CINE

UNA FAMILIA DE TOKIO
Yoji Yamada


En 1953 Yasujiro Ozu, uno de los más reputados directores del cine japonés junto a Kenji Mizoguchi, Akira Kurosawa, Nagisha Oshima o Masaki Kobayashi, con más de sesenta películas a sus espaldas, de las que sólo unas pocas se estrenaron en España, filmó un retrato familiar emotivo y sencillo titulado Cuentos de Tokio que giraba sobre la reacción de unos hijos que viven en la capital de Japón ante la visita de sus ancianos padres y cómo cada uno de estos, pertenecientes a distintas clases sociales y con cultura diferente, se comporta con ellos. El hijo médico, rehuyéndolos porque su presencia les estorba; la hija que tiene una pequeña peluquería, con la indiferencia, siendo el más joven y descarriado, quien menos recursos tiene, con quien el padre siempre tuvo una tensa relación, el que más respetuoso y amantísimo se muestra con sus progenitores. La película de Ozu siempre fue considerada una de las obras maestras del cine y uno de los referentes del cine nipón.
Sesenta años más tarde de esa película ejemplar, Yoji Yamada, otro veterano realizador japonés de 82 años, ayudante de dirección de Ozu, del que sólo se conocen en nuestro país los filmes de samuráis de una producción tan vasta como desconocida, realiza una versión de esa pequeña joya minimalista de su maestro y el resultado es tan respetable como el original. Una familia de Tokio, espiga de oro a la mejor película en el último Festival de cine de Valladolid,  es toda una lección acerca del comportamiento entre hijos y padres a través de una historia mínima, con raigambre costumbrista, que tiene sus máximos aciertos en las naturalistas interpretaciones de sus actores, muy especialmente Isao Hashizume, en el papel del padre, y Etsuko Hichiara como la madre, desubicados en esa gran ciudad que es Tokio y con complejo de estorbo en su relación con los hijos, y en el dibujo preciso de unos personajes entrañables, humanos y tiernos que respiran en una sociedad tan rígida como la japonesa y, al mismo tiempo, tan respetuosa con sus mayores en donde tradición y modernidad se dan la mano aunque no se mezclen. Un retrato de la sociedad japonesa actual a través de tres generaciones, padres, hijos y nietos, que no es tan diferente de la que retratara Ozu cincuenta años atrás.
            No le faltan al extenso film de Yamada que, pese a su metraje de más de dos horas y media se ve sin desmayo,  pinceladas de humor los dos ancianos sentados en una cama de la habitación de un lujoso hotel de Tokio limitándose a contemplar cómo se encienden las luces de la ciudadni poesía en ese subrayado de los pequeños detalles que ilusionan las vidas de los protagonistas.  Una familia de Tokio pertenece a ese apartado genérico buenista que convive en la cinematografía nipona junto a los films de terror gore de Takashi Miike, los de samuráis de Kurosawa o Kobasashi, en el que el propio Yamada incursionó, o los violentos thrillers sobre la yakuza del eclipsado Takeshi Kitano.



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