alrededores, me quedé perplejo cuando los vi literalmente vacíos. ¿Adónde fue esa enorme cantidad de toneladas de agua que los llenaba? No la vi en el pantano siguiente, ni en el otro. Tampoco acierto en la causa de haberlos vaciado. ¿Prevén un deshielo brutal que los llene a rebosar? ¿Pasan sed en Barcelona? Misterios. Pero pensé automáticamente en Chinatown de Polanski.

 Sant Jordi se celebra por anticipado en Arán. Hoy. Preparé canapés para la ocasión. Tortilla de patata. Compré queso Idiazabal. Parmesano. Montó Lis, la amiga paraguaya, una espectacular carpa en el centro del pueblo, y allí me ubiqué, parapetado detrás de mis libros y bolígrafo en mano. Pese a ser el último vecino de allí, el recién llegado, el tipo extraño del que nada saben y se deben preguntar qué carajo hace aquí, lejos del mundanal ruido, firmé un montón de libros. Se agotaron los ejemplares de Llueve sobre La Habana. Se vendieron muchas Pérdidas del Paraíso. Algunas Mareas de sangre. Algunos Corazones de Yacaré. Mujeres ígneas, también. Viajeros de sí mismos tuvo una buena acogida después de confesar que el último relato de la antología transcurría en el Coth de Baretges. Hablé con hoteleros, dueños de restaurantes, presumo que algún  guardia civil, paisanos de Salamanca, oriundas de Cáceres, brasileñas, el alcalde marbellí, aranesas de pura cepa…Al final tuvieron más éxito mis libros que mis canapés, que me los comí casi todos yo,  regados con el cava de mi amiga Lis. Vino a buscar un ejemplar de Llueve sobre La Habana, la estrella indiscutible de la jornada, la dueña de La Trastienda y me pidió que dedicara el ejemplar a su marido vasco. Confieso que ésa fue una de las dedicatorias que más me gustó escribir, porque la dueña de La Trastienda, adonde voy a volver a pesar de que tenga Internet en casa, es sencillamente un encanto.
 
No vino Mademoiselle Bonnaire a este Sant Jordi avanzado en Arán, al que la invité, sin éxito. Había quedado con unos amigos para divertirse con unos juegos de guerra con pistolas de pintura. Entrenamiento para lo que puede venir. Me juró que no había votado a Sarkozy, ni a nadie, que se había abstenido, a pesar de que ella me criticaba cuando yo me abstenía en las elecciones españolas. Hablamos de futuras excursiones cuando mejore el tiempo, de ir a los lagos de Liat tomando la ruta que parte de Sant Joan de Torán, cuando la nieve se funda. La intrigué con los tres regalos que le tengo guardados y le iré entregando progresivamente. 

Llovizna. Las nubes cubren casi todo el Valle. Y me bebí yo solo media botella del txacolí que compré días atrás en La Trastienda. Esas cuatro copas me tumbaron en la cama de la que me levanto a las ocho de la tarde, muerto de frío. Tendré que cortar leña y avivar un buen fuego.





  

Comentarios

Susana Sosa Villafañe ha dicho que…
Extraña relación con Chinatown, tras ver los pantanos vacíos...
Te dije que tendrías éxito con los canapés, pero mejor que fueran con lo libros.
Susana Sosa Villafañe ha dicho que…
Me quedó la S de "los" libros, en el teclado.
José Luis Muñoz ha dicho que…
Una de las claves de la película de Polanski, Susana, es el tráfico ilegal de agua. Salen varios pantanos, unos totalmente vacíos y secos. De otro, más lleno, sacan un cadáver con una soga. Ver uno de los enormes lagos pantanos de Arán que hay junto a la carretera completamente vaciado me ha llamado mucho la atención y me ha inquietado. ¿Os habéis bebido tanta agua en Barcelona estos días?
S.M. ha dicho que…
Bueno, eso de que en el valle de Arán se hablaba euskera... Supongo será el argumento de que "arán" significa "valle" en vasco. Como decir que en la Terra Alta de Tarragona se hablaba gallego o italiano porque "terra" significa "tierra" en gallego o italiano.
En fin, que otra cosa es que se hablara alguna lengua con fondo común al euskera.
Anónimo ha dicho que…
De que triunfarían en Bòssots sus libros, no tenía la menor duda.Cómo tampoco la tengo al leer su escrito de hoy, de que si me pierdo algún día no será ahí. Argg, mayoría de
"Merengones" , procesiones que me dan yuyu , clima frio ..
..ufff. Ni hablar ¡¡
Enhorabuena y le deseo que mañana más.
Anónimo ha dicho que…
Amónimo dijo:
Cada vez me enamoro mas de El Valle. Lo del futbol (quetampoco me gusta) es definitivo ;-)

El domingo fuimos a la Feria del Libro de Vetusta-2 y te echamos de menos, aunque nos consolamos escuchado a Andrés Neuman reivindicando los cuentos.

Un abrazo

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