DIARIO DE UN ESCRITOR
Arán, 22 de julio de 2012
Tocan a difuntos. Son campanadas largas y
espaciadas. Suenan durante cinco minutos. Interrumpen mi sorbo a la copa de
cerveza, que queda congelado en el tiempo, las malas noticias de la prensa, que me dejan sin
aliento. Cesan las campanadas. Bebo. Sigo leyendo. País en quiebra. No me extraña. Policías y
bomberos indignados. ¿Cuándo los antidisturbios arrojarán sus porras y se
fundirán en un abrazo con los manifestantes? Ya no tendré a Ana Pastor que me
despierte a las nueve de la mañana. País cainita que arrasa con todo el que
sobresale. 22% de IVA al cine. Arrasan con la cultura. ¿Cuándo arderá Madrid? Quizá
en otoño. ¡Qué paradoja que sus señorías, los supuestos representantes de la
voluntad del pueblo, tengan que ser protegidos de éste por vallas!
Me invitan a comer los vecinos. Buena gente.
Sacan una mesa a la calle y hacen una barbacoa de chuletas de cerdo, longaniza
y chorizo. Yo aporto paté y queso Idiazabal. Hablamos del difunto del día. Creo
que es la cuarta persona que fallece en el pueblo desde que estoy en él.
Setenta años. Joven. Todo es relativo. Joven para mí que sólo tenía diez años
más que yo. Quizá lo conociera. Lis lo vio haciendo su paseo matutino esta
mañana. A las once estaba vivo. A la una se sentó en una silla de su casa y ya no
se movió. Las campanas sonaron quince minutos después.
Estamos indignados en el Valle, aunque la
indignación se atempera con el paisaje idílico. Bebemos un buen rioja. Tenemos para comer. Fumamos
un par de cigarrillos. Repasamos la crisis sin fondo. El país sin remedio. Alzamos
los chupitos de whisky al sol. Brindamos por nosotros, los presentes. Cuatro
foráneos entre montes verdes. Resistiremos. Sobrevivimos, al menos.
Duermo mucho, últimamente. Quizá para huir del mundo. Me quedo dormido
en el sofá, en la cama. Me duermo con las noticias, pese a que son una película
gore. Me paso el dvd de Carmina o revienta, que daban hoy con El País. Una vulgaridad.
Una reivindicación de los peor de nosotros mismos, de nuestra incultura, mala
educación, picaresca.
Dudo. Dudo si afeitarme la barba. Me cansa mi
aspecto. Ando últimamente cansado de mí mismo. Hoy ni paseo por el monte como
sí hice ayer, o anteayer. Ni cojo la bicicleta. Barro, eso sí. Papeles caídos
al suelo. Y miro por la ventana abierta
al mundo ese incendio voraz que devora el alto Ampurdán azuzado por la
Tramontana.
Escribo. Poco. Reescribo por cuarta vez
Ciudad en llamas. Parece premonitoria. Lo fue, en parte, Barcelona negra. Novela extraña en la que regreso a Barcelona en el año 2070.
Tendría entonces cerca de 120 años. Estaría más cansado que ahora. De todo. No
podría subir las escaleras. Ni dar paseos por el monte. Cuarenta años antes
habrán tocado a difuntos las campanas de la iglesia. Por mí. Si aún estoy aquí. Tengo ganas de huir.
Comentarios
Y lo de Carmina me parece que no es que sea lo peor de nosotros, es que no me parece destacable como para pretender hacer de eso una película…
Kisses